Cuando noviembre convoca a los vivos para recordar a los muertos
10 nov 2013
Por: Marlene Durán Zuleta - Poeta, escritora e Investigadora de la cultura orureña
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Quiero recordar y apropiarme como suelen hacer las personas, con nuestros invisibles, todos tenemos por quién rezar y rememorar su tránsito por esta vida.
Es un mes encendido, de lluvias y cielo brumoso. Un 19 de noviembre encontramos a mi hermano inerte, cargaba 24 primaveras en el féretro oscuro. Su rostro cubierto de sangre delataba que su deceso invitaba a cuestionar ¿quién apretó el gatillo?
A treinta años de haberse quedado en silencio, restan algunos recordatorios, sin ningún resquemor convoque al lobo vestido de oveja, que no continuará fingiendo, la premonición marcaba diáfanamente la mañana triste, siguiendo su instinto el hombre malo estaba ahí, gustaba de la parodia, era un mal actor. El largo recorrido y por turno llevándolo en hombros desde el Monoblock hasta el camposanto a pie, demostraba que su carisma de servir sin ver a quién, lo convertía en generoso, quedando como árbol trunco. Ya en el país de las honras fúnebres, musité a tiempo de la forzosa despedida: Carlos Fonseca escribió a sus camaradas no dejarse tentar por lo malo “Si agredimos, ultrajamos y exterminamos a los nuestros, ¿en que nos diferenciamos de nuestros enemigos”?, hacía alusión, a quién extinguió la vida de mi ser querido, “fue su amigo”.
Recurrimos a Dios, a la oración, a la palabra para tejer un mundo de paz, esa paz que los humanos necesitamos. El tiempo no ha cambiado, la farsa cotidiana parece señalar que este orbe de sombras y aire contaminado marcan el paisaje con lenguas de fuego, ondas líquidas que se levantan en el mar, aguas de ríos contaminados, vientos únicos de destrucción.
Noviembre, de dos signos zodiacales, marcan un sol ambiguo de calor, sofocante y honda brisa. Esta fecha parece escuchar al espíritu de los vivos, confieso que nunca dejé enfriar mi fe que después de esta vida, el Supremo que sólo es uno, según los evangelios existe otra morada de hospitalidad y de asombro, nadie bueno o malo ha retornado para hacer conocer la esencia del misterio. La muerte, luce lozana tiene efecto y defecto de atisbar, jugar y generar miedo que es natural, cuando señala la guadaña nadie puede huir.
Esta data motiva congregar a todos los vivos y “vivillos” recibir por un día, esa presencia silenciosa, aunque sea en casa cerrada como señal de un íntimo encuentro. Otros hogares abren las puertas para recibir a conocidos y desconocidos, proporcionan “vino, fruta seca y panales y… ”, a condición de rezar en voz alta.
Los poetas en instantes augurales de escribir, no reservamos la jornada de dedicarle a la existencia, que el destino habrá de turbar nuestros sentidos. El día que se celebró la fiesta de difuntos, pasaron por mi memoria nombres de musas, vates inolvidables, todos inconfundibles por su mística, ramas del árbol imaginario que no podría olvidar. Desde la ventana del tiempo, soñamos contando estrellas, descifrando el concierto de gorriones, predicando que la alborada ayude a descubrir la historia, las raíces de esta tierra, nuestra casa.
Adela Zamudio Ribero, vivió sacudida por la incomprensión, escribió “El Cisne”. Canción musicalizada por Yayo Joffré, interpretada por Savia Andina, Yury Ortuño y Lilia Magne: “Soy Cisne que canta doliente/ de su muerte el momento esperando,/ ya que siempre he vivido llorando/ quiero al menos cantando morir” y “Mi Epitafio: “Vuelo a morar en ignorada estrella/libre ya del suplicio de la vida,/allá os espero, hasta seguir mi huella/lloradme ausente pero no perdida”, música de Oscar García y Juan Carlos Orihuela.
Los versos de Milena Estrada Sáinz, después de su retorno de la Guerra del Chaco junto a su progenitora, rubrica “Tamarindo: Buscaré mi nombre por los caminos del atardecer,/ en el aroma del viento/ o en el profundo ramaje del silencio;/ podrá tener silueta de peces, flores de arcilla/, tierra de mil senderos,/brotes de yerba buena/ y trozos de risa clara/ Tamarindo/ Tamarindo/ préstame el tuyo, tamarindo/ así tendré un nombre/ para que no se me olvide”.
Luis Mendizábal Santa Cruz, dejó el prisma de sus versos y un sentimiento imperecedero como el alba por Oruro. “Y en la solemne noche que me quedé dormido/ junto al lejano embrujo de los azules puertos/ me trajo la esperanza de un trágico regalo: él búho de alas rojas que gira en mis rosales/ rompiéndome los nervios con aspas de molino, mal de lejanías, dulzor de cilicios/ y sed de eternidad”.
