Viernes 14 de febrero de 2014
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Estamos acostumbrados a buscar eficacia y rentabilidad en muchos ámbitos de la vida. En el trabajo, todo se mide por horas, por objetivos, por plazos, por tarifas o por presupuestos. La carrera se elige a menudo por las salidas laborales que tiene.
Esta tendencia puede convertirse en una deformación en los procesos que involucran al voluntariado y a la reinserción, que requieren cambios estructurales en los que es difícil poner plazos u objetivos precisos. Para un hombre que vive en la calle desde hace quince años, alcohólico y solo, la reinserción completa será casi imposible, pero hay pasos intermedios (dormir en un albergue, beber menos, tener relaciones sociales positivas, participar en actividades de una organización...). Partiendo de la valoración de esas pequeñas metas, se puede llegar a objetivos más importantes. Para asumir todo esto sin desasosiego es necesario armarse de paciencia, saber de antemano que la reinserción no es un camino lineal, sino que tiene altibajos, con más “bajos” que “altos”.
En cuanto a la relación entre el voluntario y el beneficiario, ésta no puede convertirse en una actividad paternalista que pretenda dirigir la vida de los marginados de una manera bondadosa. Por el contrario, lo que requiere es que la persona en apuros tome las riendas de su vida en la medida de sus posibilidades y potenciar al máximo su autonomía. Sin su voluntad de transformarse, es imposible ayudarle. Los médicos saben bien que si un enfermo no quiere curarse, será más difícil para ellos llevar a cabo su trabajo con éxito.