“¿Qué está pasando en el país?… a la gente la matan ahora por cualquier cosa”, me preguntó Liber en “la chura” Tarija, donde coincidimos esta semana. Fue su segunda frase, tras el abrazo fraterno y el saludo en un encuentro postergado varios años. Más de cuatro, según mis recuerdos. “Desde ayer nomás”, según Forti, que a sus 95 años sigue preocupado por el futuro.
Como tantas veces en tantos años de amistad, su pregunta instaló en la conversación un tema que de tan presente en nuestra vida termina “desapareciendo” de nuestra realidad. La muerte violenta nos parece ya normal y pasa casi desapercibida.
En Santa Cruz, por ejemplo, a Jesús lo mataron a golpes. Cada que se desmayaba, le echaban agua para que reaccione. Lo mantuvieron consciente hasta morir “para que aprenda” a no andar robando a los muertos. Los enojados dolientes encontraron profanada la tumba que fueron a arreglar. A la difunta le habían robado el traje de novia con que la enterraron. Jesús y su amigo el “pierna” andaban por ahí, medio borrachos. Y pagaron una factura que a nadie consta que debían pagar.
Mientras tanto, en La Paz, la Alberta dijo que asfixió a su hijita cinco horas después de que nació con la misma frazada con que arropó su cadáver en el baldío en el que lo dejó. “No tengo plata, por eso he hecho así”, explicó. La Alberta abortó antes dos hijos, perdió otro porque “mi esposo me ha pateado en el vientre” y “unito más porque estaba con tos”.
Las respuestas a Liber pueden tal vez resumirse en la percepción general, que seguramente es mucho más que eso, de inseguridad ciudadana. En el creciente desprecio a la vida, el irrespeto a la muerte, la falta de justicia que lleva a la gente a actuar por mano propia, la miseria y la práctica creciente de una conducta amoral que está permeando al conjunto social.
El sacrificio de Jesús en un cementerio y el drama de la Alberta en La Paz son nomás fruto de la agresividad y del fatalismo de la gente. ¿A quién quejarse si las investigaciones nunca acaban y la justicia nunca llega? Hay muchos crímenes sin investigar. Y robos, atracos, asaltos, acogotamientos y extorsión. ¿A quién importa si se hace justicia por mano propia, aunque se mate a un inocente, si la justicia tarda o no llega nunca? Si hay gente de gobierno y policía involucrada en delitos, se pierde el principio de autoridad y se cae la institucionalidad. La gente comienza a resolver sus problemas por cuenta propia cuando se siente con poder y necesidad de hacerlo porque no tiene alternativa. Peor aún si se les atribuye poder de acción y decisión a grupos sociales que por lo general actúan con el hígado.
Liber practica su propia solución. “La única forma de cambiar el país es educar a los niños. Hay que trabajar con los niños”, dice. Y con la misma fuerza con la que en los 50 creó en Tupiza el grupo Nuevos Horizontes, dedicó el número recién publicado de la revista “Teatro” a la historia del teatro y la tragedia griega.
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