Miercoles 01 de enero de 2014
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Por el despojo marítimo, es obvio que no tengamos mucha simpatía por Chile, pero eso no impide reconocer con admiración su solidez institucional sobre la que se asienta la democracia, con todas las características y prerrogativas que le son inherentes.
Un hecho que le hace visible a Chile como un paradigma ejemplar es la alternancia democrática. La transición civilizada entre un partido y otro de signo distinto, es una muestra de madurez. La élite política disputa el poder con hidalguía; gane quien gane; pierda quien pierda, el ganador absoluto es siempre Chile. Los chilenos aman su país por encima de las diferencias ideológicas.
En circunstancias especiales cerró su anterior gestión la Dra. Bachelet. El alto índice de aprobación popular fue un aplauso unánime a su brillante desempeño. No es ni siquiera imaginable que hubiera pasado por su mente la idea de prorrogarse en el cargo, de acomodar a su ambición personal la Carta Magna, como hacen hoy los caudillos del ALBA.
Un azar de la naturaleza le permitió demostrar la estoica consistencia de su carácter. Su salida coincidió con el sismo devastador que arrasó una región de Chile. Allí se la vio serena e incansablemente activa en las labores de socorro a los damnificados. Los periodistas le preguntaron cómo resistía sin lágrimas esa desolación, a lo que la Dra. respondió: “No hay tiempo para llorar”.