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Domingo 05 de enero de 2014

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Cultural El Duende

Gastón Cornejo:

Encuentro con Gabriela Mistral

05 ene 2014

La luz del espíritu se revela por doquier pero es más intensa y diáfana cuando se vierte en seres sensibles al dolor y al sufrimiento. La vida del médico está signada por tal circunstancia y su existencia toda es un denodado combate contra las fuerzas que atentan el equilibrio psicológico, la plenitud orgánica, el bienestar, la alegría. En la especialidad quirúrgica y el arte, poseídos con inmenso sacrificio en laboriosos años, la renovada satisfacción del éxito y el hondo pesar del fracaso, justifican con el tiempo, una aureola de distinción en el fuero interno, coronando la mente lampos de luz que proyectan su horizonte hacia la belleza y el amor. (Gastón Cornejo Bascopé. Presidente de la Sociedad de Geografía e Historia de Cochabamba)

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Montegrande, La Serena, Chile

6 de noviembre de 1990

Con renovada disposición espiritual, luego de tres décadas, retorno al Norte de Chile, áspera geografía de mi patria cultural donde inicié instancias primarias de hombre en maduración y galeno reciente. En esta anhelada incursión, ilusiono encontrar las huellas, la voz y el alma de la excelsa poetisa americana y chilena, la Nobel Gabriela Mistral.

Desde la infancia retozona gusté de su ternura en los musicalizados versos: “Piececitos de niños, azulosos de frío…”. Memoricé sus poemas y aprendí a amarla en su dimensión trágica al conocer la dolorosa intimidad de “Los Sonetos de la Muerte”.

La hermana mayor, la Dra. Lily Cornejo Bascopé, quien se formó también en la facultad de Bioquímica y Farmacia de la universidad de Chile en Santiago, ya insinuó la grandeza de este ser tan cálido en ternura. Una toma fotográfica de la familia lleva un verso estampado con su propia letra:

“Yo no tengo otro oficio/ después del callado de amarte/ que este oficio de lágrimas, duro/ que tú me dejaste…/ Tengo vergüenza/ de vivir de este modo cobarde./ ¡Ni voy en tu búsqueda/ Ni consigo tampoco olvidarte!

Distinguí su noble rostro y su figura cuando estudiante universitario en Santiago, gocé de su presencia en un retorno temporal, allá por la década del 50. Fue entonces que la prensa especuló con picardía su pedido insistente al presidente Carlos Ibáñez del Campo de ver a Pablo Neruda, entonces proscrito y exiliado por Gonzales Videla; reclamado porfiadamente al presidente uniformado en la tribuna organizada en la Plaza “Bulnes” donde fue recibida con la mayor solemnidad. Ella conoció al poeta desde la juventud. En el acto se reveló solemne, alta, sencilla y elocuente. Era la personificación de la delicadeza y dulzura humana.

Así conocí alborozado a la insigne chilena que llegó a la vida en Coquimbo, Norte Grande, un otoño de 1889, nombrada Lucila Godoy Alcayaga. Fue empeñosa maestra rural de renombrado magisterio en Temuco, Punta Arenas y Santiago, ciudades donde asumió la dirección de los Liceos más importantes.

Su inefable canto poético fue plasmado en “Desolación”, “Ternura”, “Tala”, “Poemas de las Madres”, “Canciones de cuna”, “Antología Poética”.

Distinguida por su patria, condujo su voz oficial a Montevideo, Buenos Aires, México, Europa y Estados Unidos, en amplio derrotero de meritoria y majestuosa representación. Se elevó a la cúspide alcanzando para Chile y América, el Premio Nobel de Literatura en 1945.

Su existencia material concluyó en un pueblo americano de Estados Unidos al iniciarse 1997, cerrando el cofre de su bella existencia fue a yacer para siempre en Monte Grande.

Cuando evocaba su figura la imaginé próxima al amado que prematuramente partió trisándose los parietales; lacerando de este modo en ella indelebles y profundas angustias que sublimó en ternura y escritos poéticos; se acrecentó así su delicada sensibilidad y abrió cauce a lo que más tarde constituyó su frustrada maternidad. Fruto del clima así engendrado son sus Rondas Infantiles, su prosa cadenciosa plena de inmarcesibles mensajes.

Cirujano de la Salitrera en las Oficinas de Tal Tal, reparé por doquier en esos poblados campamentos el rostro del infante abandonado y pobre cuya tierna fotografía quedó enmarcada adornando el hogar campesino de Huayllani en Cochabamba, con la significación del verso: “Dichoso yo si al fin del día, un odio menos llevo en mí…”

Me encuentro en La Serena asistente a un Congreso quirúrgico. Logré sustraer tiempo al estudio científico para visitar a la sublime mujer en su lecho terreno. Predispongo los afectos proclives a la emoción que me deparará la trascendental peregrinación, cumpliré mi sueño de llegar a Monte Grande.

Contrariado advierto que no todos los compañeros de romería demuestran idéntico anhelo, actitud incomprensible ante la majestad de un ideal largamente soñado que se va tornando realidad.

