Adrián Desiderato. Argentina, 1948. Poeta y periodista. Ha publicado “Treinta poemas escritos en invierno”, (Premio El Bardo de la Editorial Lumen, de Barcelona – 1978); “Conejos de opio”, 1976; “Guía del siglo XX para un turista del futuro (finalista del Premio Casa de las Américas – 1991); “Prosas presas y poemas en fuga” (2001) y “El equipo de José nunca existió” (2003).
¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...
El honor
L’honneur, qu’est-ce que l’honneur?
–se preguntaba Gilles Ferrand en los fosos del Marne,
con un agujero en el estómago
por donde entraban la soledad y el viento.
Sin aguja, sin hilo de coser,
el agujero comenzó a devorarlo.
Ferrand miró a su abuelo
encendiendo la pipa junto a la chimenea,
sintió el olor del guiso
que su madre preparaba cantando,
oyó a su padre conversar,
a sus hermanos regresar del establo.
Desesperado, quiso apoyar su pie en esa memoria,
pero cayó y cayó
por una herida interminable
hacia el fondo de un pozo mojado por su sangre viscosa.
Comprendió entonces
que ya no tenía cuerpo, sino un gran agujero
cada vez más sonoro, más suyo y tan ajeno
que, cuando empezó a llover, Gilles Ferrand
fue sólo otra gotera en algún techo de París.
El Lusitania se fue a pique, atravesado
por un pez espada o un torpedo. Mata Hari,
vestida con un verso de Holderlin,
les tiró a los soldados que iban a fusilarla
la locura de un beso. La descarga
alteró la genética y nacieron
orugas gigantescas, metálicas
cuyos ciempiés de cremallera tañían
una cabeza giratoria con gargajos de fuego;
escualos sanguinarios
que sacaban un ojo desde el fondo del mar
y se tragaban a los barcos; aves
con sus vientres hinchados de huevos macilentos,
que los niños ingleses confundieron con globos.
Die ehre, was ist die ehre?
–se preguntaba Reinhard Krankel
bajo la noche de Verdún,
eso les preguntaba a sus dos piernas
tiradas a varios metros de distancia, a su cabeza
que lo miraba desde la otra trinchera, a sus manos
que caminaban solas como arañas espléndidas.
Sus piernas, su cabeza y sus manos
que, de pronto, se juntaban para poderlo recordar.
Desamparados, débiles,
Reinhard y Krankel, al unísono,
se preguntaban, preguntaban
Was ist die ehre?
a sus miembros dispersos, y su mano
derecha respondía: yo solía escribir,
y nosotras corríamos, sus piernas,
en tanto su cabeza
rememoraba pensamientos y sueños
que abrigaron su infancia
Reinhard Krankel, que ya no tenía nada,
lo hubiera dado todo
por un frasco de goma de pegar o una soga
con que atar sus pedazos, con que encolar su cuerpo.
Del cadáver de Krankel salió una cucaracha…
¿del cadáver de Krankel o la pluma de Kafka?
Boris Priakov no preguntó qué era el honor.
Le faltó tiempo o, simplemente,
necesidad de averiguarlo,
aunque oyó hablar alguna vez
de ese dinero falso que circulaba por Europa.
Boris, por lo demás,
tuvo mucho trabajo esa mañana
de octubre a noviembre
cuando el Aurora trajo la aurora desde el mar.
había que organizar el porvenir,
reforzar guardias, colocar banderas,
quitar del cielo las estrellas zaristas
para colgar las bolcheviques. En fin,
darle una mano a Lenin, otra a Trotsky
y confundirse en un abrazo con tantos camaradas.
Honour, what is honour?
–se preguntaba Peter Townley
tendido sobre la tierra de Soissons.
Alrededor del plomo hendido en su cabeza
le habían crecido algas, pensamientos carnívoros
y reptaban lagartos por sus venas hediondas.
La esquirla le dejó el cuerpo tieso
y, a modo de consuelo,
vivos los ojos y una mano. En ésta
sostenía un recuerdo, con aquéllos
miraba su pasado, mientras un rostro lo miraba
(¿todas las agonías tendrán tantas miradas?)
desde una foto, desde
una tarde que se va por el tiempo.
¿El honor, qué es el honor? –se preguntaban
diez millones de muertos,
veinte millones de mutilados y de heridos.
El 11 del mes once a la 11
se firmó el armisticio, en un desvío
ferroviario del bosque de Compiègne, en medio
de la indiferencia de los pájaros,
que, a pesar de la guerra,
nunca dejaron de cantar.
Con pelos y señales
Barbas por todas partes, por todas partes barbas,
y melenas y pelos y porras que flamean
por las pilosas calles de La Habana,
como banderas que crecieron sansónicas,
abundosas, brillantes, estentóreas y libres
al amparo del musgo,
en la humedad, las lluvias de la Sierra Maestra,
sin que el sol las secara,
sin que las afectaran los disparos.
Barbas por todas partes, por todas partes barbas,
para pegarle un susto de cabellos
y pelos sin peinar
a Fulgencio Batista, el bien peinado.
Barbas por todas partes, por todas partes barbas,
dándole AL mar Caribe
un nuevo look y dándoles
a los cubanos una
cabellera sin límites, ensortijada, ancha,
brumosa de mechones y rulos estridentes.
Ya nunca más ese ridículo
corte a la americana. Sólo pelos y barbas.
Fidel con su gran barba,
el Che Guevara con su barba a lunares,
y los milicianos y las niñas y los bebés
con barbas. Barbas
por todas partes, por todas partes barbas,
inaugurando un tiempo de peluqueros ofendidos.
El guerrillero heroico
Tenga cuidado, Comandante,
no vaya ser que el frío, la selva, alguna víbora.
Vístase de humedad, cálcese un río,
pie como los pájaros,
así creerán que no es usted, sino la selva
que susurra, que huele, que camina.
Tenga cuidado, Comandante,
han tendido mil trampas.
Que no hagan ruido sus cabellos,
que no brille su boina ni la tos lo delate.
Mire bien dónde pisa, disimulados bajo el pasto
pueden estar el asma, un escorpión, un ránger.
Cuídese, Comandante,
especialmente de los pasos de octubre.
Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos:
¡Oferta!
Solicita tu membresía Premium y disfruta estos beneficios adicionales:
- Edición diaria disponible desde las 5:00 am.
- Periódico del día en PDF descargable.
- Fotografías en alta resolución.
- Acceso a ediciones pasadas digitales desde 2010.