Jueves 31 de octubre de 2013
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Hay gobernantes con una inacabable veta de ocurrencias que van de lo jocoso a lo ridículo. Con frecuencia, estas son seguidas pese a no tener ya vuelta– de aclaraciones poco convincentes. Esto va de la mano de la tendencia de atribuir a los caudillos facultades mágicas. Realmente, se trata de lo que se llamó “culto a la personalidad”, el que fue denunciado por Nikita Khrushov en 1956, en ocasión del XX congreso del Partido Comunista soviético.
El dictador dominicano, Rafael Leonidas Trujillo, recibió muchos títulos: Padre y Protector de la Patria Nueva, Primer Maestro, Primer Periodista, General Invicto de los Ejércitos Dominicanos y otros disparatados honores como el de Rosa Náutica de la Armada Nacional. José Stalin también aceptó estrambóticos honores: Padre de las Naciones, Brillante Genio de la Humanidad, Gran Arquitecto del Comunismo, Jardinero de la Felicidad Humana. Y Mao, Hitler y otros, también tuvieron lisonjas semejantes.
Resulta que ahora, esta fe y adoración se ha prolongado después de la muerte del caudillo santificado: Chávez, convertido en un pajarito “chiquitico”, se le apareció a Nicolás Maduro para darle mensajes y orientaciones desde el más allá. También son legendarias las ocurrencias, como las del pollo, la Coca Cola y la calvicie, que surgieron en Tiquipaya, sólo comparables con una afirmación de la inefable Cristina viuda de Kirchner: “La carne de cerdo mejora la actividad sexual”. “Es mucho más gratificante comerse un cerdito a la parrilla que tomar Viagra”.