La debacle del imperio estadounidense, pero no la del capitalismo en general
25 nov 2013
Por: Adhemar Ávalos Ortiz
Los llamados “halcones del poder industrial-militar”, entiéndanse como socios de empresas productoras de armas de destrucción masiva en Estados Unidos, no los del Brasil, sino los de Norteamérica, sabían, respetando su racionalidad de la captura del excedente productivo, que no debían ceder en su lucha contra la expansión del comunismo. La Guerra de Corea terminó en una suerte de empate, sin embargo, Indochina invitaba a un conflicto mucho mayor que se concentró en las colonias de Francia en Asia Sud-Oriental. Después de la vergonzosa derrota de los galos colonialistas en Dien Bien Phu, dirigida exitosamente por los vietnamitas, los estadounidenses se hicieron cargo de una obligación costosa y con resultados no conocidos a priori. Pensaron en una guerra local que podría ser aplastada con asesoramiento y armas. Se equivocaron. Al final se involucraron en un conflicto con poco menos de 600 mil marines en tareas de guerra absolutamente criminal con napalm y agente naranja incluidos, la guerra química que ahora achacan a Siria. En la cumbre de una conflagración injusta aceptaron un acuerdo de paz en 1973 y la expulsión de sus títeres de Vietnam del Sur en 1975. Fue su mayor derrota de la historia. Sus secuelas las siguen viviendo millones de seres humanos, incluidos norteamericanos, a partir de sus crímenes contra la población civil.
Después, se dieron cuenta, no los militaristas, sino un grupo de personas astutas, que sabían perfectamente que con una invasión no estaban en condiciones de hacer nada, sino con un trabajo de “zapa” que debía durar decenios. Así lograron que el social-imperialismo soviético, nacido en 1924, después de la muerte de Lenin, llegue a su límite y alimente, sin mucha tragedia durante décadas, a sus liquidadores: Gorbachov y Yeltsin. Solamente cabía esperar el desenlace y lo hicieron con tranquilidad, al final sabían lo que debía ocurrir a partir de sus cotidianas elucubraciones y a costa de sus hígados, estómagos y riñones, esto pasó en 1989. El socialismo estaba en estado de coma, hablar de comunismo sería solamente a partir de ideas bien guardadas y ajenas a sus afanes, en la multiplicidad de un escenario diferente al de 1945. No se habían dado cuenta de que el comunismo había sido derrotado, no muerto, pero en condiciones de no resurgir pronto, no obstante nacieron rivales en el marco del mismo sistema que ellos construyeron con las reglas impuestas por sus propios asesores.
La invasión de Granada, en 1983, significó uno de los últimos intentos de imposición imperialista dura. Lo lograron, pero esa pequeña isla solamente significaba un esfuerzo desesperado de élites que no se habían dado cuenta que el imperio soviético estaba en su última hora. La propaganda de décadas y sus éxitos circunstanciales llegarían de manera profunda a personas que solamente habían conocido los logros del socialismo, no sus sacrificios y fueron caldo de cultivo para la barbarie. Las invasiones de 1991 y 2003 a Irak allanaron el terreno para la destrucción de un país bajo una tiranía razonablemente normal y la transición a un infierno confesional de odios y matanzas que no tiene visos de acabar. ¿Y qué pasó en Afganistán? Mucho de los mismo, pero en dimensión diez o cien veces mayor. Ahora nada ha sido solucionado racionalmente, pero los muertos se multiplican diariamente ante el infierno de criminales religiosos que todo lo justifican en aras de su profeta: Mahoma, un ente maldito porque con su símbolo lleva al ser humano a la muerte más vil.
Los Estados Unidos, pero especialmente sus líderes, no solamente nacionales, los de todas las esferas de poder, están ante un dilema difícil de resolver con posiciones soberbias. Y el comunismo no ha muerto en realidad, después de 1989 está vivito y coleando, más democrático evidentemente, como debería ser desde sus fuentes primigenias, pero dispuesto al enfrentamiento por el futuro de la especie humana. No obstante, en esta difícil coyuntura, de luces y sombras, debemos entender que el capitalismo durante casi dos siglos ha sido muy capaz de recuperarse de sus desastres y en el futuro será un enemigo feroz. Su muerte estará alumbrada, en un claroscuro de signos contradictorios de ayer y mañana, el que poco a poco devendrá en un amanecer limpio de maldades. Y los Estados Unidos habrán caído mucho antes.
(*) Politólogo
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