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Domingo 24 de noviembre de 2013

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Revista Dominical

La historia como cuadritos descriptivos

24 nov 2013

Por: Alfonso Gamarra Durana - Miembro de la Academia Boliviana de la Lengua Correspondiente de la Real Academia Española

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En la edición del 13 de octubre de 2013 de la Revista Dominical de La Patria, de Oruro, publiqué la primer parte del artículo “Rinconcillos de la Historia Americana”, que encontré debido a mi curiosidad de investigador de los sucesos antiguos. Hallé en medio de mi nervioso hojear de testimonios y documentos, un opúsculo impreso en papel obra, oscuro y envejecido color amarillento de sus pliegos, organizado en compendiosos capítulos, que no se podía determinar de inmediato si llamarlos estampas, relatos, relaciones, o secciones. Pero que el autor prefirió llamarlos cuadritos que merecían denominarse “Rinconcillos de la Historia Americana”. El autor había encontrado en los rincones de los anaqueles de los Archivos españoles, especialmente del Archivo de Indias de Sevilla, “unos retazos” (si se permite) de la historia de los siglos XVI y XVII. Son párrafos con hechos verídicos, arreglados en una forma novelada para aumentar la emoción de la narración.

La edición de los textos que leemos está firmado por Ramón de Manjarrés y apareció posteriormente en el Boletín del Centro de Estudios Americanistas, de Sevilla 1924.

Repetimos que el motivo de nuestra atención estaba en comparar si el idioma castellano había mostrado modificaciones notables ya que las anécdotas anotadas tenían como epígrafes los años de 1516 a 1799, que fueron los años en que se produjeron los acontecimientos. Vamos a copiar a continuación uno, fechado en 1650, por estar relacionada con la historia de la medicina de nuestros países latinoamericanos.

LA PRIMERA RECETA

DE LA QUINA

“Inquieto por demás, despachaba con sus secretarios el Virrey del Perú, D. Jerónimo Fernández de Cabrera, Conde de Chinchón, porque en aquel punto y hora sufría la Condesa un fiero recargo de tenaces calenturas.

“Distraíase tal vez su atención de los variados asuntos, ya grandes, ya menudos, que iban informando: la provisión de artillería para el Callao; la llegada del situado; D. Pedro de Aráoz, que pretendía un oficio en Guamanga; el Arzobispo que se quejaba de una desconsideración que con él había usado la Audiencia; el Cabildo de Tumbez que proponíase abrir un camino; la cuenta y razón de las minas de Guancavélica… El conde atusábase la barba y después de cada lectura decía brevemente: Pase al Fiscal… Pase a Junta de Real Hacienda… Dejad acá ese testimonio de autos…

Cuando ya terminado el despacho, los secretarios recogían los papeles y el Conde se alzaba de su sitial, le avisaron que el Gobernador de Loja, a quien esperaba, había llegado y solicitaba audiencia.

Si queréis saber cómo eran el talle y figura del Gobernador, no teneis más que evocar a aquel Spinola del cuadro de las Lanzas y con eso yo me excuso descripciones. Venía para acordar con el Virrey cosas de nuevas reducciones y para traerle el eficacísimo remedio contra la terciana que, antes, y sabedor de la dolencia, por carta le había ponderado. Mas al decirle el Sr. D. Jerónimo la mala traza del negocio, dióse de lado a lo de las reducciones de indios y afirmó que, si Dios era servido, él aseguraba la salud de la señora mediante esa droga que siempre llevaba consigo en sus viajes y de la que tenía buena porción en su posada.

Era conocida de antiguo entre los indios de Loja y aún de allende la cordillera, en las fiebres que producen las selvas húmedas y calientes y las ciénagas y lamedales. Había en los montes de Loja tupidos bosques de un árbol prodigioso nombrado el quino; era su corteza colorada y la rajaban en palitos que molían muy fino; a este polvo milagroso, tragado con agua, no había fiebre que resistiera. Aconteció que, en una entrada que hizo por Bracamoros con unos caballos, al atravesar una red de riachos entoldados por espesísima enramada, súbitamente dos jinetes sintieron calofríos y aquella noche pensaron entregar su alma a Dios, envueltos en los petates, junto al fuego del rancho. Más uno de los peones indios le pidió licencia para ausentarse un poco de tiempo y tornó con un brazado de esa corteza, jurando y perjurando, como así fue, que los dos soldados emprenderían al siguiente día su camino. Y aunque él no había tenido ocasión de ensayar tal virtud en su persona, tenía en ella mucha fe. Y sin más, fuese por la droga a su posada.

El Sr. Jerónimo se asomó a la estancia donde yacía la señora, amodorrada y anhelante, suelto el negro cabello, las mejillas echando fuego. Un acre olor invadía la cámara. El licenciado Polanco, que se devanaba los sesos junto a un bufetillo donde había aceites y redomas, salió al encuentro de S. E. y una extraña criada india sentada en el suelo, alzó un momento sus ojos fríos.

En quedas palabras impuso al licenciado y éste que era hombre razonable, se agradó de aprender el nuevo remedio, mas notó que siéndole desconocido, no cargaba su conciencia en un mal suceso.

