De las muchas lecturas posibles que despiertan las ceremonias andinas realizadas en Tiahuanacu este 21 de enero, escojo la del desfile cultural de diferentes comunidades de las tierras altas bolivianas.
Destaco la diversidad de propuestas musicales, casi todas ejecutadas con instrumentos de viento o percusión y no con los bronces que caracterizan a las bandas más mestizas. Esas ejecuciones son actualmente difíciles de disfrutar, salvo en los festivales más rurales, en el Carnaval minero en Potosí y en el incomparable Carnaval de las provincias en Oruro.
Desconozco si existe un registro estatal o si algún aficionado graba y archiva esos sones que se emparentan con lo sagrado, con la relación del ser humano con los dioses, con una cosmovisión que tiene a la montaña y al viento como claves para construir el principal arte místico de la Humanidad, la música. ¿Dónde hay discos con estas interpretaciones trasmitidas oralmente y que recuerdan tonos de magos, del Tao?
También impactaba la vestimenta por su colorido, su confección, su moda y sus distintos mensajes. Por ejemplo, comuneros del norte potosino lucían perfectas monteras, quizá las estrenaban, trajes llenos de bordados y signos que son antiguos símbolos, lenguajes.
Cada comunidad paceña mostró sombreros, polleras, mantas, blusas y sacos nuevos. Las cholitas lucían flamantes faldas de lana de oveja perfectamente teñidas y sacos blanquísimos. Nadie desentonaba del uniforme seleccionado y abundaban lirios, varas, nardos y retamas. Sorpresa con el grupo de hombres y mujeres montado en mulas y caballos; una de ellos con su guagua en las espaldas. Verdes, rojos, granates, amarillos, naranjas, cada cual más primoroso que el otro.
La disciplina que a veces falta en otras actividades era notable en todo el desfile; un dato que no puede pasar desapercibido. Los danzantes y músicos eran de tierra adentro, de los ríos más profundos del espacio andino. Eran hombres fornidos, de rostro limpio, mujeres fuertes y bailarinas, y las muchachas hermosas, coquetas con sus adornos de claveles o azucenas, alegres todos.
Entonces nos preguntamos, ¿de qué pobreza hablamos en Bolivia cuando hablamos de pobreza, cuando nos clavan siempre como los segundos más pobres del continente? ¿Puede calificarse de “pobre” a un país con semejante herencia cultural, con gente campesina que viste tan elegante de pies a cabeza? Los cuerpos que vimos eran esbeltos, fuertes para el caminar, graciosos para el movimiento.
Otro detalle eran los celulares de los jóvenes retratando a Evo Morales mientras detenían sus pasos unos segundos. No faltó el camarógrafo aymara, de poncho rojo ancestral y full cámara. ¿Colonizados? No, sólo reflejo del mundo que rueda y rueda. Me hicieron recordar a mi hermano Francisco y a Cefred que durante décadas entrenaron a los indígenas para filmar su propia historia, su propio guión.
Finalmente, imposible pasar por lo alto la identificación plena de cada comparsa con el Primer Mandatario, que a la vez bailaba sin tener que fingir o disfrazarse. El de arriba y los de abajo eran un solo conjunto, un símbolo de poder y de visibilidad con su mensaje más sutil: “Aquí estuvimos, aquí estamos, hemos ganado”.
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