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Domingo 02 de febrero de 2014

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Cultural El Duende

Autorretrato

02 feb 2014

Fuente: LA PATRIA

En febrero de 1980, La Vanguardia, de Barcelona, le pidió al escritor físico y pintor argentino Ernesto Sabato (junio 24 de 1911 – abril 30 de 2011) que contestara el Cuestionario Proust

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¿El principal rasgo de mi carácter?

Angustia, paradójicamente unida a una gran vitalidad.

¿La cualidad que deseo en un hombre?

Coraje más generosidad.

¿La cualidad que prefiero en una mujer?

Belleza, con fervor e intuición.

¿Lo que más aprecio en mis amigos?

La fidelidad.

¿Mi principal defecto?

Mi extremada susceptibilidad.

¿Mi ocupación preferida?

Ahora, la pintura.

¿Mi sueño de dicha?

Vivir con los que quiero durante algunos centenares de años. El oficio de vivir es tan difícil y la vida tan corta que cuando se lo comienza a aprender ya hay que morirse. No querría ser eterno, porque la eternidad le quitaría valor a los hechos de la existencia, todos somos transitorios; pero me gustaría vivir una cantidad razonable de años, esos centenares.

¿Cuál sería mi mayor desgracia?

Perder a Matilde, la compañera de toda mi vida, desde que éramos unos chicos.

¿Qué quisiera ser?

Ahora, un pintor capaz de expresar intuiciones que no pude expresar con palabras.

¿Dónde desearía vivir?

Donde vivo, en mi tierra; desventurada como es, imperfecta como es. Porque es donde nací, fui niño, tuve ilusiones, quise transformar el mundo, amé y sufrí. Y porque a una tierra nos unen entrañablemente no sólo sus felicidades y virtudes sino –y sobre todo– sus tristezas y precariedades.

¿El color que prefiero?

Ésta es ya una de las preguntas que no me gustan en este famoso cuestionario, porque el hombre es demasiado contradictorio e insaciable para conformarse con un color, con un músico, con un escritor. Ya, por lo pronto, la dialéctica del día y la noche es también la dialéctica de lo fantástico y lo cotidiano, de lo simbólico y lo racional. Todos somos santos y demonios, según el momento, según el que tenemos delante, según las circunstancias. Todos somos piadosos y despiadados, ateos y religiosos. Al menos, así me lo dicen mi propia experiencia y mis innumerables contradicciones. Tal vez por eso he sido novelista, pues los personajes de ficción son hipóstasis, muchas veces opuestas, del mismo corazón. ¿Colores? No sé, creo que todos, según el momento y el estado de ánimo.

¿La flor que prefiero?

Hay ocasiones en que me deslumbra una orquídea y otras en que me extasío examinando de cerca alguna pequeñita flor silvestre, como ésa que en nuestro campo se llama “corazón de novia”.

¿El pájaro que prefiero?

Sobre todo, las aves de gran altura, cuando vuelan: el águila, el cóndor.

¿Mis autores preferidos en prosa?

Dostoievski, Cervantes, Tolstoi, Stendhal, Proust, Kafka, Thomas Mann, Chejov, Virginia Woolf, el Thomas Hardy de Judes el Oscuro, Malcolm Lowry, y muchos más.

¿Mis poetas preferidos?

Me sucede como con las flores: a veces uno modestísimo como Prévert; otras, alguno grande como Rimbaud. A veces un solo verso de un poeta, aunque el resto no me atraiga demasiado.

¿Mis héroes de ficción?

El Quijote.

¿Mis heroínas favoritas de ficción?

Aquellas de las que podría haberme enamorado. Alguna mujer de Stendhal, por ejemplo, o de Dostoievski.

¿Mis compositores preferidos?

Los barrocos, sobre todo en los movimientos lentos; Vivaldi en particular, especialmente el concierto para violoncelo en Mí menor; el solemne y ceremonioso Haendel; Corelli, y el inevitable Bach: el coral “Jesús, alegría del hombre”. Cito al azar del recuerdo, es absurdo decir esto o aquello. Y porque me da rabia tanta injusticia, el menosprecio de tanta gente, el Schubert grande (pienso ahora en ese patético llamado de ayuda del segundo movimiento del quinteto, opus 163, en sus lieder, en la música sombría que acompaña a aquel verso de Heine “in dieser Hause wohnte mein Schatz” (en esta casa vivía mi amada). Pero para qué dar detalle de toda la música, por un motivo o por otro. Hasta alguna canción de Los Beatles, o una hermosa de John Lennon, acompañada de piano, cuyo nombre no recuerdo. Es como eso que dije antes de la florecita silvestre. Y Schumann, y partes del quinteto para clarinete de Brahms, y Béla Bartok, y qué sé yo cuánta música más.

¿Mis pintores predilectos?

No, tampoco me gustaría especificar: hay decenas de pintores que me fascinan o me gustan o me hacen pensar o soñar, según el día, la melancolía o la pasión, el sol o la luna.

¿Mis héroes de la vida real?

El Che Guevara, ese hombre que siempre combatió de frente y que murió tristemente en medio de la soledad, la selva y la derrota. Ese hombre noble que se permite invocar tanto miserable que asesina inocentes con bombas en una playa, o en un aeropuerto, anónima y cobardemente.

¿Mis heroínas históricas?

Mi madre.

¿Mis nombres favoritos?

Alejandra.

¿Qué detesto más que nada?

Las pasiones menores y vergonzosas: esa hermana despreciable de la prudencia que es la cobardía, esa especie de caricatura del orgullo que es la vanidad, ese pariente pobre y resentido de la admiración que es la envidia.

¿Qué caracteres históricos desprecio más?

Hitler y Stalin.

¿Qué hecho militar admiro más?

Las luchas heroicas de los pueblos desvalidos contra los opresores poderosos.

¿Qué reforma admiro más?

La que nos puede dar un mundo en que no haya niños que se mueran de hambre. En que haya justicia social pero con libertad: ni tiranía del dinero ni tiranía del buró político.

¿Qué dones naturales quisiera tener?

La bondad absoluta.

¿Cómo me gustaría morir?

Consciente de mí mismo, sin injertos ni operaciones monstruosas, como yo mismo: no como una basura anónima y drogada.

¿Estado presente de mi espíritu?

Angustia por el destino de mi patria.

¿Hechos que me inspiran más indulgencia?

Las debilidades humanas, pero no sus bajezas.

¿Mi lema?

Resistir.

Tomado de “Medio siglo con Sabato”

de Julia Constela

Fuente: LA PATRIA
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