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Domingo 22 de diciembre de 2013

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Cultural El Duende

Navidad de antaño en el área rural

22 dic 2013

Fuente: LA PATRIA

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La Navidad es una fiesta cristiana que en el pasado se esperaba en las urbes andinas con la misa de gallo. Los niños cantaban y bailaban villancicos. No olvidemos el chocolate con buñuelos. Era la fiesta de la familia. Lastimosamente se ha convertido en la fiesta del dinero. Duele comparar la Navidad de ayer y de hoy.

Recordemos la Navidad del pasado, sin tarjetas protocolares, sin Papa Noel, el dios del comercio.

En el área rural del altiplano cercano a la ciudad de Oruro, antes de la revolución de 1952, este acontecimiento se celebraba sin la presencia de sacerdotes, sin chocolate pero sí con mucho amor familiar. Navidad con sus propias costumbres, tradicionales relatos, con sus buñuelos que, a falta de manteca, eran cocidos en grasa de llama, acompañado de un delicioso té, aunque en la mayoría de los hogares solo fuera sultana, janqañoqa, espinos, airampo, lamphaya, etc. Entonces, la noche sí era buena.

En la tarde, víspera de Navidad, había que preparar lo necesario para la llegada de la fiesta. Los niños y las niñas del campo sabían que esta fecha era un día especial para romper la monotonía. No había pesebre, tanto es que no sabían que en la ciudad, en las casas de algunas familias se esperaba la media noche armando el nacimiento.

La tarde se empleaba para traer greda a la casa, el barro de arcilla. Era un menester propio de los niños después de cumplir con los deberes cotidianos, como conducir el ganado a sus corrales. La hora del descanso era la reunión de la familia junto al fogón.

Mientras la madre cocinaba y amasaba la harina blanca extranjera, el padre amasaba la greda. Noche especial, harina para el buñuelo y arcilla para la habilidad manual. El tiempo transcurría y el momento de alimentarse se cumplía compartiendo el plato del día. No faltaba la chalona o el charque, las papas, los chuños, las habas con la harina de maíz o la quinua. Los buñuelos debían esperar.

Cuando llegaba el momento, sentados junto al calor del fogón y teniendo como mesa una lata que fue recipiente de alcohol, una tabla de madera gastada por los años, o simplemente una piedra laja, cada quien debía que demostrar su iniciativa. Las ásperas manos de los padres y las delicadas manitas de los niños se transformaban en las de un artista. La greda, único material, era distribuido por el padre para que cada quien pudiera modelar la Navidad. No era necesaria la imaginación, era reproducir en el barro a los animales de su diario vivir.

El único problema que todos tenían era ¿qué animal modelar? Lo que en días anteriores estaba decidido, con la greda en la mano ya no era tan fácil de reproducir. Las miradas se dirigían al padre y la madre pidiendo orientación. Con la experiencia de una vida, el padre sugería a cada quien cómo obrar, entonces afloraba la inspiración y manos a la obra.

Para unos qué fácil es hacer la llamita, para el otro el toro, la oveja no quiere tomar forma, parece un chivo, bueno que se quede en chivo, el perro tiene que tener parecido con el cachorro de la Negra, el burro es difícil por sus largas orejas. Más difícil son la gallina, el gallo, el conejo de la región y pare de contar. Los mayores reciben el consejo de la mamá y los menores la ayuda del papá. Pasa el tiempo y va concluyendo el trabajo. Aquel es muy parecido al animal que dice que es, de este otro algún detalle debe arreglarse... pero para el ojo del improvisado artista es un trabajo perfecto. Noche de la verdadera conciencia familiar. Si todavía viven los abuelos, son declarados árbitros del trabajo.

Todos los presentes tienen barro en las manos, pero eso no importa. Por fin llegó el esperado instante de comer los buñuelos. El paladar de los niños se deleita. El silencio y luego el abuelo cuenta sobre hechos que él no presenció. Les habla de un nacimiento entre pastores, de la huida del niño Jesús a Egipto, el niño Manuelito. ¿Las otras historias? Se contarán al año siguiente.

