La lisonja oficialista para ganar indulgencias atribuyó generosamente, el jueves, los méritos de la muerte del modelo político prevaleciente en el país hasta hace diez años. Y con la misma generosidad, el afán electoral atribuyó a otros las culpas de la situación que motivó el estallido de indignación de octubre del 2003.
El empeño de reivindicar triunfo ajeno como propio olvidó a los verdaderos gestores del proceso que vive hoy el país. Pero la historia que no se escribe entre los humos del poder recuerda que la semilla germinó el 17 de octubre después de 23 años. La trajeron a La Paz los miles de compatriotas de tierras bajas que marcharon 600 kilómetros desde Trinidad. Su marcha por "Dignidad, tierra y territorio" planteó la necesidad de nuevo orden constitucional para acabar con la injusticia social, la falta de oportunidades económicas, la corrupción administrativa, el contubernio político y la discriminación.
Los intereses de coyuntura de una política criolla ajena a sus orígenes olvidaron esa parte de la historia que es la que realmente vale para construir país. Pero la gente reivindicó ya en el 2000, durante la guerra del agua, y en el 2003 durante la guerra del gas, las viejas banderas de "dignidad, tierra y territorio", aunque con otras consignas.
En el "día de la dignidad" hubo más bien atisbos de crítica a las gentes de tierras bajas, que son las mismas que hace 23 años exigían respeto a su dignidad. Del violento atropello del nuevo orden en Chaparina, en septiembre del 2011, aún hay memoria fresca. No lo olvidan los miles de indignados que ganaron las calles para darles recibimiento de héroes tras ver las imágenes a informes de los pocos medios que eludieron los planes para garantizarle impunidad.
Se podrá argumentar, con algo de cinismo, que la marcha del 90 se pierde en la memoria porque hoy sólo es historia. Pero cuando se descargan culpas sobre espaldas ajenas hay que recordar que el testimonio de ese pasado está en los archivos de los medios de comunicación. Igual que el de la violencia en Chaparina y de todos los hechos que colmaron la paciencia de la gente desde la marcha del 90 hasta la guerra del gas en el 2003.
En el lejano 90, fueron esas imágenes e informaciones las que obligaron al gobierno de entonces a escuchar la demanda indígena. Igual que las que indignaron al país durante la guerra del agua, las pedreas estudiantiles al palacio, el choque policía-ejército en la plaza Murillo y la violencia militar de octubre en El Alto. Para los de memoria corta, vale la pena recordar también que como pocas veces en la historia, a la objetividad de la prensa se sumaron las expresiones de opinión para convencer a un Goni soberbio y tozudo, pero inteligente, a renunciar.
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