Sábado 02 de noviembre de 2013
ver hoy
Es frecuente oír: No tengo fe, o…he perdido la fe. De “tejas para abajo”, como dicen en mi tierra, la fe es el creer lo que no vemos. Vivimos de fe, nos fiamos de todo lo nos dicen las noticias y prácticamente nada de ello vemos. Ya, el llegar a la luna es un juego de niños, y nos hemos creído todos los paseos lunares.
Vemos imágenes en la TV y no pensamos, a no ser unos incrédulos impenitentes, que sean trucadas. Pero creer en Dios, a quien no vemos, nos puede costar, pero asistimos a unas obras que humanamente no caben en nuestro pensamiento. L a fe escasea, y a esta incredulidad no es ajeno el Papa; y no es casualidad el que se haya promulgado un Año de la Fe y que el actual Pontífice publique una Encíclica al comienzo de su Pontificado con el nombre de La Luz de la Fe; y es que “recuperar la conexión de la fe y la verdad es aún más necesario, precisamente por la crisis de la verdad en que nos encontramos. En la cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad tecnológica. Es verdad aquello que el hombre consigue construir y medir con su ciencia y es verdad porque funciona y así es más fácil y cómoda la vida. Hoy parece que la única verdad cierta es la que se puede compartir con otros; la única sobre la que es posible debatir y comprometerse juntos.