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Domingo 24 de noviembre de 2013

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Cultural El Duende

“Gracias por existir”

24 nov 2013

Fuente: LA PATRIA

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La prolífica producción biográfica del escritor y diplomático boliviano Alfonso Crespo Rodas (1916-2011) pasó de forma relativamente desapercibida por el sector intelectual y universitario. Las semblanzas escritas por el “señor de la biografía” fueron en muchos casos realizadas a pedido. Es fácil suponer que estas vidas descritas por Crespo carecen de cierta objetividad y reflejan visiones interesadas. El autor del Cóndor indio brindó su pluma a Hernando Siles, el poder y la angustia (1985), Hernán Siles Zuazo, el hombre de abril (1997), Lydia, una mujer en la historia y Banzer, el destino de un soldado (1999), entre otros. Debo manifestar que por esa razón no me llamaba la atención el autor ni mucho menos sus libros. Pero hace algunos meses atrás me topé con un curioso y raro ejemplar de Alfonso Crespo que tenía el título Evita, viva o muerta, publicado por la editorial Fontalba (Barcelona, 1980). La cubierta del libro lleva una bella fotografía donde aparece una mujer bella y elegante. Esto concitó mucho más mi atención e interés sobre esta biografía. Después de tener en manos varias obras de Crespo, debo de manifestar que las dos semblanzas que encumbran a este autor en el campo de las letras son Santa Cruz, el Cóndor indio (1944) y Evita, viva o muerta (1980).

Con respecto a su estudio sobre Evita el escritor Alfonso Crespo señaló: “Redacté Evita, viva o muerta durante mi permanencia en Buenos Aires, entre 1969 y 1975, como representante de la Oficina Internacional del Trabajo, agencia de las Naciones Unidas. Tuve contacto directo con el general Perón, pero no con Evita, que falleció en 1952. Pude comprobar que las opiniones de los argentinos diferían desde el vilipendio hasta la adoración, lo que me sugirió tratar de escribir un relato imparcial, interrogando a gentes de uno y otro bando, en especial a gente que la había conocido personalmente”. Esta fascinante biografía me llevó a la conclusión de que todo historiador se afana con gran pasión por tratar de reconstruir el espíritu y el alma de una época determinada. Pero, en última instancia, ese propósito queda limitado e incompleto por poseer recursos limitados y en algunos casos estar rodeado de visiones interesadas. En consecuencia, la base sobre la que descansa el conocimiento histórico es y sigue siendo nuestro propio yo subjetivo, cargado con las condiciones y limitaciones de nuestro tiempo. Por mucho que nos esforcemos en conquistar una cierta y aparente objetividad nunca conseguiremos apropiarnos de las modalidades internas de periodos pasados hasta el punto de sentir su auténtico aliento.

A mediados del siglo XX, Argentina vivió uno de sus procesos políticos más conmovedores y más aún, con un desenlace melodramático que tuvo nombre y apellido: Evita Perón. Hasta el día de hoy llama la atención que esta mujer supo condensar brillantemente en la praxis el poder autoritario y concebir discursos esperanzadores.

Eva María Ibarguren nació en Los Toldos, el 17 de mayo de 1919. El padre, Juan Duarte no asumió la paternidad hasta la edad de los seis años de sus hijos. Eva Duarte de familia marginal tuvo que emigrar el 3 de enero de 1935 de Junín a Buenos Aires. Llevaba consigo el sueño de ser actriz de teatro, una maleta de cartón y cien pesos argentinos. Al llegar a la estación de ferrocarriles nadie la conocía. Nadie la esperaba. Su permanencia en el teatro estuvo limitada por no tener un gran brillo en los escenarios. Siempre tuvo papeles secundarios. Progresivamente incursionó en una emisora radiofónica en la capital.

Era una actriz mediocre y una locutora anónima cuando se le abrió otro camino inesperado. El azar, la casualidad, la eventualidad, la cita con el destino estaba fijada el 22 de enero de 1944, día en que la actriz Eva Duarte trabó amistad con un sonriente coronel del ejército argentino, llamado Juan Domingo Perón (1895-1974). Eva se acercó a Perón y le dijo la frase que cambiaría su vida: “Gracias por existir”. Estas tres palabras llegaron al corazón de Perón. Al año siguiente Evita contrajo nupcias con él. Desde entonces adoptó para sí el apellido de gran prestigio militar y político: Perón.

Físicamente Eva Duarte era delgada, morena, de cabello negro y no muy afecta al sexo. El general Perón le decía “negrita”. Eva muy perspicaz vio en reproducciones de color que muchas obras de arte de los santos llevan una aureola dorada en sus cabezas. Eso ilumina al santo y hace resplandecer a la figura religiosa. Su peluquero personal le habría dicho: “El cabello rubio es como una aureola y sobre todo si es abundante”. Desde ese momento Eva se hizo colorear a rubio y su propósito fue reflejar esa aura de esperanza que atribuyen los pobres a los santos. La doble personalidad de Eva estuvo entre ser la esposa del presidente Perón, cuyo rol era recibir honores, ir a cocteles y lucir de gala; la otra Evita era la mujer del líder de un pueblo que ha depositado toda su fe y esperanza en el caudillo. En ambos casos hay una mujer elegante, impactante y pomposa que relucía los diseños del afamado diseñador francés Christian Dior, quien llegó a afirmar: “A la única reina a la que vestí es a Eva Perón”. Su forma de vestir entre impactante y de un lujo casi inmoral ante la pobreza del pueblo argentino, era incongruente con las ideas populistas y solidarias de las que ella misma era abanderada. Eva misma expresó: “Yo quiero estar linda para mis grasitas (…). Los pobres no quieren ser representados por una mujer vieja, fea, pordiosera, sino el pueblo quiere ser representado por una mujer bella y elegante”.

