Viernes 03 de enero de 2014
ver hoy
Para los que nacimos en la primera mitad del siglo pasado, vivir en este tiempo, es decir en el segundo milenio de nuestra era, es un regalo de Dios. Vimos llegar la televisión, los aviones a reacción, los trasplantes de órganos, los viajes a la Luna, la popularización de la cibernética, las comunicaciones telefónicas a todos los países del mundo, y otros adelantos que ahora, para la generalidad de la gente, resultan corrientes, pero que, para algunos, siguen causando asombro; son productos de una humanidad capaz de lograr lo impensado, y que rebasan la imaginación.
Parecía que vivíamos un tiempo en el que era paulatino, aunque inatajable, el ocaso de los autócratas; eso sí, con diferentes ritmos. Los nuevos países independientes –y aun los de nuestra región– intentan, con diferente suerte, establecer regímenes democráticos, es decir ámbitos propicios para vivir en paz y en armonía, que son presupuestos para alcanzar el deseado ritmo de desarrollo y el progreso.
En nuestro caso, pese al rezago, aun los escépticos guardan una recóndita esperanza de que el bienestar llegue, al fin, a nuestra Patria. Esta es la esperanza que nació en los bolivianos hace más de 188 años, y que aflora cuando conmemoramos el nacimiento de Jesús y cuando enseguida festejamos el advenimiento de un nuevo año.