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Domingo 16 de febrero de 2014

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Lenguas y Política

16 feb 2014

TAMBOR VARGAS

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Primera de dos partes

Si ya en 1492 el humanista castellano Nebrija salió con aquello de que ‘la lengua es siempre compañera del imperio’ (cito de memoria), los siglos que desde entonces han transcurrido han venido a confirmarlo rotundamente. Que es tanto como decir la estrechísima simbiosis entre lingüística (entendida, no como estudio, sino como usos de la lengua del caso) y política (entendida como promotora o censora de la vida de una lengua determinada, casi siempre a costa de otra o de otras).

Y es que las lenguas son una de las más profundas y originarias expresiones de las identidades humanas: si el lenguaje pone de manifiesto la humanidad genérica compartida, las lenguas identifican los miles de formas como la historia ha dado perfiles concretos a aquel atributo genérico que es el lenguaje humano. Y si la lengua es uno de los rasgos identificadores más poderosos, ya podemos imaginar las mil y una aventuras por las que ha pasado el ‘destino’ lingüístico de los grupos hablantes, entre las sucesivas posiciones hegemónicas de algunas lenguas en espacio de muy diversa amplitud hasta su absoluta desaparición (absoluta por lo menos en cuanto al número de hablantes).

Pasemos revista a algunos episodios relativamente recientes que este tema ha ofrecido dentro del territorio hispánico (pero con alguna salpicadura adjunta).

* * *

Si partimos del régimen franquista (1939-1975), nadie puede negar que la esencia de su ‘política lingüística’ consistió en minimizar el uso social público de toda lengua que no fuera el castellano (que así quedaba, equiparado por la fuerza a ‘español’). Bajo esta consigna, el catalán, el gallego y el euskara entraron en una vida ‘clandestina’: ninguna radio, por ejemplo, podía utilizarlas en sus programas: tampoco se publicaban libros, revistas o periódicos: ni se daban conferencias que las utilizaran; cuando llegó la televisión, el único canal estatal tampoco las utilizaba para sus emisiones.

Pero el veto de esas lenguas iba mucho más lejos: tampoco las podían emplear los párrocos en sus sermones; ni en su enseñanza del catecismo a los niños de primera comunión: por supuesto, todo el sistema de educación también las vetaba y marginaba, pues de forma exclusiva sólo debía rendir cuenta a la ‘lengua del imperio’.

Que con el paso de las décadas, el debilitamiento general del régimen de Franco se viera obligado a hacer sucesivas pequeñas concesiones, es otra cosa. Otra cosa que no nunca permitió olvidar su perfil inicial. Y una vez muerto Franco y aprobada en 1978 la Constitución ‘democrática’, no se piense que en esta materia la transición significó un cambio de modelo; se contentó con unas nuevas ‘concesiones’ insoslayables; pero aquella hoy tan mentada constitución sigue marcando una clara frontera entre el español (que todo ciudadano del estado tiene la obligación de conocer y el derecho de usar) y las ‘lenguas regionales’ en cuyos territorios los estatutos de autonomía co-oficializaran. Siempre, en una situación de supeditación a LA lengua (naturalmente, en singular), pues la ‘modélica’ transición fue incapaz de dar paso a ningún tipo de vaga federalidad: ¿o vamos a olvidar que, en el plano directamente político, veta explícitamente cualquier tipo de pactos y acuerdos entre diferentes autonomías? Así, hasta hoy.

Hoy, cerca ya de los 40 años de la muerte de Franco, el modelo de la ‘generosidad’ con las identidades ‘regionales’ y con sus respectivas lenguas, demuestra a diario que hace aguas por todos lados. Pasemos revista a los tres territorios pertinentes.

* * *

En Galicia el temible fantasma se llama Portugal; y el portugués; y, a fin de cuentas, la lusofonía cuatricontinenta1. Vergonzantemente, desde el primer momento se procuró levantar un muro que impidiera que el gallego y el portugués emprendieran un proceso de re-encuentro que cerrara el distanciamiento posterior al siglo XV. Porque en caso de que el gallego se transformara en portugués, se habría puesto la base para la reunificación política de ambos pueblos. Y los gobiernos autonómicos ‘populares’ no han dado brazo a torcer, amurallando la lengua contra su portuguesización; lo que equivale, entre otras cosas, a mantener todos los tipos de españolismos que se han ido introduciendo en un gallego mayoritariamente oral. Y esto se ha hecho desvergonzadamente contra el dictamen de la lingüística.

Claro que la revitalización del uso público del gallego no ha podido evitar que sus hablantes (por primera vez alfabetizados en gallego de forma masiva) cada día fueran tomando mayor conciencia de la contradicción intrínseca a la opción política segregacionista. Y de entre la masa de gallegos reconciliados con su lengua el poder autonómico tampoco ha podido evitar que nazca una minoría independentista (en realidad, re-unionista con Portugal y ‘su’ gallego). Y las tesis re-portuguesizadoras han acabado tomando también su expresión lingüística: lo han hecho con una muy precisa diana, creando la “Academia Galega da Língua Portuguesa”. Así creen dejar las cosas claras y donde deben estar: y así creen ofrecer a la lengua gallega la meta natural, aunque futurista, de su evolución restauracionista.

Continuará

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