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Domingo 10 de noviembre de 2013

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Revista Dominical

Ya no pueden morir

10 nov 2013

Por: Bernardino Zanella - Siervo de María

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Nuestros seres queridos que han fallecido, ¿dónde estarán? ¿Qué pasa con ellos? ¿Qué hay después de la muerte? Nuestra idea del más allá, ¿de qué nace: del miedo, de la ilusión, de la esperanza? Si la vida no termina con la muerte, ¿en qué medida el horizonte último puede incidir en el presente? ¿Qué es, entonces, lo que vale la pena hoy?

Muchas otras preguntas se presentan a nuestra mente. La Palabra de Dios no ofrece todas las respuestas bien claras y definidas como las desearíamos, pero da una indicación fundamental, que puede decidir radicalmente en la orientación de toda nuestra vida. Leemos en el evangelio de san Lucas 20, 27-38:

«Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: “Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?”.

Jesús les respondió: “En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor ‘el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob’. Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él”».

Llegado a Jerusalén, meta de su viaje, Jesús entra en el templo y lo vacía, echando afuera a los vendedores, y dedica los últimos días de su vida a la enseñanza al pueblo y a la polémica con las autoridades religiosas.

Uno de los temas de discusión es planteado por los Saduceos. Constituían el grupo más poderoso en el Sanedrín, integrado por sumos sacerdotes y senadores. Detenían el poder económico y político. “Niegan la resurrección”, y les basta con vivir en el presente una vida de privilegio. Para mantenerla, no tienen escrúpulos en colaborar con el imperio romano, que domina el país.

Inspirados por su concepción materialista de la vida, plantean a Jesús una pregunta sobre la resurrección, con la intención de poner en ridículo esa creencia. La ley del levirato, instituida por Moisés, preveía: “Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda”. El hijo sería reconocido como hijo del difunto. Si siete hermanos se han casado sucesivamente con la misma mujer, porque cada uno ha muerto sin tener hijos, ella, “cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?”. Para los Saduceos, en la hipótesis que haya una vida más allá de la muerte, tendría que tener las mismas características de la vida presente: la mujer como propiedad del hombre, para asegurarle la descendencia.

La respuesta de Jesús es un aporte fundamental para la fe de todos los creyentes.

Hay dos formas de vida. Una pertenece a “este mundo”, en que los hombres y las mujeres se casan”: es la vida física, transmitida a través del matrimonio. Y hay una vida que no se transmite por generación humana, “no se casan”, que es para siempre, más allá de la muerte, para “los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro”. La muerte no interrumpe y no tiene poder sobre esta vida: “Ya no pueden morir”, porque es don de Dios, y está presente desde ya, y no sólo después de la muerte, con la acogida de la condición de hijos: “Son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios”. Todos iguales y libres, sin que nadie sea propiedad o sumiso a otro. Esta es la resurrección.

Es lo que les pasó a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, como lo experimentó Moisés. Siguen vivos, aunque muertos físicamente, porque su Dios “no es un Dios de muertos, sino de vivientes”. La vida que Dios les ha dado permanece en ellos para siempre, porque el Dios de la vida es un Dios fiel.

El escepticismo de los Saduceos le permite a Jesús hacer una aclaración fundamental, que ofrecerá una importante clave de interpretación de la misma muerte y resurrección de Jesús.

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