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Domingo 10 de noviembre de 2013

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Revista Dominical

¡Maldito dinero! ¡Maldita herencia! (Primera parte)

10 nov 2013

Por Javier Claure C. - Poeta

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Hablar de dinero o herencia suscita casi siempre desavenencias, conflictos y discusiones sobre todo cuando no existe transparencia. Con dinero se puede manipular a las personas, conseguir títulos académicos, camuflar ciertas patrañas y hasta comprar amor. Algunas instituciones y bancos especulan con dinero consiguiendo cuantiosas sumas a su favor. Los gobiernos de todos los países del mundo, entran a menudo en conflicto con las masas populares en el momento de decidir, el destino del Presupuesto General del Estado. Es decir, cómo se va a repartir, en un país, los gastos públicos en materia de salud, de educación, de transporte, de vivienda, de seguridad etc. Los matrimonios también pasan momentos de disputas donde el dinero está por entre medio. En Suecia, la mayoría de las Asociaciones Culturales, organizadas por extranjeros, han tenido amargas experiencias en este sentido, a pesar de que en dichas asociaciones existen y han existido personas muy honestas. Pero no ha faltado la otra cara de la medalla. Y en consecuencia, ha desaparecido dinero misteriosamente.

Los seres humanos, a diferencia de los animales, nacen con inteligencia y dependiendo del entorno social en el que se desarrollan van adquiriendo una formación. Pero también costumbres, valores, normas y creencias; es decir aquello que llamamos moral. Este conjunto de valores no es un objeto y, por lo tanto, no es palpable. Tampoco hay un aparato electrónico para medir la moral de las personas. Dicho en otros términos, la moral no es algo que existe volando en el aire, sino más bien está sujeto a un ente social. Por consiguiente, la moral individual sale a flote, para bien o para mal, a través de la conducta del hombre. En un sentido más amplio va conformando la moral social de una colectividad. El ser humano que lleva, en su universo interior, los elementos morales bien equilibrados; tiende a realizar obras de buena fe: es caritativo, ejerce amor y justicia, es cooperativo y ayuda al más débil. Esto es, pone en práctica actos humanos, por lo demás, necesarios para el desarrollo de una civilización. Mientras que el ser humano desenfrenado e inmoral comete actos perversos, ilícitos e incoherentes subordinados a su inmoralidad. En este sentido, se puede especular desde el punto de vista psicológico, las múltiples variables que entran en juego cuando un ente indigno comete un acto ilegítimo. En las relaciones humanas entre gobernantes y gobernados, entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, entre hermanos mayores y hermanos menores, entre familiares etc., existe un límite de respeto mutuo que no se debe pasar bajo ninguna circunstancia. De lo contrario, las consecuencias pueden ser fatales.

Por naturaleza, el hombre lucha por la subsistencia. Tenemos que satisfacer nuestras necesidades básicas como la comida, el techo, la ropa etc. Tenemos un sinfín de sueños y somos víctimas de nuestros deseos carnales y, sobre todo, de nuestros deseos materiales. Las personas honestas, que son millones de millones en este mundo, batallan día a día, mes por mes y con el sudor de su frente van construyendo, granito por granito, esos sueños que un día se imaginaron. Este proceso de trabajo honrado, es bien respetado en todas las culturas del planeta Tierra. Sin embargo, “hay de todo en la viña del Señor”; como dicen los religiosos. Si observamos a nuestro alrededor, en todas partes del mundo, existen personas que sobrepasan todas las barreras universales de buena conducta para enriquecerse de la noche a la mañana. Y como efecto, casi siempre se involucran en cosas ilícitas.