Volvió el gobernador y sacando del pecho un papelito doblado, pudo verse un polvo moreno que el licenciado quiso gustar, sabiéndole amargo en demasía.

Y en la siguiente tarde, cuando despachado el negocio de las reducciones, D. Gerónimo convidaba al de Loja a hacer penitencia y éste deponía su espada, el licenciado anunció que la señora Condesa estaba limpia de fiebre y preguntaba por su marido.

Alzáronse ambos caballeros y el Virrey, camino andando, echóle el brazo al gobernador, diciendo: -Gobernador amigo: yo os fío que no quedareis sin recompensa-. O como dijo un médico italiano muy sabihondo que escribió en latín de estos sucesos, non sine munere discessit.

Y esta fue la primera receta de quina que se sabe.”

COMENTARIO

Esta anécdota es de estilo cuidado y lo destacable es el empleo de adjetivos descriptivos. El texto es pintoresco desde las primeras palabras hasta la epifonema. Sobrepasa la dimensión humana en cuanto se observa que los nativos tenían una medicina propia que servía para curar los males antiguos, que ellos tenían la vocación bienhechora y que había la aceptación y confianza de los foráneos.

Finalmente diré que los trabajos anotados en “Rinconcillos de la Historia Americana” no son fragmentos, dispuestos como tales para servir de relatos breves. Sin duda, hay unidad porque han sido extraídos de los documentos del Coloniaje, y la ficción utilizada recorre diversos saberes y sucesos, como si la historia tuviera numerosos momentos privilegiados, y es de prerrogativa del historiador mostrárnoslos como la cultura de ese tiempo.

Me veo obligado, después de haber estudiado el librito desde distintos ángulos, a reconocer jubilosamente que a pesar de la ajada presentación y vetusta imagen por fuera, adentro el idioma es fresco, palpitante en sus giros y caluroso en su metaforizada expresión. Algunas de sus frases, sin embargo, parece que están esperando una explicación porque se han quedado en los archivos de lo anticuado: Dice “la llegada del situado” que se refiere al salario, sueldo o renta señalados sobre algunos bienes productivos. “Reducciones”: pueblos de indígenas convertidos al cristianismo. “Tercianas”: paludismo. Término general utilizado para las fiebres en el trópico. “Petate”: esterilla de palma, sobre la cual duermen los naturales. “Lamedales”: parajes donde hay mucha lama o cieno. “Quina, quino”: árbol americano cuya corteza es la quina. “Bufetillo”: mesa pequeña. “Deponer la espada”: apartar de sí la espada. “Hacer penitencia”: hacer ejercicios para borrar los pecados.

Los expertos que se dedican a investigaciones históricas saben que tienen que seguir muchas jornadas tediosas, con sueño, con hambre y con calambres múltiples, cuando estudian los Archivos y, en general, cualquier mamotreto que contenga documentos que puedan conducir por las vías del conocimiento.

Los Cuadritos de la Historia Americana siguen estrictamente las verdades históricas, pero, en algunas, el autor ha dejado volar su pensamiento “dando cuerpo a los personajes, trasladándome a su tiempo. Viviendo su vida…y me han producido el misterioso deleite que semejantes vislumbres de la Historia…” pueden rearmar un escenario donde puedan moverse los personajes que aparecen como autoridades ibéricas en los anales correspondientes.

El agraciado autor anotó en unas páginas posteriores, que aparecían a modo de notas generales y explicaciones necesarias: “Se escribió este cuadrito antes de conocer la primorosa tradición peruana de don Ricardo Palma. Que se entere el gran escritor y tenga la seguridad de que sólo esta ignorancia puede excusar el haber escogido este asunto después de él. Tentado estuve, después, de arrojar al cesto este asunto; si no lo he hecho, todo el que escribe sabrá disculparme”.

ADENDA

En algunos volúmenes de Historia Natural, especialmente peninsulares, se anota que la medicina indígena sirvió a los invasores españoles para controlar sus enfermedades, como se deduce de la anécdota citada. Es verdad que la herbolaria del nuevo continente era superior en sus resultados, lo que se comprobó en los siglos de dominación; pero no se debe creer que los españoles adoptaron la actitud pasiva de recibir solamente las indicaciones de aquellos.

En otro “Rinconcillo” se explica la vida de misántropo que llevaba don José Mariano Mociño, sabio mexicano que había acopiado en nueve años de paciente investigación y de arduas empresas, acompañado de D. Martín Sessé, director del Jardín Botánico de México, en su expedición, ordenada por Carlos IV. Habían visto las selvas de Nicaragua, el golfo de California, la entrada del Príncipe Guillermo, las islas de la Reina Carlota. Y todo aquello había confiado a otro sabio, De Candolle, cuando en Montpellier tuvieron ocasión de conocerse. Las señoras de la mejor sociedad ginebrina copiaron el herbario, mientras Mociño estudiaba los papeles ávidamente, encadenaba los conocimientos y llegaba a impresionantes conclusiones botánicas. Mociño había dejado excelentes tableros de clasificación y excelentes estudios que actualizaban los datos precolombinos, y que seguramente muchos de sus seguidores se aprovecharon, sin haber pisado tierra americana.

Para tus amigos: