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Domingo 19 de enero de 2014

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Cultural El Duende

Con Numa Romero del Carpio

19 ene 2014

Fuente: LA PATRIA

Entrevista registrada por el escritor Heberto Arduz Ruiz en su libro “Mis personajes de fin de siglo”, editado en la ciudad de La Paz en 2013

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Una de las ramas del saber humano más desatendidas por el común de las personas, sin lugar a dudas es la filosofía. ¡Ah, si habrá algo más pesado que esto! refunfuñará un ama de casa, o un político de pacotilla –de los que abundan en nuestro país– frente a un libro de Marcuse o Sartre. Pero como nuestro propósito se inclina hoy por la excepción, antes que por la regla, quisimos conversar con un estudioso de la materia y destacado escritor de ensayos filosóficos. Este el diálogo sostenido:

Heberto Arduz Ruiz (H.A.) – Tenemos noticia de que merced a sus inquietudes, junto a las de otras personas, el año 1946 pudo fundarse la Escuela de Filosofía y Letras en la UMSA de La Paz. ¿Qué motivos prevalecieron para ello?

Numa Romero del Carpio (N.R.) – La Escuela de Filosofía y Letras se fundó, efectivamente, en 1946. Los motivos fueron precisos, muy precisos. La Universidad carecía de un centro cultural orientado a diferentes ramas del saber: filosofía, historia, letras, psicología, sociología, etc.; departamentos que con posterioridad ganaron su autonomía, con planes y programas definidos.

(H.A.) – ¿Qué otras personas intervinieron en la materialización de tal propósi­to?

(N.R.) – El propiciador para la creación fue Héctor Ormachea Zalles, brillante rector, cuya trayectoria es ampliamente conocida. Ormachea otorgó una misión a Roberto Prudencio: trasladarse a la Argentina y conocer a fondo la organización de las Facultades de Filosofía y Letras, en Buenos Aires, y la Facultad de Humanidades en La Plata. A su regreso, trabajamos asiduamente tres personas: Roberto Prudencio, Augusto Pescador y Numa Romero. Así surgió la Escuela de Filosofía y Letras, con el aporte valioso de Manfredo Kempff Mercado, Nicolás Fernández Naranjo, Humberto Palza Solíz y otros distingui­dos intelectuales, aunque no fueron, todos ellos, fundadores.

Numa Romero del Carpio nació en Sud Cinti, Chuquisaca, en una propiedad de sus padres llamada “Higuerahuaico”, el año 1903. La familia materna es tarijeña. Él fue profesor en filosofía y ciencias de la educación, título obtenido en la Universidad Nacional de La Plata, República Argentina.

(H.A.) – Radicado desde hace años en esta tierra, apacible por excelencia, don­de el factor tiempo pareciera no contar, donde las personas no están expues­tas a los problemas que representa vivir en las grandes urbes, en fin, donde aún se mantiene el contacto entre hombre y naturaleza, ¿encuentra usted algún interés, a nivel de gente joven, por el estudio de la filosofía?

(N.R.) – La juventud tarijeña anhela el conocimiento filosófico. Muchos jóvenes establecen contacto con mi persona; pero lamentablemente en la Universidad de Tarija no existe una Facultad de Filosofía. En la actualidad con mucho esfuerzo se ha creado la Escuela de Psicología y, en años anteriores dicté cursos sobre la materia. Tengo la seguridad que con el correr del tiempo se fundará la Facultad de Humanidades que está prevista en los planes universi­tarios.

(H.A.) – ¿Algún nombre que Tarija hubiese aportado, en este campo del estudio de la filosofía ?

(N.R.) – Sólo conozco la inquietud y trabajo universitario del patricio tarijeño Octavio O’Connor D’Arlach, quien en sus cátedras de Derecho Romano y Filosofía del Derecho expuso y desarrolló en forma brillante temas filosóficos.

(H.A.) – El tarijeño aspira más ser cultor de la poesía, con todo el caudal de sentimiento que la proximidad del paisaje le brinda, o quizás, receptivo a otros mensajes telúricos, se inclina por los asuntos vinculados con la filosofía?

(N.R.) – Innegablemente presta mayor atención a la poesía. Tarija es cuna de poetas extraordinarios: Octavio Campero Echazú, Oscar Alfaro, Alberto Rodo Pantoja y, entre los jóvenes, Marcelo Arduz Ruiz. La filosofía vendrá des­pués. Hegel afirmó: “El búho de Minerva levanta su vuelo a la caída del crepúsculo”. Se refería a la filosofía.

