Sábado 25 de enero de 2014
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En un ambiente de justificado pesimismo dieron comienzo esta semana en Montreux (Suiza) las conversaciones de paz sobre Siria, patrocinadas por Washington, Moscú y las Naciones Unidas. En efecto, la segunda ronda de consultas empezó con virulentos ataques verbales de los representantes del Gobierno de Damasco contra los emisarios de la ya de por sí fragmentada oposición política y con no menos violentas contrarréplicas de las distintas agrupaciones de combatientes, en su gran mayoría, de corte islámico, que acudieron muy a regañadientes a la cita de la ciudad helvética. Malos presagios para el desenlace de una conferencia de paz poco deseada por las partes en conflicto, aunque sí por los padrinos de ambos bandos – Rusia y Estados Unidos.
Huelga decir que las dos superpotencias tratarán de aprovechar los encuentros de Montreux y Ginebra para… enderezar los entuertos. Y ello, por la sencilla razón de que en el caso de Siria, el guión preestablecido de la revolución de Twitter, que algunos llaman pomposamente “primaveras árabes”, fracasó estrepitosamente. Washington y sus aliados regionales – Arabia Saudí, Qatar y Kuwait - no lograron derrocar a Bachar al Assad. El hombre fuerte de Damasco logró sobrevivir. ¿El precio de su victoria pírrica? Un baño de sangre que se cobró alrededor de 130.000 vidas de civiles inocentes. Cabe suponer que los daños colaterales hubiesen podido ser mucho más elevados si los planes bélicos del Presidente Obama llegan a materializarse. El Kremlin logró en el último momento frenar la aparatosa ofensiva militar ideada por el… Premio Nobel de la Paz. ¿Simple casualidad? ¿Golpe de suerte? Decididamente, no. Las autoridades rusas recurrieron a las tácticas de guerra convencional para neutralizar los impulsos bélicos del inquilino de la Casa Blanca. Y Obama no tuvo más remedio que dar marcha atrás…