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Domingo 19 de enero de 2014

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Cultural El Duende

La retórica de la profundidad en Jaime Saenz como quimera seductora

19 ene 2014

Fuente: LA PATRIA

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A principios del siglo XXI se ha establecido un notable culto literario al poeta Jaime Saenz (1921-1986). La continua reedición de los libros de Saenz y su aprecio de parte de los intelectuales bolivianos es un misterio para los jóvenes de mi generación, que apenas llegamos a los treinta años de edad. Compramos sus obras por sugerencia expresa de nuestros profesores circunstanciales. Rara vez terminamos voluntariamente y con gusto un texto de este maestro del misterio. Por ello creo que Jaime Saenz es la lectura predilecta de algunos catedráticos, periodistas e intelectuales que ejercen el oficio de sacerdotes de un saber esotérico. Ellos son los principales (¿o los únicos?) lectores de este autor, por una razón poderosa y sencilla a la vez. La prosa saenciana, difícil de comprender sin la ayuda manipuladora de estos clérigos, se presta, como todo texto religioso y mítico, a las interpretaciones más diversas y antojadizas. O dicho claramente: estos profesores ven en las oscuridades saencianas una especie de representaciones de sus fobias y sus esperanzas, que ahora deben ser adoptadas por nosotros, las generaciones jóvenes que ya no sabemos defendernos de las insinuaciones que nos llegan autoritariamente de arriba. Por ello creo que Jaime Saenz es considerado por sus partidarios como el autor más representativo del siglo XX en Bolivia.

A decir de su discípula directa Blanca Wiethüchter (1947-2004), la obra de Saenz abarca varias dimensiones: “Desde un principio se origina en la búsqueda de nuevas orillas, y en respuesta a las grandes interrogantes, grandes dudas, grandes angustias y, del propósito de dar el salto irreversible y definitivo que lo llevará en procura de la gracia […]. Saenz quiere elevarse más allá de sí mismo y alcanza el ser: identidad y totalidad ontológica”. Este fragmento de Wiethüchter es ilustrativo y representativo por dos razones: (1) Expresa un lugar común (“la búsqueda de nuevas orillas”), propio de todo artista, escritor y pensador y, por lo tanto, no sirve para explicitar la especificidad de Jaime Saenz y sus rasgos distintivos. (2) Dice que Saenz quiere alcanzar “identidad y totalidad ontológica”. Esta es una típica expresión altisonante, que siempre cae bien y no dice nada concreto. Todos queremos consolidar una identidad propia y elevarnos más allá de lo cotidiano. Esta frase no explica nada sobre el poeta, pero Wiethüchter otorga a Saenz el aura de una gran sabiduría filosófica, precisamente porque se pierde en la nebulosidad de las modas intelectuales y literarias del momento.

El fuerte de Jaime Saenz es tratar de mostrar su percepción subjetiva de las cosas y personas. La ascensión, la otredad, la escisión, la muerte, la imagen, el descendimiento, la oscuridad, la interioridad, el espíritu, el tiempo y el espacio son ampliamente mitificados por el poeta. Para percibir esas verdades ocultas que el poeta describe uno tiene que penetrar allí donde se esconden los arcanos del ser. Ahí reside la dificultad de entender los trabajos de Saenz que transitan entre la profundidad y la banalidad literaria. Pero ese misterio de la incomprensión –de los otros– está fuertemente amplificado por los seguidores de Saenz. La retórica del poeta es “profunda” porque no se puede entender, comprender y explicar. Ese es el genuino baluarte del autor de Felipe Delgado.

Un ejemplo de esta literatura superficial pero insondable está en su obra Imágenes paceñas. Lugares y personas de la ciudad (1979). Este texto fue recientemente reeditado por el Gobierno Autónomo Municipal de La Paz. En la presentación del libro el Alcalde Municipal, Luis Revilla, devotamente afirma: “Tienen entre sus manos una de las grandes obras de la literatura nacional, Imágenes paceñas, que forma parte de la mochila escolar 2013 para estudiantes de secundaria del Municipio de La Paz”. El ilustre edil paceño relata: “Para la selección de esta obra, se hizo una consulta sobre la pertinencia de su publicación a la Carrera de Literatura de la Universidad Mayor de San Andrés. La respuesta recibida –menciona Revilla– señala que la elección de este texto es muy adecuada y, sobre todo, educativamente innovadora. Por eso, este año (2013) recibirán este valioso libro de Jaime Saenz, no sólo por su gran calidad literaria sino porque es una obra fundamental que transmite amor, el respeto y la admiración por La Paz y sus habitantes”. Este testimonio nos revela que son unos cuantos catedráticos de la Carrera de Literatura que ejercen la labor propagandística a favor de la obra de Saenz. El alcalde Revilla simplemente se adscribe acríticamente a esta percepción dogmática y sentencia dócilmente: “Es uno de los más grandes poetas y narradores bolivianos del siglo XX”.

