Cierta carga emocional intensifica la vida en estos días finales del año que pronto pasará “a formar entre los muertos”, como se dice en “Brindis del bohemio”. También es de rigor hacer un alto en el camino para poner las barbas en remojo (si corresponde, claro) y, en todo caso, efectuar un balance de lo que ha sido el 2013 y lo que podrá ser el nuevo que ya suena musical a la vuelta de la esquina.
A lo largo de los 365 días se han registrado sin duda diversidad de situaciones cotidianas; con triunfos y caídas, con regocijos y llantos. Unos tramontaron ya la misteriosa barrera del “no ser”; otros han llegado al nuevo escenario (para ellos) del mundo, para codearse cierto tiempo con los que aún viven. Esa es la vida: “undívaga y abierta como un mar”.
En lo político, el cambio de la cifra anual en el calendario abrirá la recta final hacia un evento colmado de expectativas y esperanzas, acaso también de temores. Las elecciones del 2014, con el protagonista confeso y convicto de haber hecho trampa, comporta graves interrogantes: ¿El MAS renovará su poder en las urnas o empezará a desmoronarse con la pérdida de los dos tercios, aunque siga de presidente Morales? Nadie sabe con certeza, ni siquiera el Tata Cusi con sus embrujos ancestrales.
A nuestro juicio, hay dos actividades que - entre otras - marcaron también por debajo de las expectativas, y que guardan estrecha relación con la cultura: la educación y las letras. En un sentido profundo, la educación es una variable de la cultura: “Un sistema educativo para transformar la vida de un pueblo – de la escuela primaria a la Universidad – depende mucho más de la atmósfera cultural en que íntegramente flota, que del aire pedagógico artificialmente creado en sus aulas”. (E. González).
Todos los gobiernos a su turno no dejaron de hurgar el avispero escolar; les pareció de cajón el añadir entre sus aventuras burocráticas el proyecto de una reforma, pero sin mayor convicción ni idoneidad. Si hacemos abstracción de las faramallas retóricas (revolución educativa, soberanía científica, etc.) al frente no tenemos sino el desafío incólume, sin respuesta. La “Avelino Siñani”, como alguien ha dicho, es otro tiro al aire.
En el campo de las letras, aún falta dar el gran salto hacia un rango superior de calidad, para registrar el nombre de Bolivia en el atlas mundial de la literatura. El 2013 no nos deparó esa suerte; pero algún día vendrá el lauro consagratorio de un Alfaguara Internacional, Planeta, Cervantes o Nobel. La literatura refleja la vida cultural de un país, y no es distinta ni mejor de lo que éste es; tampoco se compra con dinero como la tecnología, pero vale más, mucho más que todas las tecnologías del mundo.
(*) El autor es pedagogo y escritor
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