Miercoles 23 de octubre de 2013
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Son diversas y contradictorias. La proximidad de las elecciones ha recrudecido la beligerancia verbal. Todos quieren llevar aguas a su molino. Con la media verdad y la media mentira, héroes y antihéroes se disputan desde ahora el voto del soberano. En medio de ese fuego cruzado, éste aún no sabe a qué atenerse. Falta la perspectiva del tiempo para saber la verdad. Pero ahí están los testimonios que serán parte de ella.
El complot subversivo arrancó a principios de siglo. Los caciques del fundamentalismo indígena tenían su propia causa: querían sustituir al neoliberalismo por un régimen comunista, llámese socialismo o dictadura del proletariado. Solos, los de esta corriente, jamás pudieron ni acercarse a la conquista del poder. Por eso se apresuraron en subirse al carro del cocalero cuando éste logró cierto porcentaje en las elecciones del 2002. Ya para entonces había la convicción de que la lucha armada no resulta. Ñancahuazú puso la lápida al “foquismo” cubano.
La otra fuerza que engrosó las filas de la conspiración salió del trópico. Los cocaleros se jugaron también en una carta su supervivencia. Coca o muerte podía ser su consigna. Sostenían una lucha sin cuartel con las fuerzas de la erradicación apoyadas por la DEA norteamericana. Este es el origen del odio obsesivo hacia los EE.UU. Después de expulsar a organismos de cooperación en el control del narcotráfico, ellos son ahora juez y parte en esa tarea. Organizados en sindicatos, representan el núcleo de poder que gobierna desde el Chapare.