El autor de Imágenes Paceñas incita a sentir que la ciudad de La Paz tiene una doble fisionomía. Mientras una se exterioriza a los sentidos “normales” y estos no ven nada especial, la otra se esconde permanentemente a los ojos de los habitantes comunes. Saenz dirige su atención a lo segundo, a lo “oculto”, a lo “misterioso” y al “espíritu que mora en lo profundo”, que él afirma que se manifiesta en algunas calles y en ciertos personajes de La Paz. El poeta afirma que hay un enorme enigma en la urbe paceña que está velado al entendimiento normal. Eso que para los “comunes” –como yo– no ven nada de especial, ni misterioso en un callejón, en un simple muro de adobe, en una puerta ignorada del zaguán, en una piedra lisa que reposa en alguna plazuela. Para Jaime Saenz en estos lugares usuales se puede encontrar el espíritu de la paceñidad. Imágenes paceñas tiene una parte dedicada a esos lugares íntimos de la ciudad de La Paz, como la plaza Churubamba, la Plaza Garita de Lima, el Cementerio General, Villa Victoria, las calles Max Paredes, Illampu, Sagárnaga, la avenida Buenos Aires. La segunda parte del texto hace mención a personajes como la chiflera (vendedora de productos “mágicos” para rituales andinos), el afilador de cuchillos, el joyero, el lustrabotas, el adivinador, el ojalatero, el loco, el zapatero y el aparapita (denominativo popular para los cargadores de los mercados paceños). Esta conjunción de lugares y personajes sentida por Saenz es de algún modo similar a la idea que fraguó Fernando Diez de Medina (1908-1990) en su libro Imantata: lo escondido (1975). Para este autor el paisaje, el hombre y los nombres (Sariri, Amauta, Nayra-Willka) proyectan sugestiones espirituales congénitas: “Imantata significa lo escondido, lo que no se conoce bien, lo que apenas se adivina porque su manar entrañable discurre en su interior”. La diferencia entre Diez de Medina y Saenz reside en que el primero pasó al olvido total por parte de la clase intelectual y el segundo está fuertemente sobrevalorado por parte de sus fieles discípulos que lograron engrandecer la ambigua literatura de Saenz en las casas superiores de estudio.

Este misticismo subjetivo que caprichosamente Saenz adjudica a ciertas calle y personajes de La Paz son meros trozos hondamente simbolizados en esta obra. En el fondo el poeta y sus imágenes no dicen nada concreto ni relevante. A mi parecer lo más interesante y notable de Imágenes paceñas son justamente las imágenes fotográficas tomadas por Javier Molina B., que ilustran el texto. Las representaciones pictóricas nos reflejan los cambios significativos que sufrió la sede de gobierno en escasos treinta y cuatros años. El mismo Jaime Saenz evoca sin cesar “la magia de la ciudad”, que no es otra cosa que el resplandor interno de la soledad. Pero como este estado de ánimo no puede ser descrito adecuadamente en palabras, Saenz (en la introducción del libro) atribuye a las cosas cotidianas y ordinarias una “interioridad y contenido” superiores a los fenómenos visibles. Y la labor favorita de los profesores de literatura es interpretar –mediante textos esotéricos– ese mundo interior aparentemente tan rico y tan diferente de la despreciable modernidad.

Pero esta búsqueda constante de lo oculto tiene mucho que ver con que los seres humanos no somos por naturaleza racionalistas. Por el contrario somos originalmente románticos, poéticos y mágicos y tendemos a atribuir a la realidad particularidades misteriosas, fantásticas, no sólo a lo visible sino tambiéna lo invisible, que resulta en el caso de Imágenes paceñas estar espléndidamente vivificadas por Saenz. Al respecto el filósofo Francis Bacon (1561-1626), con respecto a las cosas “míticas” y “misteriosas” indicaba que no eran producto de circunstancias deficitarias del ser humano. Hay que ver en ellas la manifestación de una predisposición permanente del entendimiento humano. El ser humano se siente atraído por conocer lo “oculto” de las cosas, así no exista esa “profundidad”, pero vale más lo que se cree y percibe. Por eso la popularidad de Jaime Saenz es extraordinaria, no solamente en círculos literarios de La Paz, sino que trasciende a países como Chile e Italia donde hay un culto creciente en torno a la obra de Saenz.

El embrujo subjetivo que sienten sus discípulos al tocar los libros de Jaime Saenz es visto como la última palabra. Los partidarios del poeta no ponen en cuestionamiento la obra del profeta, ni forjan un espíritu crítico que cuestione esas verdades no entendidas. Prevalece en ellos el hechizo mítico-mágico, el secreto, el enigma, la ambigüedad, la incomprensión (pero profunda) de la obra literaria de Saenz. Esto es algo ideal para aquellas almas religiosas que forjan esa búsqueda espiritual en el recóndito de sus nebulosas imágenes, pero que no saben exactamente lo que buscan. Esto parece ser atrayente para los dogmáticos de los abismos. El propio poeta en un destello de claridad señaló: “Un alarido profundo tiene que ser siempre el alarido de la humanidad”.

Freddy Zárate. Abogado. La Paz

Fuente: LA PATRIA
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