En 1946 el general Perón fue elegido presidente de Argentina, momento que a partir del cual la figura de Eva Perón va en ascenso en el espectro político. Ella misma afirmó en su autobiografía titulada La razón de mi vida (1951): “Una mujer superficial, escasa de preparación, vulgar, ajena a los intereses de patria, extraña a los dolores de pueblo, indiferente a la justicia social, y sin nada serio en la cabeza, me hice de pronto la fanática en la lucha por la causa del pueblo y haciendo mía esa causa”. Mujer infatigable, fundó innumerables escuelas, hospitales, asilos y consolidó su propia fundación que llevaba su nombre. Estos rasgos mencionados son los más resaltados tanto por partidarios peronistas y los que ven en ella una mujer revolucionaria. La popularidad de Eva Perón era descomunal. La propaganda gubernamental era gigantesca e instrumental en favor de la pareja presidencial. Trascendió su fama a que La Plata cambió de nombre a ciudad Eva Perón que fue el nombre oficial por tres años. También los títulos universitarios que confería la Universidad de La Plata llevaban la inscripción: Universidad Eva Perón.

Se ha escrito bastante en la propia Argentina sobre la personalidad de Eva Perón. La abundante literatura en favor del peronismo nos remite a esa vieja sentencia: “La historia la escriben los vencedores”. Son pocos estudios que tratan de mostrarnos estos episodios peronistas de forma desapasionada. Se puede mencionar al historiador Alfonso Crespo con Evita, viva o muerta (1980), y la producción literaria Santa Evita (1997) del escritor argentino Tomás Eloy Martínez, entre otras. Ambos autores tratan de reflejarnos de manera objetiva tanto la parte emotiva que personificó la figura de Evita como la parte negativa que conllevó este régimen populista. El autor del Cóndor indio nos relata que la Santa Evita incurrió en pecadillos como favoritismo a sus partidarios, nepotismo familiar, persecución y odio a sus opositores. Como diría Friedrich Nietzsche: “Humano demasiado humano”. Lo humano en Evita fue que no ignorara los peculados, las malversaciones, los desfalcos, las extorsiones y el despilfarro de fondos públicos a que se consagraban, en diversa escala, tanto el general del pueblo, como el hermano Juan Ramón Perón y sus allegados más próximos. Crespo indica el caudal económico de la Santa: “Es probable que Eva estuviese en colusión con ellos, como puede inferirse por la colosal fortuna personal que acumuló y que a su muerte sería causa de un complicado pleito entre los Duarte y Perón”. Se habló de 300 millones de dólares.

El filósofo H. C. F. Mansilla en su ensayo Los problemas de la democracia y los avances del populismo (2011) afirma que el ejemplo paradigmático del populismo clásico en Latinoamérica es el régimen peronista (1943-1955). Los rasgos populistas están trazados por (1) un liderazgo eminentemente carismático: “Yo elegí ser Evita para que por mi intermedio el pueblo y sobre todo los trabajadores, encontrasen siempre libre el camino de su líder”; (2) la exaltación discursiva del pueblo: “Lo único que yo había hecho era decirles la verdad y darles lo que todos hasta entonces les habían negado”; (3) las ideologías y programas juegan un papel secundario; (4) la exaltación del enemigo: “El país estaba solo. Marchaba a la deriva sin conducción y sin rumbo. Todo había sido entregado al extranjero. El pueblo sin justicia, oprimido y negado. Países extraños y fuerzas internacionales lo sometían a un dominio que no era muy distinto a la opresión colonial”. Todas estas conjunciones tienen un simple propósito estratégico que es la toma y la consolidación del poder. Todos estos elementos en la praxis fueron exitosamente explotados por Evita Perón. Una mujer que intuyó cómo hablar al pueblo y percibió lo que el pueblo quería oír: Vox populi, vox Dei.

Los proyectos de poder van unidos con lo que el pueblo anhela creer. Una vez encaramados en el poder los gobernantes no necesariamente cumplen esas esperanzas depositadas en el líder carismático. Esta aseveración fue descrita por Nicolás Maquiavelo en El príncipe (1513). Numerosos analistas han señalado que la esperanza religiosa en la redención se transforma políticamente en un programa de reforma política radical, pobre en contenidos específicos, pero rico en retórica, gestos e imágenes. Es necesaria la legitimidad del pueblo para la toma o la conservación del poder en todos los contextos y regímenes políticos. Esta legitimidad estaba íntimamente ligada a los sueños de los “descamisados” argentinos que esperaban días mejores.

En plena juventud (30 años) Evita cayó enferma, víctima de un mal irreversible: el cáncer. Sin doblegarse siguió luchando hasta sus últimos días, apenas sostenida por inyecciones de morfina. Murió el 26 de julio de 1952. Sus restos fueron embalsamados e idolatrados por más de dos millones de personas durante ocho días. El 10 de agosto de 1952, dos millones de personas asistieron al sepelio más alucinante de la historia Argentina. Sobraron ofrendas florales y rebasaron las lágrimas alrededor del féretro montado sobre la cureña de un cañón.

El régimen peronista en la praxis favoreció una cultura política del autoritarismo: el descalabro de las instituciones estatales, la instrumentalización de los medios masivos de comunicación y la formación de nuevas élites muy privilegiadas. Pero a pesar de este nefasto legado muchos argentinos y románticos revolucionarios prefieren recordar a este periodo populista como Eva Perón misma alentó a inmortalizarlo: “Hubo, al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevarle al presidente las esperanzas del pueblo, que luego Perón convertiría en realidades (…). De aquella mujer sólo sabemos que el pueblo la llamaba cariñosamente Evita”.

Freddy Zárate. La Paz. Escritor y abogado.

Fuente: LA PATRIA
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