Antonio Ávila Jiménez “He de soñar un día/ cuando libre/vaya por los caminos/con los brazos desnudos/ y descalzos los pies;/ bajo la sombra tibia/ de las tardes de octubre/ o los rayos ardientes/ de junio luminoso/. He de soñar un día/ delante de tu puerta /por la ventura fresca/ que tus manos tienda./ He de soñar/el día /en que cierres mis párpados/y los cirios subrayen mi silencio…”. La muerte lo ha unido a su compañera de Pirotecnia, Laura Villanueva Rocabado (Hilda Mundy), al connotado arquitecto Emilio Villanueva, Guido Orías honró su fe, hasta marchar hacia el amor de Silvia Mercedes Ávila, ella compartiendo la sinfonía de Bethoven junto a su hermano Leonardo deben sonreír juntos, La familia Rocabado en el más allá.
Recordando a Gladys Dávalos Arce, inefable se sumergió en el oficio de escribir, aunque un remoto presentimiento se aproximaba al viaje eterno, se aferraba a su voz, a las ventanas encendidas de sus ojos. Se cumplió el abrazo con la vida, su hábito con la lectura, el color azul descendió hasta la tierra. Se alejó en el alfabeto de sueños, consagrada, para traducir el verso en el aroma de retamas. Está viva esparcida en los rosales de su jardín, anclada en las huellas de los pasos de Ceci.
Ricardo Jaimes Freyre, con lucidez y profunda melancolía: “Tengo frío. Tengo miedo. Esas sombras que se mueven/son espectros que en el borde del abismo se entralazan…/No me arrastres…Tengo miedo…Tengo miedo del abismo./Déjame huir…ya la carne de mis huesos se separa”.
Generoso, Monseñor Juan Quirós Rodríguez, desde su interior, con varias formas y reacciones para conversar con Dios: “…Por eso sediento te busco, Señor, sediento/ con mi abismo de sed/. En pos de tu huella van mis gritos, Señor, venme a socorrer”/. Venme a socorrer, tu gracia asístame, mi Bien;/y olvida los desvaríos/ de mi insensatez/. Si Tú me desamparas ¿quién me aliviara, quién?
Juan Siles Guevara, desde los “sutiles hilos de Ariadna”, ha escrito “Réquiem” e inefable desde las “elegías para el olvido” ha testimoniado su “Camino hacia la ausencia” recorrió parte del mundo, navegó por los océanos y se hundió en la sombra de la muerte para celebrar victorioso su huella en la tierra. “Mientras tu noche me cubra,/ seré estrella para alumbrarte/. Mientras por ti viva y muera/ la nada no podrá alcanzarme/.
Gonzalo Vásquez Méndez, generó y dejó su poesía recogida en un libro, amigo fiel, cargó toda su vida el baúl de la lírica y la luz, no renunció al mundo de los giros literarios: “Hoy muerdo al tiempo/ que engrilla mis pisadas,/pero tu voz no conocida/ es caracola en la memoria,/ es distancia de sal, de esta muerte tan próxima y secreta”.
“De paso por la vida” es el rótulo de una de sus obras de Alcira Cardona Torrico, la recuerdo allá por los años 80, manejando su pequeño volswagen por la pendiente de calle Conchitas donde residía.
Blanca Wiethüchter, escribió églogas, la creación alumbró sus ojos y sus ojos iluminaron palabras silenciosas, escritas en papel seda, la música la convocaba a un viaje para la eternidad. Se fue con la memoria intacta, que la vida existe más allá. “Me he muerto a mí misma/y eso me conmueve sobremanera./ Volver a preparar mi desaparición/ me consuela y me desgasta/.
“Antes de venir al mundo, mi corazón ya era latido”, Alberto Guerra Gutiérrez, desde el vitral de la vida, en su afán de crear, amplío sus sueños y esperanza. El árbol vulnerable consumió su hálito a media jornada e iluminó su camino en la tarde de la eternidad.
“Morada de Olvido”, el noble Roberto Echazú: “Ay si este es mi destino/ que en su afán/ la muerte/mi nombre sólo/encuentra en todo/su camino./ Mientras el estigma/del odio/ se consume/ en mi sangre/ apenas cenizas/ de una fragua vacía/que enciende/en mi alma sus últimos destellos”.
Infatigable en cultivar poesía, asentado, con el rostro trémulo, bebió una profunda soledad, César Vallejo el de Santiago de Chuco, en el instante de premonición y sombra evocó en “Piedra Negra sobre Piedra Blanca: Me moriré en París con aguacero,/un día del cual tengo ya el recuerdo,/me moriré en Paris-y no me corro-tal vez un jueves, como es hoy, de otoño”.
Quedan pendientes rostros, voces, sonrisas y ternura, para recordar a quienes no quisieron irse y otros sí, por distintas balanzas y senderos. Pesan las penas del alma, las alegrías acumuladas o los gestos terroríficos. Se suma igual, como solía decir mamá: tas con tas, en la misma línea, sin deber nada a nadie, pagando el fuego de la vida con el sueño eterno y la visión irreversible de ver alrededor el color de otra luz.
“Es con nosotros mismos, que estamos disputando la carrera. O a las estrellas muertas llevaremos la vida o bien sobre este mundo descenderá la muerte”. Nazim Hilmet.
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