La codicia puede, en ciertos casos, mucho más que los valores humanos. Hace desaparecer la honorabilidad y el pudor de algunas personas. La codicia ha causado amenazas, guerras, matanzas e incluso, en situaciones extremas y violentas, como indicaré más adelante, se ha llegado a la muerte. La avidez de conseguir bienes materiales, de forma totalmente ilegal, no es una actitud particular de los tiempos modernos, sino más bien tiene notables precedentes en la historia. Desde la antigüedad, las turbulencias económicas, que se dieron durante los cambios estructurales de una sociedad, han generado “nuevos ricos”. Por ejemplo, en la transición de la República al Imperio en Roma, los aristócratas itálicos, entre ellos Cicerón, se enriquecieron con los impuestos que procedían de los territorios mediterráneos que estaban controlados por los romanos. La diferencia de clases sociales se profundizó y los afortunados ilícitamente proliferaron como hongos. Los autores satíricos romanos como Pretonio, Catulo y Horacio ridiculizaban a los nuevos millonarios. En Francia ocurrió algo parecido tras la muerte de Luis XIV, y los escritores franceses de la época empezaron a criticar a los “nuevos ricos” (nouveaux riches) calificándolos de arribistas y advenedizos. Montesquieu, en una de sus cartas se refiere a un nuevo rico con las siguientes palabras: “… el hombre muy mal vestido, levantando los ojos al cielo decía: ¡Dios bendiga los proyectos de nuestros ministros! Ojalá pueda ver las acciones a dos mil y a todos los criados de París más ricos que sus amos”.

Es realmente sorprendente la forma patética en que cambian algunas personas, en el instante de aprovecharse de una situación de crisis o de muerte para obtener un beneficio. En el libro “Ikea en camino al futuro”, que se publicó en Suecia hace unas semanas, se revela que el fundador de la cadena sueca de muebles y decoración IKEA, Ingvar Kamprad, se enfrentó con sus tres hijos por asuntos de dinero. Según el periódico “La Industria del Día” (Dagens Industri), Peter, Mathias y Jonas habían contratado un excelente abogado norteamericano para iniciar un juicio contra su padre.

La herencia es otro tema que causa discordia y tristeza porque, a veces, separa matrimonios, familias y amistades. Es justamente en estos casos donde se ponen a prueba los valores éticos y morales del ser humano. Cuando el expresidente sudafricano, Nelson Mandela, se encontraba en el hospital entre la vida y la muerte, sus familiares tuvieron agrias pugnas por la herencia. A mediados de la década de los 90 pudimos observar a Vickie Lynn Hogan, más conocida como Anna Nicole Smith, peleando por una herencia de 88 millones de dólares ante un Tribunal Supremo de los Estados Unidos. La exrubia de cuerpo escultural, con tan solo 26 años se había casado, en 1994, con el multimillonario petrolero, J. Howard Marshall, de 89 años. Marshall murió en 1995, no pudo gozar más de su flamante y bella esposa y, en consecuencia, la muchacha Playboy astuta como ella sola, pero de pensamiento un poco ingenuo; pensó que los millones de dólares iban caer en sus manos. En varias ocasiones dijo que “su fallecido esposo le había prometido una gran parte de su riqueza”. Apenas solicitó la famosa fortuna, le salió un cañonazo por la culata porque el hijo de su exesposo, Pierce Marshall heredero legítimo, impugnó (con toda razón) el testamento y se enfrentaron, ante los jueces, en una lucha encarnizada. Aunque algunas fuentes aseguran que, Anna Nicole, nunca figuró en el testamento que dejó Marshal. Los documentos judiciales mostraron que Smith recibió 6 millones de dólares como regalo cuando su esposo estaba en vida. Pero ella no contenta con semejante obsequio (!), seguía guerreando por dinero, como dicen vulgarmente ¡la plata llama plata! Después de tanta batalla, la hermosa modelo, de labios carnosos y de cuerpo voluptuoso que una vez lució ropa interior para el consorcio sueco H&M, jamás recibió un solo dólar de las cortes estadounidenses. Su hija, Dannielyn Hope, tampoco recibió un centavo. Anna Nicole Smith murió, a los 39 años, en un hotel de Florida luego de haber ingerido una sobredosis de fármacos. Pierre Marshall también murió, a los 67 años, en Dallas a causa de una infección. Y ninguno de ellos se llevó fajos de dólares a la tumba.

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