Lunes 02 de diciembre de 2013

ver hoy














































El voluntario se forma y desarrolla una sensibilidad, un respeto y la aceptación del otro como es. No se trata de cambiar a nadie, sino de ayudar a que lo haga quien lo desee, desde su propia realidad en la maduración de sus señas de identidad.
Los que vivimos a pie de obra sabemos que no importa la edad ni la salud que tenga el que se “conmueve” ante tanto dolor e injusticia para que aporte regularmente una contribución, más cuando esto le convierte en socio de pleno derecho dentro de una organización de voluntariado social.
Dentro de la actitud fundamental del voluntario, aceptamos el término “curar” desde su significado más auténtico: “cuidar”, que conlleva “consolar”, “acompañar”, “simpatizar”, “empatizar”, “compadecer”, “compartir”, “vivir-con”. De ahí “compañero” (copain): el que comparte el pan.
Se trata de conocer al otro no sólo como “alteridad”, sino como “reciprocidad” que supera la “tolerancia” como postura de posesión de la Verdad, algo que nadie puede tener en propiedad.
Esta actitud es un activo irrenunciable ante tanto reduccionismo, fanatismo, fundamentalismo, falso espiritualismo, antropocentrismo, con un alienante “perfeccionismo” que tiene mucho de cátaro, de calvinista y de pelagiano. Nadie es más que nadie. Por lo tanto, se trata de ser consecuentes y adaptarnos a la realidad. Un necio, el que no sabe, calificaría esta actitud como sincretismo, relativismo, materialismo o panteísmo.