Viernes 18 de octubre de 2013
ver hoy
Hace algunos años, una joven estudiante fue a clases como un día cualquiera. No se imaginaba que los hechos que acontecerían esa cálida mañana cambiarían el destino de todo un país y de cada uno de sus habitantes.
Al terminar su jornada estudiantil ella debía volver a casa, sin embargo, de pronto, el ambiente cercano a su colegio se convirtió en una zona de guerra: disparos, gente corriendo, gas lacrimógeno, nadie entendía lo que estaba pasando. Desesperada, ella buscó refugio en el lugar más cercano: una pizzería. La gente corrió con ella. El dueño, abrumado también, tomó la reja de metal y trancó el ingreso de más gente. Decenas de personas quedaron dentro, escuchando cómo, afuera, la gente gritaba y golpeaba la puerta para poder entrar, el dueño estaba impasible, él también tenía miedo.
Adentro, todo era silencio. Fue una mañana de febrero de 2003.
El desenvolvimiento de los hechos posteriores nos es bien conocido. Han pasado diez años desde los fatídicos meses de febrero y octubre de 2003, donde cientos de personas fueron heridas o aún peor, murieron, causando un dolor irreparable en sus familias y amigos más cercanos. Diez años desde que el pueblo boliviano se levantó para decir basta, diez años, desde que decidimos tomar las riendas del destino de Bolivia.