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Domingo 02 de febrero de 2014

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Cultural El Duende

Origen del pilar de Conchupata

02 feb 2014

Fuente: LA PATRIA

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Entre los movimientos políticos, que no obstante su importancia registran los libros de la historia de Bolivia de modo muy sumario, el del 9 de marzo de 1849 acaecido en Oruro, contra el Gobierno Constitucional de Belzu a favor del Gral. José Ballivián, presenta la modalidad de haber sido desbaratado por el pueblo con un solo grito inicial e inesperado, que dio lugar a la lucha del vecindario contra la guarnición militar amotinada en La Fortaleza.

La llamada Fortaleza, era un baluarte fortificado por grueso muro de adobes de unos tres metros de ancho, con torrecillas y aspilleras, a las que se subía por una rampla inferior que facilitaba el transporte de los cañones y vituallas. Estaba rodeado por un foso fangoso que recibía las aguas pluviales de determinadas calles. Esta construcción estaba aislada por todos lados con un frente único, a lo que hoy es Plaza Campero y mercado en su integridad. Al fondo, sobre el foso, funcionaba un puente levadizo.

Este fuerte estaba ocupado por un Cuerpo de Ejército de las tres armas, al mando del Cnl. Bernardino Rojas, cruceño, quien, en conferencia con los civiles Juan Pablo Ramos, jefe del partido opositor a Belzu, Joaquín Gari, José Santos Bellot y el Cnl. Mariano Melgarejo, recién llegado a Oruro, sublevó a la tropa contra el Presidente Belzu. Esta subversión fue apoyada por el Gral. Gonzalo Lanza, que se hizo cargo de la jefatura militar de la plaza. Como jefe desde la misma Fortaleza, propuso se publicasen bandos, para que se conozca el cambio de gobierno a favor del Gral. José Ballivián, cooperado por la guarnición, varios vecinos y militares que se habían concentrado a dicho efecto en esta ciudad del altiplano. El bando contenía un franco pronunciamiento contra el gobierno, y en él se decía que Oruro unánimemente iba en ayuda y cooperación a los otros departamentos sublevados en torno a Ballivián, según la estudiada propaganda revolucionaria.

Entre tanto, el Prefecto Belzu convocó a los principales vecinos adictos al gobierno para que ayuden en lo conveniente, en defensa del orden amenazado. Cuando se discutían las varias opiniones vertidas, llegó a la plaza en correcta formación e hizo alto en la esquina sur de la Prefectura, una compañía del cuerpo amotinado armado con fusiles de chispa. Al anunciarse que se daría lectura a un bando, la gente que estaba a la espera de noticias ciertas, rodea al pregonero, y un ciudadano apellidado Delgado, muy popular por su gallardía y atrevimiento se colocó detrás, de tal modo que acabada la lectura, pudo observar que el manifiesto revolucionario no llevaba firma alguna, y entonces comenzó a gritar a voz llena ¡Mentira, mentira! ¡No tiene firma!

Estas clamorosas palabras se repitieron con energía por un grupo de estudiantes y pueblo, que siguió a la Compañía hasta la otra esquina de la plaza, donde se produjo la escena del bando y su chifladura. Con la irrupción de la gente a la plaza, y particularmente de los estudiantes, aumentó el vocerío originado por jóvenes muy conocidos: Anselmo Nieto, Pablo Albán, Venancio Álvarez, Anacleto Irahola, Marcelino Vásquez y otros, que incitaron al vecindario contra los revolucionarios.

Los soldados siguieron marchando, por la que hoy es la calle Bolívar, perseguidos por los gritos de: “¡Mentira! ¡Viva Belzu! ¡Abajo Ballivián!”, voces lanzadas por el pueblo, que tan pronto se dio cuenta que era cierta la conspiración ballivianista, se le puso al frente francamente. Al griterío siguió la silbatina y un conato de apedreamiento a la tropa.

Al recibir las primeras pedradas, el capitán mandó hacer alto a su gente, dar media vuelta y calar la bayoneta para amedrentar a sus perseguidores. Éstos, en mayor número ya, sin avanzar un paso, esperaron armados de las piedras sacadas del pavimento, y como la columna no atacaba, le arrojaron nuevas piedras dando vivas a Belzu.

El Capitán, sereno y comprensivo, ordenó marchar a La Fortaleza, calle abajo, al trote, sin que se volviese a leer el bando, por haber desaparecido el pregonero a las primeras pedradas que arrojaron.

Los revolucionarios del fuerte, al ser informados de lo acontecido, resolvieron castigar con violencia la audacia de los estudiantes y de quienes les respaldaran. Una compañía de lanceros con corazas y casquetes, debía acometer a todo individuo que se encontraba en las calles en actitud opositora a la subversión, pero los partidarios de Belzu, advertidos del peligro abandonaron las calles dispersándose. Sin embargo fueron lanzados Benigno Irahola y Sebastián Caballero, éste cerca de su casa, a la que pudo llegar muriendo a poco, con los pulmones destrozados. Hubo también heridos leves.