El viaje depara tres horas de grato paisaje partiendo de la Serena por el valle de Elqui, tan presente en la evocación de la Nobel. Los campos verdes están cubiertos de extensas viñas cargadas de robustos racimos, ganan espacio en el horizonte, en el valle y laderas cordilleranas. El aire límpido y transparente confiere profundidad al cielo azul turquesa. Distingo a campesinos de expresiva figura, de suaves rasgos faciales y endurecidas manos laboriosas que dan comienzo a la vendimia.

Al arribar a la sierra se cruza un río de aguas cristalinas poblado de cangrejos y caracolas que corre sinuoso entre los cerros. El camino angosto serpentea por las faldas polvorientas, luego asciende las montañas metálicas, argentadas, grises, ocres, azules, a momentos muy empinados, soberbios, que ofrecen su plenitud en las cumbres de antiguas piedras. Rescato a León Felipe y a Jesús Lara que juegan con el vocablo como el motivo de sus versos, los asocio con Gabriela comprendiendo el sentido de un poema reflexivo:

“Carne de piedra de la América/ alhelí de piedras rodadas/ sueño de piedra que soñamos/ piedras del mundo pastoreadas/ enderezarse de las piedras/ para juntarse con sus almas.

En el Valle de Elqui/ bajo la luna de fantasma/ no sabemos si somos hombres/ o somos peñas arrobadas…”

Llegamos a Vicuña, pueblecito limpio de ambiente bucólico y atmósfera añorante de Gabriela, es mantenido como un santuario el hogar paterno de la sublime poeta donde se erigió el patrimonio dedicado a su memoria.

Ingresando a la estancia familiar veo que ocupa relevante lugar el humilde dormitorio, el catre de antigua conformación metálica, el lavabo y el velador campesino en sencilla limpieza. Todos guardan respetuoso silencio conforme exige el alma ausente de Gabriela niña. La disposición y el conjunto tienen semejanza con el dormitorio de mi madre de su añeja casa de Huayllani. Esta similitud me conmueve, cerrando los párpados la evoco y siento que llega a mí el querido mensaje de su amor profundo, la renovación de su caricia maternal; le respondo iniciando en mi interioridad la breve poesía: “Como hiciste conmigo, hice yo con los hombres. Arranqué de mi cuerpo y de mi alma cuanto pude y se los di. No me habías dicho que duele…”, y prosigo el paseo intensamente emocionado.

Detrás del solar acoge al visitante un atractivo jardín. Al fondo está el salón principal donde se guardan todos los datos de su devenir de estrella, los recuerdos sensibles de su infancia, sus poesías, la apoteosis de Estocolmo. Solamente faltan la medalla de oro con la efigie de Nobel y el respetable testamento que más tarde encontraré en el convento de San Francisco en Santiago.

Continuamos el viaje hasta el extremo del Elqui donde se angosta y concluye el valle. Ascendemos finalmente por la rinconada de los cerros hasta llegar al lugar preciso donde ella dispuso su destino corporal. Subimos a pie el trayecto último donde quedó en reposo eterno, dormida en la santa Madre Tierra. El mausoleo es un jardín empinado rodeado de cipreses, sauces y eucaliptos centrados por una amplia y alta piedra tallada donde está grabado el pensamiento: “Como el alma hace con el cuerpo, así el artista hace con su pueblo”; está registrado el tiempo de su existencia y los testimonios múltiples muy sentidos que el mundo tributa a su memoria.

Puedo rodear el jardín principal que guarda el desposo amado de Lucila Godoy dormida. Un laurel blanco se apoya en la cabecera; margaritas y flores silvestres crecen en competencia decorando su altar sagrado. Entonces, todos quedamos en comunión compartida, nadie pronuncia palabra. Sentados frente a la piedra reflexionamos. Yo pierdo la dimensión del tiempo, encuentro la quietud, respiro paz y palpo amor en el ambiente sutil.

Paseo nuevamente el sendero que rodea la tumba y me despido conmovido sintiendo su presencia y su mensaje. Su canto es real, universal y tierno. Al partir encuentro un busto en su homenaje reproducción de su imagen, altiva y misteriosa que mira la montaña hacia el valle dominando con la mirada el infinito.

Parece decir al despedirnos: “Voy conociendo el sentido material de las cosas/ la montaña que mira también es madre/ y por las tardes la neblina juega como un niño/ por sus hombros y sus rodillas”

Con una última mirada al conjunto expreso mi cariño a los sauces, a los pinos y laureles que me despiden. Doy gracias a Dios por esta vivencia sublime y a mi poeta por la aproximación consoladora de paz a mi alma adolorida de ausencia.

Finalmente, visitamos la escuelita rural de sus añoranzas, los pupitres ordenados de párvulos comenzando la vida, el asiento rector de la maestra, el ajado pizarrón.

Comprendo que la materia prima de su trabajo poético fue extraída del candor de los niños chilenos y de ese cálido entorno ambiental brotó la maravilla de su obra. La naturaleza ejecuta mágicas maniobras y milagrosas creaciones.

En el libro de ofrendas, por incitación de una compañera de viaje registro un pensamiento que expresa el sentir colectivo: “¡DEJAMOS EL CORAZÓN JUNTO A TI, GABRIELA Y PROMETEMOS NO OLVIDARTE JAMÁS! DESDE COCHABAMBA, BOLIVIA!”

Para tus amigos: