Cerca de las 11 de la mañana del reciente Primer Convite, cuando me dirigía a participar de la Misa dominical, lamenté no haber acudido a mi parroquia a una hora más temprana, debido a que justamente una conocida “morenada” estaba apostada en las esquinas Bolívar y Soria Galvarro y algunos de los músicos que los acompañaban, se encontraban miccionando en plena calle, sin ningún pudor ni recato en visible estado de ebriedad.
Es plausible la participación de tantas personas en los diversos grupos folklóricos con un animador espíritu devocional, porque no todos los que participan de estas danzas folklóricas, ni todos los que forman parte de las bandas musicales acuden al Santuario de la Madre de Dios en la advocación de nuestra Señora del Socavón, en estado de ebriedad. Da gusto ver grupos o bloques que consumen agua mineral u otras bebidas sin alcohol para refrescarse, pero es lamentable que muchos, muchísimos, no sólo adultos sino también adolescentes y jóvenes son los promotores eficaces, especialmente de un producto alcohólico enlatado, que parecería ha tomado el control de esta “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad” que es el Carnaval de Oruro, único, no solamente por la riqueza de las danzas folklóricas, sino principalmente por su esencia devocional mariana.
Parecería que las exhortaciones eclesiales de la Diócesis de Oruro, respecto de que esta manifestación devocional vaya deshaciéndose de las sombras que la acompañan, caen en saco roto, y que la céntrica figura de Santa María para algunos es solamente un pretexto para la diversión, la alcoholización, y el desenfreno.
El ya próximo santo Juan Pablo Magno, en su discurso sobre la Religiosidad Popular y la Devoción Mariana en el Norte chileno manifestó lo siguiente: «como San Agustín dijo que el que canta, ora dos veces, yo les digo que el que baila, ora tres». Ciertamente, la peregrinación, experiencia religiosa universal, es una expresión característica de la piedad popular, estrechamente vinculada al santuario, de cuya vida constituye un elemento indispensable: el peregrino necesita un santuario y el santuario requiere peregrinos.
El Sábado de Carnaval, y sus anticipos como son el Primer y Último convites han tenido desde siempre la connotación de peregrinación hacia el Santuario de nuestra Señora del Socavón, la Madre del Salvador. Así, la peregrinación es esencialmente un acto de culto, el peregrino camina hacia el santuario para ir al encuentro de Dios.
Y si el Carnaval de Oruro es eso, una peregrinación al Santuario, mal está que quienes bailen en camino hacia esa sagrada casa, lo hagan consumiendo inmoderadamente bebidas alcohólicas, y peor, si llevados por la condición de embriaguez ingresan al mismo, en ese estado con el que mellan la sacralidad de dicho recinto, después de haber profanado su propio santuario: “¿No saben ustedes que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en nosotros y que lo hemos recibido de Dios?” (1 Corintios, 6, 19).
Es necesario corregir algunos aspectos inherentes al Carnaval:
Primero, el ya trillado auspicio, que suscita acalorados debates, sesiones, declaraciones y hasta ordenanzas, pero que en la práctica desde que éste pasó a ser privilegio de una fábrica de bebidas alcohólicas, nada cambió, al contrario, ha continuado año tras año su promoción, con vistosos afiches en los que la imagen de Santa María, se conjunciona con la embriagante propaganda alcohólica. Es una total falta de respeto que la marca de un producto alcohólico se visualice al lado de la imagen de la Virgen María.
Segundo, las veladas, celebraciones religiosas, deben ser una preparación hondamente espiritual para llegar al día de la peregrinación. En determinados grupos folklóricos se convierten en una especie de peñas o karaokes. No todos los conjuntos folklóricos convierten sus veladas en borracheras, como la Diablada Auténtica, donde se mantiene la tradición de no ingerir bebidas embriagantes. De ellos, de los primeros, de los antiguos folkloristas debemos aprender todos. ¿Hay un acompañamiento eclesial serio?
Tercero, la micción en los espacios públicos es un acto absolutamente reprochable. Es un signo de decadencia moral que debe ser purificado. No podemos seguir permitiendo que a vista de nuestros niños, jóvenes o mayores, los consumidores de excesivos líquidos los eliminen en un acto de impudicia a lo largo de todo el recorrido de las entradas.
Quienes lucran a costa de las devociones, los deportes, el folklore deben responsabilizarse de instalar mingitorios a lo largo de los recorridos, limpiar las calles, lavar las aceras, correr con las costas de los accidentados, no sólo el Sábado de Carnaval, sino en todas las manifestaciones folklóricas públicas.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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