El penúltimo mes del año comienza con celebraciones tradicionales, muy enraizadas en el espíritu comunitario que rinde su homenaje Todos los Santos y lo hace también con mucha reverencia a los Fieles Difuntos, esos seres queridos que pasaron a la vida eterna.
Hay una fuerza generalizada en el ánimo de la gente que en dos días muestra sus creencias y en apego a las mismas desarrolla rituales especiales que conllevan con mucha responsabilidad el reconocimiento de los vivos hacia los familiares fallecidos, cuyos recuerdos se mantienen vivos en una demostración abierta de emotiva gratitud para con los seres que llegan desde el más allá para confraternizar en el Altar o la Mesa familiar.
Por esos hechos especiales, que no pueden cambiarse en su esencia y su ritualidad, la celebración de los Días de Todos los Santos y de Los Difuntos ha venido en llamarse también la fiesta de la Hospitalidad, pues cada hogar a su modo, con más o menos elementos propios de la costumbre se abre para recibir primero a las almas y también a los vivos que se reúnen durante 24 horas para un intercambio de fe y de recuerdos.
Lejos de perderse el sentido de la celebración, las costumbres son tan arraigadas que se cumplen con voluntad plena de quienes hacen que la conmemoración de Todos Santos y de Fieles Difuntos siga ocupando un lugar preponderante en la vida familiar, pues en la fecha se produce el reencuentro entre lo real que está en la tierra y la creencia de que la muerte como liberación significa el viaje de los seres queridos hacia el paraíso y la vida eterna y su presencia simbólica al comenzar noviembre.
Por las razones de reunir a la familia y las amistades, la celebración es una clara muestra de hospitalidad sin límite, al punto que en homenaje a las almas y cuando se supone que nos visitan los deudos o familiares se prodigan en atender de la mejor manera a los visitantes, lo que significa un espacio para que todos coman y beban retribuyendo tan sólo con oraciones para que los fallecidos encuentren la paz en el cielo y los familiares conformidad en la tierra.
Este fenómeno especial que difícilmente será sustituido en contenido, tradición y la fe de los protagonistas ante el misterio de la vida y la muerte está siendo bombardeado por una costumbre fantasmagórica proveniente de otras culturas que responde más bien al comercio, diversión truculenta y una desmedida demostración casi carnavalesca de atuendos, maquillaje y máscaras que no condicen con la seriedad de un proceso de cultura ancestral que está ligado íntimamente a la creencia de religiosidad que da sustento al homenaje a Todos los Santos y a los Fieles Difuntos.
Hay que reconocer sin embargo que ciertas condiciones de evolución en las “capas sociales”, eliminan algunas condiciones especiales de la celebración de las fechas al comienzo de noviembre. Muchas familias siguen la tradición y disponen una variedad de ricos bocados y vino para entregar a los familiares y amigos, pero demandando oraciones para los difuntos, en los sectores más sencillos se hace lo mismo pero además de preparar un altar o una mesa en la que se rinde homenaje a los fallecidos y al despedir a las almas se distribuye entre los asistentes una variada gama de comida y golosinas. Esa es una muestra de fraternidad, solidaridad, con apego de religiosidad que nada tiene que ver con la costumbre foránea de Halloween.
Fuente: LA PATRIA
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