Al responder el cuestionario, el profesor Romero se muestra seguro y confiado de cuanto afirma y al hacerlo camina de un extremo al otro de la pequeña habitación que le sirve de biblioteca y sala de estudio, donde escribiera buena parte de su obra.

Sus ojos claros, de mirada penetrante, revelan una serenidad de espíritu realmente admirable. A través de ellos, se le intuye bondadoso.

(H.A.) – ¿El ambiente del valle es propicio para la meditación?

(N.R.) – El valle de Tarija predispone en forma sobresaliente a la meditación. En mi contacto con la naturaleza he dialogado con las montañas, el transitar rasante de los insectos, con el lenguaje rumoroso de nuestros ríos y arroyos cristalinos. Tengo un trabajo que publicó “El Diario” en su suplemento literario, titulado “Angustia”, y es un diálogo con un caballo inquieto.

(H.A.) – Esto supone un simbolismo o, ¿por qué, para dialogar, eligió la figura de un caballo?

(N.R.) – No hay alegoría ni simbolismo. Fue un encuentro real, en el campo, y dialogué con él.

(H.A.) – ¿Qué trabajos tiene en preparación?

(N.R.) – En el día de hoy cierro uno de mis libros inéditos, titulado “Ensayos”, con un trabajo que lo denomino “Yo me llamo...”, que sintetiza las ideas de mi filosofía.

(H.A.) – ¿Cómo definiría su posición filosófica?

(N.R.) – Concluyo dicho trabajo así: “Al participar en Dios comprendí mi destino y, en forma imperfecta, el devenir trascendente de todo lo creado”. En este ensayo defiendo lo siguiente: Mi filosofía no es sistemática, sino aporética. Me enfrento a los problemas y pretendo descubrir su esencia y la verdad que encierran. No parto de un fundamento o de principios generales, para luego desarrollarlos en forma sistemática. Mi actitud es distinta. Surge en mí el asombro y frente a lo creado, procuro penetrar en su contenido y en actitud mística llegar a Dios.

(H.A.) – ¿Podría hacer conocer a nuestros lectores, un resumen del trabajo cultu­ral desarrollado por usted?

(N.R.) – Mi vida fue muy agitada, durante la larga permanencia que tuve en La Paz y que representa casi toda mi vida. Dictaba varias cátedras en el Instituto de Ciencias Sociales y la Escuela de Filosofía y Letras. Era catedrático e intervine en la reapertura del Instituto Normal Superior. Por tales circuns­tancias, tenía un tiempo muy limitado para estudiar y renovar conocimientos, lo que determina, casi siempre, un anquilosamiento intelectual y un trabajo rutinario.

Quise vencer esta situación negativa y por circunstancias muy personales, me radiqué en Tarija. En esta ciudad he descubierto algo extraordinario, que el ambiente estimula el trabajo intelectual, por cierto en una labor solitaria. Durante siete a ocho años he producido constantemente, tanto en filosofía cuanto en historia. He asistido a varios congresos internacionales en esta última materia y mis trabajos han sido publicados con gran relieve. He concluido diez libros de filosofía, de los cuales se han editado “Perplejidad” y “Mismidad”, ambos agotados. Uno de los ensayos incluidos en este último libro, editado en 1969, titulado “Mis manos”, es pura mística.

Nuestro entrevistado confiesa haber escri­to tal trabajo en un estado espiritual místico.

(H.A.) – ¿Cómo titulan sus libros inéditos?

(N.R.) – “Asombro”, “Cosmovisión”, “Meditaciones”, “Inquietud”, “Serenidad”, “Éxtasis”, “En­sayos” y “Forjando patria”.

Detiene su andar peripatético. Levanta un legajo que contiene sus obras inéditas y la lucecilla que de pronto le ilumina los ojos, nos hace meditar en cuánto representa ese cúmulo de archivadores. ¡Toda una labor de años!

(H.A.) – ¿Por qué razón no publicó dichos títulos?

(N.R.) – Por falta de dinero. Para publicar un libro se requiere una fortuna. Estoy procurando interesar a instituciones importantes para que editen mis obras completas.

(H.A.) – ¿Preferencias en sus lecturas?

(N.R.) – Mi libro de cabecera es las “Confesiones” de San Agustín. También leo mucho a Teilhard de Chardin y a Jaspers.

Suave en el trato, le gusta hablar de sus obras y de los libros que relee. Nos muestra su ordenada biblioteca, que ocupa dos estanterías de pared a pa­red; en cuyo centro, como para dominarlo todo, se encuentra una mesa de trabajo que al iniciar la conversación amablemente nos cediera para tomar apun­tes. Un ambiente grato, pleno de luz solar y de la otra, la que destilan los libros.

Fuente: LA PATRIA
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