Un elemental principio de economía señala que el desarrollo de los pueblos sólo es posible mediante el reinado de la paz social que es, en definitiva, la constructora del progreso. Paros, huelgas, marchas, exigencias y paralización del trabajo no llevan consigo las soluciones que buscan los que promueven los extremos.
Si a todo ese “mare-magnum” de males se añaden los bloqueos, el problema adquiere dimensiones mucho mayores porque el bloqueo, pese a todo lo que se diga en contrario, es terrorismo porque subordina al pueblo al desorden, a la anarquía; priva de la libertad a todos y evita el trabajo, la producción y el desarrollo. El bloqueo atenta contra todos los derechos porque afecta a la vida en armonía de las personas, inquieta a los grupos de trabajadores y gentes de ciudades y pueblos; evita, además, que cualquier plan, privado o público, para combatir a la pobreza, pueda ser llevado a cabo. El bloqueo, pues, altera la vida colectiva y desconoce la vigencia del Derecho que es contrario al derecho de la fuerza que ejercen los bloqueadores.
Vivimos en democracia desde hace treinta y un años; pero, los problemas sociales – especialmente en los últimos diez años – han sido “pan de cada día” en todo el país. Nadie muestra contento con nada y hasta los privilegiados por las autoridades con presupuestos muy interesantes y obras que se realiza en sus localidades, no muestran satisfacción y menos hacen algo por conservar lo bien hecho y por agregar con su trabajo mayor bien a todo lo realizado.
Vivir en la incertidumbre de poder llegar o no a las fuentes de trabajo, desempeñarse en tranquilidad y producir como se debe, se hace difícil y hasta imposible para la colectividad porque se vive pendiente de extremos que dañan, obligan a reducir horarios, trabajar a desgano y en medio de crisis de nervios especialmente a quienes tienen problemas de salud; en otras palabras, los extremos han quitado la paz y la tranquilidad a la población.
Hay ciudades víctimas – caso de La Paz, sede del Gobierno – donde los extremos son el diario existir porque no se da lugar al diario vivir y, cuando hay represión – muchas veces violenta – por parte de las fuerzas policiales, las denuncias, hasta con exageraciones, de abusos que se cometen, agrandan los problemas y quitan autoridad al gobierno para imponer la ley.
Los miembros de la Policía viven evitando las reacciones de los manifestantes, soslayan golpes y hasta daños que pueden sufrir por el uso de piedras y botellas que se les lanza; las vías públicas, luego de cada marcha de protesta o manifestación quedan sucias y, en casos, con el piso destruido porque se levantan los adoquines y piedras para el bloqueo; en fin, las dificultades que se ocasiona a la población son infinitas. Lo grave de todo esto es que, así, por la fuerza, no son posibles las soluciones.
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