El errático accionar del político frente a su obligación inderogable de hacer política para servir y no para propio beneficio, nos impele a preguntarnos ¿En qué sentido la justicia y las virtudes morales son las fuerzas fundamentales de la conservación y duración de las sociedades y que deberían residir en todo político? En el sentido de que la justicia y la moral constituyen el alma de la sociedad y es la fuerza interna y espiritual de vida. Si esta fuerza se corrompe, como sucede mayoritariamente en los políticos, se introduce un principio de muerte civil en el seno de la sociedad, por el contrario, si el político mantiene la justicia como el valor supremo de su quehacer político frente a la sociedad y fortifica su moral, evitará que la sociedad sea dominada por cualquier sector político y, mientras se mantenga esta fuerza y se conserve dentro de sí la justicia, respeto cívico y la fe, la animará desde adentro una real esperanza de acumular fortaleza para afrontar cualquier intento de opresión o de utilización de la justicia para fines incompatibles con la licitud.
Si los políticos pierden estas virtudes y la sociedad es indiferente a esta pérdida y se deja conducir dócilmente, la muerte invadirá el principio interno de vida con plena libertad de acción y expresión. Un Estado cuyos políticos practican la justicia y la rectitud en sus actos está preservándose a sí mismo ya que estas virtudes tienden por sí mismas a conservar los Estados y esa es la ley inscrita en la naturaleza de las cosas que no es otra cosa que la justicia natural de Dios en la historia humana.
La realidad política es por esencia moral como lo es el hombre mismo, solo se diferencia que la realidad política no tiene el alma substancial e inmortal como el hombre. De ello se desprende que las sociedades son organismos siempre en constante crecimiento, son como inmensos bosques de pinos fraganciosos de larga vida, que a resultas llevarán la vida moral y la humana y, en ese orden el tiempo y la muerte son naturales y las comunidades humanas, las naciones, los Estados y las civilizaciones mueren naturalmente y para siempre. Las cualidades de su nacimiento, crecimiento, decadencia, salud, enfermedades y muerte dependen de las condiciones físicas que se mezclen con las cualidades específicas de la conducta moral.
La justicia y las virtudes morales no impiden que las leyes naturales de la senectud obren en las sociedades humanas, pero antes el hombre y la mujer políticos deberán cosechar el fruto normal de éxito y prosperidad para los pueblos, surgidos de la justicia, la ética, la honestidad y la sabiduría política. La perversión política es el ensoberbecimiento de los políticos y esta acción pérfida puede temporalmente no fracasar y triunfar sobre pueblos inocentes y débiles, pero tal perversión política tiende por sí misma a la autodestrucción; por ello cuando un pueblo se ve amenazado por enemigos con poder político deberá desesperadamente incrementar su poder físico y determinante en los procesos electorales y simultáneamente fortalecer sus virtudes morales.
A esto último los pueblos no deben desesperar sino, como he expuesto, aumentar sus virtudes, ya que en la historia de la humanidad son muchos los casos en que el fuerte triunfo sobre el débil, pero no fue un triunfo de la fuerza manifestada como perversión política sobre el Derecho y las virtudes morales. Los triunfos aparentemente duraderos de la injusticia política y la inmadurez de sus operadores, no son raros, en este sentido los ejemplos más ilustrativos son los que ofrece la historia de la colonización moderna, así, los pueblos, ante políticos amorales, llegan, a medida que se esfuerzan, a un verdadero estado político y constituyen realmente una patria política, una comunidad y la fuerza interna e inmaterial compuesta por la moral y las virtudes que mora en los pueblos formada por la justicia, por el amor y su propia y coherente idiosincrasia, convirtiéndose cada vez en un núcleo poblacional estructurado y con alma, tendiendo con esas indeclinables fuerzas a hacer que estos pueblos sean inconquistables.
Si se osa conquistarlos, humillarlos o y atemorizarlos por medio de la manipulación de la justicia, estos pueblos continuarán luchando bajo la opresión, aunque se llame democracia, pues en ellos ya se desarrolló, para no morir, un instinto inmutable de libertad y aplicación legal de la justicia… como una profecía.
(*) Abogado Corporativo, postgrado, en Arbitraje y Conciliación
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