Domingo 24 de noviembre de 2013
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Verdaderamente, el arte tiene un valor mucho más grande en ciertas hipótesis metafísicas, por ejemplo, si se admite la creencia de que el carácter es inmutable y de que la existencia del mundo se repite perpetuamente en todos los caracteres y acciones; en este caso, la obra del artista se convierte en la imagen de lo eternamente definitivo, mientras que, según nuestra concepción, el artista nunca puede dar a su imagen más valor que por un tiempo; porque como el hombre, en general, es el producto de una evolución y está sujeto a cambio, el individuo no es algo fijo ni definitivo. Lo mismo sucede en otra hipótesis metafísica; suponiendo que nuestro mundo visible no fuese más que una apariencia, el arte vendría entonces a ponerse bastante cerca del mundo real, pues entre el mundo de la apariencia y el mundo de ensueño del artista habría, en este caso, bastante semejanza; y las diferencias que quedasen pondrían incluso la importancia del arte por encima de la importancia de la naturaleza, porque el are expresaría las formas idénticas, los tipos y los modelos de la naturaleza. Pero estas hipótesis son falsas: ¿qué puesto, después de esta constatación, le queda aún al arte? Ante todo, ha enseñado, durante miles de años, a considerar con interés y placer la vida en todas sus formas y a fomentar de tal modo nuestras ilusiones, que acabamos por exclamar: “Sea lo que sea la vida, es buena”.
Fuente: LA PATRIA