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Domingo 16 de febrero de 2014

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Cultural El Duende

La canción del molino

16 feb 2014

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El movimiento cuando está dirigido por Dios, es la vida; el movimiento cuando está dirigido por el hombre, es el trabajo.

Vida y trabajo: ved ahí los dos grados del movimiento universal, o por mejor decir, ved ahí el movimiento que en sí mismo no admite gradaciones. Visto desde el cielo es la vida; desde la tierra, es el trabajo.

El movimiento es universal y perpetuo. Nosotros lo medimos con nuestra propia imperfección y así lo limitamos con el reposo, que no existe, que no puede existir. La muerte no es la cesación de la vida, sino el punto en que acaba nuestra potencia visual..., hasta ahí vemos: pero la vida aún más allá, en la sombra del misterio, sigue agitando el ala trémula y luminosa.

El trabajo, esa imitación de la vida, esa segunda creación hecha por el hombre, tampoco admite reposo. Cuando el hombre se siente fatigado, llama en su ayuda a la piedra, al hierro, al agua, al vapor, a la electricidad, a todas las fuerzas incansables de la naturaleza y continúa el trabajo desarrollándose sin interrupción, como una nueva vida, paralela a la primera.

En el fondo de la vida palpita un alma; en el fondo del trabajo palpita un pensamiento.

Pero ambas palpitaciones convergen en un punto, apreciado por el oído humano; es el himno de la creación, eterno, maravilloso, armónico, como el movimiento de donde procede.

¡El pájaro canta sobre la rama; el céfiro en las hojas; la ola en la ribera; este himno es de Dios, porque parte de la vida que es su trabajo!

¡El martillo canta sobre el yunque; la máquina en la fábrica; el molino canta también al son de su arpa de piedra, en la montaña!

¡Esta canción, es para el hombre, porque viene del trabajo, que es su vida!

¡Escuchad!

¡Qué canción más bella!

¡Oh, qué molino tan hermoso!

Hace medio siglo que está tarareando, sin descanso, lo mismo de noche, que durante el día.

Por fuera hay un polvo de agua que lo envuelve y lo hiela: por dentro hay un polvo de oro que le fatiga; sin embargo, el molino canta con el mismo entusiasmo, su canción agreste de polvos y espumas.

Cada grano que cae de la tolva, es una nota en la piedra.

¡Hola!, músico holgazán –dijo un día el hombre al arroyo y lo arrancó de entre las matas silvestres y lo llevó al chiflón del molino, donde en vez de arrullar a los juncos entona tristes cantigas bajo la sombra del cárcamo.

¡Ah!, y tú, piedra muda, ¿por qué no cantas? –Pues ven aquí y canta; canta así, que te oiga también yo –exclamó el molinero y la piedra desgalgada de lo alto del monte, ahora se regodea y canta sobre cada grano de la cibera, sobre cada gota de agua, a cada vuelta del rodezno.

¡Eh! ¡Buena estás para gemir y requebrar al viento, cancionero inútil! –dijo el hombre a la rama y cortándola de un hachazo se la llevó al molino, y la ató sobre la piedra. Desde entonces modula, con voz de tiple, los aires de la “tarabilla”. La orquesta está completa: el molino canta que da gusto. Es la voz del trabajo, respondiendo a la voz de la vida: el poder del hombre, agitándose bajo el poder de Dios.

Arturo Oblitas. Cochabamba, 1873 – 1921.

Abogado, crítico, narrador, periodista, músico.

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