El pueblo indignado, sin ningún miramiento encomendó al Prefecto y a algunos vecinos notables, encabezar su defensa. Se llamó a todos los hombres hábiles y se les armó con fusiles, escopetas, pistolas y otra clase de armas, y se les condujo a la colina de Conchupata que dominaba La Fortaleza. Comenzó el fuego contra el fuerte, que respondió con tiros desde sus aspilleras y con cañonazos de sus muchas troneras. Los de Conchupata esperaban la llegada de las balas tendiéndose en el suelo, y cuando un proyectil muy visible en su trayectoria caía lejos de ellos, se paraban alborozados y rechiflaban con espantosa gritería y silbatina a los artilleros, quienes no consiguieron sus objetivos.

El toque de corneta llamó a los coraceros a su cuartel, y al tiempo que se recogían, los vecinos ocupaban las calles hasta una cuadra de La Fortaleza, a la que pusieron sitio levantando barricadas y defensivos, amagando después la puerta principal del fuerte y algunas aspilleras. Los jefes encerrados en el reducto, enviaron a la autoridad constitucional el aviso de que si no se rendía, el vecindario y las mismas autoridades, en el término de tres horas, sería bombardeada la colina de Conchupata y la población toda.

El Prefecto, de acuerdo con los principales de los vecinos, respondió que podían iniciar el bombardeo, pero que en el intervalo entre cada disparo, iba a ser fusilado un partidario de Ballivián, de los muchos que ya estaban presos y sentenciados a morir en justa represalia.

Desde ese instante la situación de Oruro cambió totalmente, hasta los vecinos que aún no habían tomado las armas por ningún bando, resolvieron defender al gobierno y poner sitio riguroso a la Fortaleza, inexpugnable por tradición.

Se impidió la entrada a ella de vituallas y de cebada para la caballada; grupos en las bocacalles próximas, tenían orden de repeler a los coraceros, mientras otros soldados, tomaban posesión de las bocaminas donde hicieron principalmente su cuartel, con las provisiones, armamento variado y camas que les llevaban las mujeres. Este afán inusitado en calles, plazas y cerros de la ciudad, denotaba un ánimo decidido para librar la batalla definitiva contra los cañones del fuerte.

De los puestos de vigilancia y de las barricadas, se despedían tiros espaciados a las aspilleras, donde los artilleros para probar la puntería de los sitiadores, ponían una gorra, llamada de pastel, que en el acto era acribillada. Hubo heridos de ambas partes, y cayó el estudiante Palazuelos de las filas belcistas. En la noche arreciaban los disparos, notándose a medida que pasaba el tiempo, que los ballivianistas perdían su entusiasmo por el sitio estrecho y haber pasado los pobladores de Oruro a la ofensiva.

Después de tres días de beligerancia, en la mañana del doce de marzo, los atalayeros de Conchupata y otros cerros, dieron la noticia de que se notaba en La Fortaleza, trajín inusitado, quizá de preparación de una batalla. Era precisamente el momento en el cual el Cnl. Rojas abandonaba con sus tropas vencidas el fuerte orureño por el tendido puente levadizo, aprovechando que se había descuidado la vigilancia, debido a la violenta ventisca de la noche. Huían los soldados, unos a pie y otros en cabalgadura, llevando en la grupa a los heridos, al tiempo mismo que otros izaban banderas blancas en lo alto de las murallas.

Con las debidas precauciones, los civiles armados y soldados de la Prefectura, irrumpieron en La Fortaleza casi virtualmente desocupada, comprobando que los cañones de 12 habían sido taqueados hasta la tapa, y que los pequeños de montaña y los cajones de munición, habían sido echados en los fosos.

Los derrotados caminaban como fantasmas, en la pampa emblanquecida por la abundante nevada. Llegados al pueblo de Sepulturas, el Cnl. Rojas ordenó que formasen en la plaza junto al templo, y cuando se disponía a arengar, cayó de su caballo víctima del proyectil que le disparó un sargento.

La reacción se operó de inmediato en la tropa, que después de breve descanso retornaba a Oruro, ya sin algunos soldados que habían tomado el camino a sus pueblos y sin los militares de graduación, desagradecidos mucho antes.

En Oruro el pueblo se mostró alborozado. El Prefecto Belzu, mandó instruir sumario sobre los acontecimientos. El gobierno decretó montepíos para las familias de los fallecidos, pensiones para los heridos, ascensos para los militares. Oruro, mereció decretos honrosos, entre ellos uno, en el que se le llama “Ciudad Salvadora de las Instituciones Nacionales”, y que disponía se levante en una cresta de Conchupata –colina desde la que combatió el pueblo– una columna conmemorativa del suceso.

La columna fue realidad sólo dos años después, y hoy se levanta cual heráldica atalaya y testigo de las grandezas y miserias de Oruro.

Marcos Beltrán Ávila. Oruro, 1881-1977. Profesor, historiador y novelista.

Fuente: LA PATRIA
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