En la Biblioteca Nacional de Sucre consulté, no hace mucho, una obra que me inquietaba: “La Aventura y el Orden”, cuyo autor es Jorge Siles Salinas, exsenador de la República y excónsul general de Bolivia en Santiago de Chile, importante agente en la última negociación diplomática (1986-1987) en que Bolivia presentó una propuesta concreta: un corredor al norte de Arica. Fue rechazada expresamente. Debía serlo. No es Arica que nos corresponde.
El mismo Siles Salinas, hijo del ilustre expresidente Hernando Siles Reyes quien, luego de la revuelta de junio de 1930 y ante profusas y no precisamente infundadas sospechas de que intentaba prorrogarse contra la Carta política, fue arrojado por el pueblo de La Paz, por lo menos hasta Valparaíso. El mismo Siles Salinas que tuvo el amable gesto de recibirme en un edificio de Calacoto en agosto del presente año, no obstante su delicadísimo estado de salud, para conversar, aprovechando su inobjetable conocimiento de Chile y sus cosas (vivió desde niño en dicho país, salió al exilio en los 50, en el régimen movimientista, en su calidad de falangista convencido, enseñó en renombradas universidades de dicho país, se casó con una ilustre dama chilena y formó hogar en la sociedad de Valparaíso y Santiago). Quise, pues, sin duda, aprovechar ese su conocimiento vívido, y nuestra conversación, más bien debate, transcurrió por memorables horas.
El mismo Siles Salinas –hermano de Luis Adolfo y medio hermano de Hernán Siles Zuazo‒ a quien, después, prometí no publicar nuestra entrevista, pues así él me lo había pedido. Honraré mi palabra. Mas tengo derecho a decir, porque es algo que atañe al destino de Chile, Bolivia y el mundo, que el excónsul se pronunció por lo nuevo, por lo novedoso, no por lo que ya se ha planteado otras veces y no ha tenido resultado, que es lo que ahora se está haciendo desde esferas gobiernistas, en perjuicio de la corrección.
Quise a ese hombre longevo y respetable, aún antes de adentrarme en su obra. No olvidaré el intercambio de ideas que sostuvimos, sentado él en su silla de ruedas, atrincherados los ojos azules detrás de gruesos binóculos; la comunidad de ideas era feliz, ambos añorábamos a la nación boliviana, ambos deploramos la aventura plurinacional.
Empero no es momento de ocuparnos de mi amigo. Vamos a lo nuestro, que el tiempo apremia y nos emplaza, fatalmente, a decir nuestra verdad.
“La Aventura y el Orden”, obra de la juventud de nuestro autor, está dedicada a un “camarada falangista”, según recuerdo, “caído en el cuartel de policías”, también conforme puedo recordar y ya no puedo decir si en el año 1952 o 1953. Eran los años iniciales de la revolución boliviana, con sus atropellos, sus violencias, su régimen populista totalitario, despótico, con sus campos de concentración y sus milicias omnipotentes. Contra esos excesos peleaban los falangistas, así se hacían matar gustosos, así forjaron un rosario de fechas, así hilvanaron una hilera de caídos, perseguidos y torturados. Ellos se erguían, revelábanse contra el orden constituido, en cuanto tiránico e irregular. Hasta que llegó el 19 de abril de 1959 y cayeron, mártires, varios de ellos, en el cuartel Sucre, en las calles de La Paz.
No justifico sus levantamientos, tampoco los condeno. No soy quién. Sólo quiero hacer notar a mis compatriotas, si cabe, que su lucha dirigíase contra un régimen que utilizaba la violencia cruel, que contaba con milicias armadas, fuerzas irregulares. Hay diferencia respecto de quienes, igualmente rebeldes ante el orden constituido, se levantaban, empero defendiendo no ideales de orden, de legalidad, ideales patrióticos, en suma; antes, levantábanse en defensa de intereses particulares, personalísimos y hasta quizá nocivos. Defendían su coca, y estoy hablando del Presidente Evo Morales y sus correligionarios, o sea defendían sus intereses personales, no defendían ideales patrióticos, ideales de corrección. Su lucha no estaba justificada.
Los recientes sucesos de Apolo, en los cuales perdieron la vida miembros de la fuerza pública, nos han mostrado que, ahí mismo, en esas horas aciagas, podían confundirse, los gobiernistas de hoy con los cocaleros de Apolo y los policías con los “neoliberales” que, cumpliendo un programa, intentaban erradicar coca en el Chapare.
Octubre de 2003 tampoco los justifica, ese mito se produjo, según es fama, por el simple intento o rumor de que al presidente Sánchez de Lozada se le había pasado por el cacumen la idea de exportar gas por Chile, y así asaltaron Palacio de Gobierno unos enajenados.
El Presidente Evo Morales fue más allá: ofreció dar gas al Presidente de la República de Chile, Sebastián Piñera, a cambio de un trozo de litoral. ¿Por dónde? No importa, jamás le importó. ¿Es que necesitamos arrastrarnos así?, ¿Es que es lícito concebir tamaña irresponsabilidad en el jefe de Estado? Tal vez no sea culpa de S.E. no comprender la verdad de nuestra cuestión con Chile, no lo acusamos por ello. Tiempo habrá para hacer el proceso de su actuación en este trascendental asunto para el destino nacional.
Por ahora quisimos patentizar la lógica ilógica de los sucesos, instrumento de que se vale la fatalidad para enseñar a los pueblos a ser naciones, como decía Ml. Frontaura Argandoña haciendo el proceso de la negligencia que nos llevó a suscribir la entrega de un pedazo, caro de los más, de nuestra sacra heredad. Sólo un pedazo.
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