14 de febrero de 1879 comenzó la invasión chilena a Bolivia
16 feb 2014
Por: César Adalid Larrea Peralta
Estimado lector ese día no podrá ser borrado de nuestra memoria porque representa el inicio de una invasión y con consecuencias hasta la fecha.
Cuando se supo en Santiago que Bolivia había dispuesto la rescisión del contrato con la Compañía de Salitres y retomaba la propiedad de las salitreras, el gobierno de Chile ordenó que los navíos de guerra Cochrane y O’Higgins con un destacamento militar de 200 efectivos invadiesen el puerto de Antofagasta, hecho que se consumó el 14 de febrero de 1879. Ese día el prefecto del Litoral, Severino Zapata, más los funcionarios públicos y los pocos guardias armados fueron intimados a abandonar la ciudad. Grupos de exaltados chilenos recorrieron las calles asaltando viviendas y edificios públicos bolivianos, pues de los 6.000 habitantes que tenía Antofagasta, 5.000 eran chilenos, 600 bolivianos y el resto de otras nacionalidades. La niña Genoveva Ríos, hija de uno de los 34 gendarmes de policía, ocultó la bandera de la institución entre sus ropas, salvándola de ser ultrajada. El 16 de febrero el prefecto Zapata más algunas familias que estaban refugiadas en el consulado del Perú abordaron el vapor “Amazonas” cuyo destino era Cobija y Arica.
La noticia de la invasión llegó a Bolivia por la vía de Tacna, pues el país no tenía líneas telegráficas. El vapor Amazonas llegó el 19 de febrero a Arica y el cónsul boliviano en Tacna, Manuel Granier escribió una carta al presidente y la envió con el chasqui Gregorio Collque, que hizo el recorrido hasta La Paz en cinco días, entregando la correspondencia el 25 de febrero.
Chile, con la invasión a Antofagasta, inició el conflicto de forma unilateral y sin declaración de guerra, desarrollaba el plan expansionista que había urdido durante tiempo, para apropiarse de las riquezas guaneras, salitreras y minerales del litoral boliviano. El impuesto de los 10 centavos fue la excusa oportuna esperada, ya que con antelación había mandado fabricar en Inglaterra (1872), dos modernos blindados (Cochrane y Blanco Encalada), además de haber rearmado y equipado completamente a su ejército a la manera prusiana. Así en el momento del conflicto contaba con un efectivo activo de 6.000 hombres y con una reserva de 45.000. El Perú tenía un efectivo de 5.000 hombres (35.000 en reserva) con armamento antiguo y mal equipado al igual que el ejército boliviano de 1.500 soldados con una capacidad de movilización de 6.000 (Razoux, 2002).
El Perú conocedor de los acontecimientos suscitados, se mostró reticente a cumplir con el Tratado de Alianza, pues al igual que Bolivia, no se encontraba en condiciones de afrontar una guerra en esos años, pues sus gobernantes anteriores habían despilfarrado las arcas del Estado, encontrándose en una situación económica muy difícil, por lo que envió a Santiago a José Antonio Lavalle para intentar encontrar una salida a la crisis, sin embargo ésta fracasó al conocerse que Chile paralelamente trataba de convencer a las autoridades bolivianas de unirse a su esfuerzo para apoderarse, de las riquezas mineras de Tarapacá. Este planteamiento fue hecho a Daza por Domingo Santa María, canciller chileno, y se conoció como las “Bases Chilenas”. Bajo estas circunstancias, el presidente del Perú Mariano Ignacio Prado, oficializó el Tratado de Alianza con Bolivia.
Esta reseña histórica debe ser el símbolo para recordar que no hubo guerra sino una invasión por parte de Chile hacia Bolivia y que no son territorios perdidos, sino territorios ocupados tal y como dice el autor en su libro.
(*) Escritor y abogado internacionalista
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