Después de dormir, o por lo menos haberlo intentado, escuchando el canto de los gallos se sabe que llega el amanecer. Como tarda en llegar el alba, es la señal de que va a ser un día soleado. Tercer canto de gallo y la madre deja el lecho para preparar el desayuno en el pequeño fogón. Se olvidan las papas, los chuños o el charque. ¿La delicia? El buñuelo frío, algo duro, pero sabroso.

Cada quien a cumplir con sus obligaciones. El responsable del ganado llega al lugar del pastoreo, los animales comienzan a buscar la yerba de su agrado. No muy lejos está una persona mayor, muy mayor, que ya no le interesa las fiestas, mucho menos si son de niños. Se deja el ganado al cuidado de los perros y el encargo a la persona mayor, en seguida una carrera a la capilla del rancho.

El pequeño templo católico está abierto, no es la fiesta principal pero está abierto. En su interior los santos vestidos de diversas formas tienen mirada triste. Los niños y las niñas no están para ver los santos, su mirada está en el arco. Son miradas de esperanza para satisfacer su apetito, de los ojos ávidos nace un deseo similar a la gula.

Los arcos de Navidad en el campo eran preparados por los pasantes de la fiesta del año siguiente, el “fiscal” del templo o la autoridad tradicional. Para el primero es una invitación a su fiesta, para los otros dos la despedida del cargo anual. No importa de quién sea el arco pero sí se lo calificará por la cantidad de fruta empleada. Más fruta, mejor autoridad, poca fruta, no era tan bueno en el cargo.

El arco no es muy alto y se coloca a la salida del templo. Por ser inicio del verano, el arco es verde, con algunas yerbas de la región que cubren los tres maderos. Algunas flores para darle colorido. Nadie repara en las yerbas ni las flores, todas las miradas están en las peras. Peras, la fruta de la temporada. Algunas están verdes y otras tienen un tono amarillo, ésas son las más apetecibles.

Como nada en esta tierra es gratis, quien quisiera las peras debía pagar por ellas. Todos los niños, hombres y mujeres al templo a rezar al Niño Jesús. En esos tiempos el niño rural no tenía oportunidad de aprender los rezos. Todos de rodillas a escuchar cómo el “fiscal” cantaba algo que nadie entendía, en un supuesto latín. Una pésima imitación a los curas de la región. Terminado el canturreo debían salir en procesión alrededor de la plaza marcada por cuatro “altares”. En cada esquina oraciones mal hilvanadas del responsable del templo.

Otra vez en la puerta de la capilla, todos esperan la señal para correr. El fiscal o el pasante levanta la mano y los niños son dueños del arco. Las manos de todos tras una pera. Una, dos, tres, no importa cuántas, todos deben tener la fruta que es un regalo al paladar. Día esperado, sueño cumplido. Cada quien a contar la ganancia de su esfuerzo. Los más pequeños son los que menos peras tienen pero los mayores comparten con una o dos de las frutas para consolarles.

Los papás no están con las manos vacías, les tienen preparado un regalo: un pan. Ésta sí que es una fiesta, van a poder comer peras con pan. Para algunos el pan está duro pero qué importa, el pan así duro es pan. El abuelo les había dicho que el Niño Jesús era pobre, que ni siquiera tenía dónde dormir.

Llegó el momento de guardar la fruta. Momento también de poder jugar con los otros niños del rancho. Los juguetes son, en el mejor de los casos, de arcilla cocida, los más comunes una piedra, un madero; lo importante es la imaginación. Como todo lo bueno acaba, llega el momento de que cada uno debe ir a cumplir con su trabajo cotidiano. No más fiesta ¿terminó la navidad?

Los niños responsables del ganado llevan junto con su merienda las peras y el pan. Si algunas están verdes mejor, ésas durarán más tiempo. Mientras haya peras seguirá la fiesta, ya tendrán un año para soñar con la próxima Navidad.

Estanislao Aquino Aramayo.

Escritor. Oruro.

Fuente: LA PATRIA
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