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Domingo 08 de diciembre de 2013

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Cultural El Duende

Oficio peligroso

08 dic 2013

Fuente: LA PATRIA

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“La familia de los Boídos se componen de las boas, anacondas y pitones; éstos provienen de los lagartos, prueba de ello son las púas o cornículos anales, que representan los últimos vestigios de las extremidades posteriores, que desaparecieron en el curso de la evolución”, explicaba el profesor a los alumnos del último año universitario.

En la esquina de la plazuela Colón, medio centenar de curiosos observaban a Iris, la boa, que colgaba del cuello de una joven, que apenas podía sostener su peso. “El Encantador”, así se hacía llamar el compañero de la joven, a unos metros de distancia, sostenía una gran canasta, tejida con palmas. Su voz se dejó escuchar: “Ven Iris, tu cesta te espera”.

¡Ven!.. La boa siseaba, mostrando su lengua bífida al aire. Olía y movía la nariz de arriba hacia abajo. Iris descendió su largo cuerpo con anillos pardos, rojos, amarillos y naranjas, rodeando como en una espiral, la figura de la asistente y amante de su dueño.

Ella, la joven que había nacido en el mismo día que la serpiente, no se inmutaba, estaba acostumbrada a estas lides.

Iris ¡Ven! Llamaba el encantador de serpientes.

La lengua dividida de la boa entraba en la oreja de la asistente, una y otra vez. Se deslizaba entre las piernas largas, que ella abría a propósito. Cruzaba por la espalda. La rodeaba por la cintura. Ella bailaba. La mecía entre sus brazos.

La gente parecía en trance, hechizada. Nadie se movía. Los ojos de la serpiente adquirieron un color lechoso, al dirigirse hacia la multitud, se agrandaban y se encogían en un movimiento intermitente y ondulante, cada vez.

Ahora está quieta rodeando el cuello pálido de la chica, que la besa en la boca. Sus lenguas se entrecruzan.

–¡Si señores! ¡Ésta es mi Iris! –se escuchó decir al hombre. Hubo gritos de admiración o de espanto, entre la multitud apretujada. Todos querían observar desde la primera fila.

“El órgano de Jacobson les sirve para procesar y reconocer los olores, funciona de la siguiente manera: la lengua recoge partículas de aire y olores tan sólo con sacarla, estas señales son enviadas al cerebro”. El profesor con la mirada cansada pensaba: ¿Dónde estarás hijo? ¿Por qué te llevaste a Iris?

Recordó que fue en Urubichá, en un viaje de estudios, donde encontró a la serpiente. Era la más grande que había visto en su carrera.

Con razón, los aborígenes la llamaban el Jichi de la Laguna. La respetaban y le llevaban ofrendas para mantenerla contenta.

Nunca pensé hacerte daño, ¿Cómo iba a hacértelo yo? Un reconocido doctor en Veterinaria, defensor de la naturaleza. Sólo escuché los dos disparos que hiciera mi compañero de expedición. La escopeta Remington, hizo su mortal trabajo, perforando tu cabeza.

La laguna enrojeció y se secó al instante. En el fondo, inmóvil, quedó la sicurí

El profesor mareado, tambaleante llegó hasta ella. Observó su vientre todavía palpitante.

Tomó el puñal que llevaba en la cintura y con sumo cuidado le abrió el vientre. Nació Iris.

Le fabricó un terrario. Era como si fuese un santuario.

–Papá, mira cómo crece, se asombraba día tras día su único hijo.

–¡Cambiaste de traje otra vez! –le hablaba como si fuera su hermana. Ella, por toda respuesta, se enrollaba en el brazo del muchacho, mostrando su nueva piel suave, brillante, resplandeciente. Crecieron juntos.

“Y por último alumnos, no olviden que para manipular a estos animales, después de darles de comer deben lavarse las manos ¡o los pueden confundir con su alimento!”

La calle estaba atestada, Iris entró en su quiboro, el gran canasto trenzado en su pueblo. Haciendo uso de todas sus fuerzas, el joven lo levantó. Ella desde dentro sacó la cabeza y la volvió a guardar. Expuso su cola, mostrando un sombrero con los colores del partido gobernante. Hubo aplausos, vítores y una profusión de monedas.

La pareja regresó a su casa en un barrio alejado.

–¿Por qué no terminaste tus estudios en la universidad? –le preguntó ella, mirándole a los ojos.

–No podía quedarme con mi padre en el extranjero. Debía volver con Iris a su lugar de nacimiento. Lo hice sin su consentimiento. Es como un dolor que llevo adentro. Tal vez sea una maldición.

Trae los ratones, los pollitos y los conejos, la niña tiene hambre, dijo sacándola de la cesta. Crack, crack, se escuchó en la penumbra, ¡Otra vez desnudándose, la perezosa! Él comenzó a desnudar a su pareja. Se amaron en el suelo, en la oscuridad. Iris se deslizaba entre los dos y disfrutaba tanto como ellos.

La antigua piel, vieja y rugosa, de la serpiente se había envuelto en los pies de la muchacha. Él agotado dormía, de costado, plácidamente.

Iris lentamente abrió sus fauces y comenzó a tragarse poco a poco a la mujer hipnotizada, comenzando por los pies. Llegó a la cintura. Ella levantó los brazos y se deslizó, perdiéndose en su interior.

La boa envolvió sus anillos pardos, rojos, amarillos y naranjas en el cuerpo del joven dormido y cerró sus ojos lechosos.

Biyú Suárez Céspedes.

Presidenta de PEN Santa Cruz

Fuente: LA PATRIA
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