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Domingo 08 de diciembre de 2013

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Cultural El Duende

Adrián Desiderato

08 dic 2013

Fuente: LA PATRIA

Adrián Desiderato. Argentina, 1948. Poeta y periodista. Ha publicado “Treinta poemas escritos en invierno”, (Premio El Bardo de la Editorial Lumen, de Barcelona – 1978); “Conejos de opio”, 1976; “Guía del siglo XX para un turista del futuro (finalista del Premio Casa de las Américas – 1991); “Prosas presas y poemas en fuga” (2001) y “El equipo de José nunca existió” (2003).

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El honor

L’honneur, qu’est-ce que l’honneur?

–se preguntaba Gilles Ferrand en los fosos del Marne,

con un agujero en el estómago

por donde entraban la soledad y el viento.

Sin aguja, sin hilo de coser,

el agujero comenzó a devorarlo.

Ferrand miró a su abuelo

encendiendo la pipa junto a la chimenea,

sintió el olor del guiso

que su madre preparaba cantando,

oyó a su padre conversar,

a sus hermanos regresar del establo.

Desesperado, quiso apoyar su pie en esa memoria,

pero cayó y cayó

por una herida interminable

hacia el fondo de un pozo mojado por su sangre viscosa.

Comprendió entonces

que ya no tenía cuerpo, sino un gran agujero

cada vez más sonoro, más suyo y tan ajeno

que, cuando empezó a llover, Gilles Ferrand

fue sólo otra gotera en algún techo de París.

El Lusitania se fue a pique, atravesado

por un pez espada o un torpedo. Mata Hari,

vestida con un verso de Holderlin,

les tiró a los soldados que iban a fusilarla

la locura de un beso. La descarga

alteró la genética y nacieron

orugas gigantescas, metálicas

cuyos ciempiés de cremallera tañían

una cabeza giratoria con gargajos de fuego;

escualos sanguinarios

que sacaban un ojo desde el fondo del mar

y se tragaban a los barcos; aves

con sus vientres hinchados de huevos macilentos,

que los niños ingleses confundieron con globos.

Die ehre, was ist die ehre?

–se preguntaba Reinhard Krankel

bajo la noche de Verdún,

eso les preguntaba a sus dos piernas

tiradas a varios metros de distancia, a su cabeza

que lo miraba desde la otra trinchera, a sus manos

que caminaban solas como arañas espléndidas.

Sus piernas, su cabeza y sus manos

que, de pronto, se juntaban para poderlo recordar.

Desamparados, débiles,

Reinhard y Krankel, al unísono,

se preguntaban, preguntaban

Was ist die ehre?

a sus miembros dispersos, y su mano

derecha respondía: yo solía escribir,

y nosotras corríamos, sus piernas,

en tanto su cabeza

rememoraba pensamientos y sueños

que abrigaron su infancia

Reinhard Krankel, que ya no tenía nada,

lo hubiera dado todo

por un frasco de goma de pegar o una soga

con que atar sus pedazos, con que encolar su cuerpo.

Del cadáver de Krankel salió una cucaracha…

¿del cadáver de Krankel o la pluma de Kafka?

Boris Priakov no preguntó qué era el honor.

Le faltó tiempo o, simplemente,

necesidad de averiguarlo,

aunque oyó hablar alguna vez

de ese dinero falso que circulaba por Europa.

Boris, por lo demás,

tuvo mucho trabajo esa mañana

de octubre a noviembre

cuando el Aurora trajo la aurora desde el mar.

había que organizar el porvenir,

reforzar guardias, colocar banderas,

quitar del cielo las estrellas zaristas

para colgar las bolcheviques. En fin,

darle una mano a Lenin, otra a Trotsky

y confundirse en un abrazo con tantos camaradas.

Honour, what is honour?

–se preguntaba Peter Townley

tendido sobre la tierra de Soissons.

Alrededor del plomo hendido en su cabeza

le habían crecido algas, pensamientos carnívoros

y reptaban lagartos por sus venas hediondas.

La esquirla le dejó el cuerpo tieso

y, a modo de consuelo,

vivos los ojos y una mano. En ésta

sostenía un recuerdo, con aquéllos

miraba su pasado, mientras un rostro lo miraba

(¿todas las agonías tendrán tantas miradas?)

desde una foto, desde

una tarde que se va por el tiempo.

¿El honor, qué es el honor? –se preguntaban

diez millones de muertos,

veinte millones de mutilados y de heridos.

El 11 del mes once a la 11

se firmó el armisticio, en un desvío

ferroviario del bosque de Compiègne, en medio

de la indiferencia de los pájaros,

que, a pesar de la guerra,

nunca dejaron de cantar.

Con pelos y señales

Barbas por todas partes, por todas partes barbas,

y melenas y pelos y porras que flamean

por las pilosas calles de La Habana,

como banderas que crecieron sansónicas,

abundosas, brillantes, estentóreas y libres

al amparo del musgo,

en la humedad, las lluvias de la Sierra Maestra,

sin que el sol las secara,

sin que las afectaran los disparos.

Barbas por todas partes, por todas partes barbas,

para pegarle un susto de cabellos

y pelos sin peinar

a Fulgencio Batista, el bien peinado.

Barbas por todas partes, por todas partes barbas,

dándole AL mar Caribe

un nuevo look y dándoles

a los cubanos una

cabellera sin límites, ensortijada, ancha,

brumosa de mechones y rulos estridentes.

Ya nunca más ese ridículo

corte a la americana. Sólo pelos y barbas.

Fidel con su gran barba,

el Che Guevara con su barba a lunares,

y los milicianos y las niñas y los bebés

con barbas. Barbas

por todas partes, por todas partes barbas,

inaugurando un tiempo de peluqueros ofendidos.

El guerrillero heroico

Tenga cuidado, Comandante,

no vaya ser que el frío, la selva, alguna víbora.

Vístase de humedad, cálcese un río,

pie como los pájaros,

así creerán que no es usted, sino la selva

que susurra, que huele, que camina.

Tenga cuidado, Comandante,

han tendido mil trampas.

Que no hagan ruido sus cabellos,

que no brille su boina ni la tos lo delate.

Mire bien dónde pisa, disimulados bajo el pasto

pueden estar el asma, un escorpión, un ránger.

Cuídese, Comandante,

especialmente de los pasos de octubre.

Fuente: LA PATRIA
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