Jueves 12 de diciembre de 2013
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Crece la violencia criminal, el narcotráfico, el comercio ilegal de armas, la trata de blancas y de menores y, en fin, todo lo que degrada la moral pública. Se lamenta la inoperancia de las instituciones públicas, de los cuerpos policiales y de las cortes de justicia y predomina la desalentadora sensación de que ya no hay nada que hacer: la violencia y el crimen –se afirma– son producto de la perversidad congénita del género humano.
Pero, como en todo, hay una excepción: Islandia, es un pequeño país insular ubicado en el norte de Europa que cuenta con una policía fundada en 1778, y que acaba de enfrentar una situación insólita para sus ciudadanos. Un desequilibrado, disparó con un fusil de caza desde su departamento en la capital. La Policía intentó en vano establecer contacto con él y luego lanzó granadas de gas para tratar de reducirlo. Esto no funcionó, y el individuo disparó nuevamente. El equipo policial logró entrar en la vivienda y fue recibido a balazos que impactaron en el casco de un agente y en el chaleco de otro. Los policías replicaron con armas de fuego y el hombre murió más tarde en el hospital. "La Policía lamenta este incidente y presentó sus condolencias a su familia", dijo el responsable policial: una declaración impensable en otros países.