Sábado 19 de octubre de 2013
ver hoy
A principios del siglo pasado, un tradicionalista paceño recogió la leyenda de la coca: sagrada para quienes la usasen en los rituales ancestrales o como medicina; maldita para aquellos que la aprovechasen para sus propios intereses. Aunque se acredita que el mito es antiquísimo, quizá el autor leyó que el brillo verde primitivo se podía convertir en venenoso polvillo blanco. Domingo Lorini, padre de la farmacopea nacional, había advertido que la cocaína provocaba adicción y estados anímicos decadentes, desde la violencia descontrolada a la locura.
Hace una centuria comenzó a circular en el mundillo bohemio local el sofisticado consumo de la “cocó”, como la apodaron desde los barrios porteños. Me contaba don Flavio Machicado que en los cuarenta se juntaban señoritos para asistir dopados a funciones en los teatros de moda.
Hace media centuria aparecieron las primeras noticias sobre factorías de cocaína criollas. Algunas investigaciones en los sesenta culpaban del ilícito negocio a migrantes árabes. En los sesenta se dieron las primeras relaciones explícitas entre el poder político (la dictadura militar) y el tráfico de estupefacientes. En 1980, los narcodólares financiaron a generales y coroneles metidos en el golpe de estado.