Miercoles 30 de octubre de 2013
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La vigencia de la democracia por algo más de tres décadas ha promovido una serie de comentarios, pero el que se relaciona con un grupo “etáreo” cobra particular importancia. Treinta años es una estación especial de la vida: ni muy viejo ni muy joven, “sino todo lo contrario”. Indagar un poco sobre la realidad que le circunda, de por sí genera expectativa y curiosidad.
Los datos conocidos se refieren a la población urbana de las capitales de departamento y de las ciudades intermedias. Una mayoría, si no es parte de la burocracia privada o estatal, trabaja por cuenta propia. Cuando no es militante de un partido, observa con indiferencia el turbión ajeno que cruza por la vereda del frente; pero es también el “soberano” que aplazó en las urnas a los jueces plurinacionales. Tal vez por eso se descarga sobre el ámbito urbano la aparatosa propaganda oficialista.
A diferencia de la anterior generación, la que se tiene en la mira vive un tiempo relativamente tranquilo y burocrático. Por eso no percibe el contraste entre una dictadura y la democracia. Las referencias históricas tienen la inevitable impronta del pasado, sin la vivencia ni testimonio personal. En los años 60 y 70 había incitaciones perentorias para la rebelión. Ahora vuelan otras moscas. Los problemas de la democracia no motivan mayor preocupación.