Paradójico: La desgracia de Haití, ha centrado los ojos del mundo en la pobreza en la que viven
26 ene 2010
Por: Eduardo Campos Velasco
El 12 de enero del 2010, Haití ha sufrido los embate de un terremoto de magnitud de 7,3 grados en las escalada de Richter, cuyo epicentro a 10 kilómetros de profundidad y 15 de su capital, Puerto Príncipe —literalmente— ha destruido esa ciudad. El sismo, así como las réplicas posteriores, han ocasionado la muerte de más de 100 mil personas, 250 mil heridos, miles de huérfanos, dejando a más de un millón de personas sin hogar. La catástrofe, calificada por las organizaciones humanitarias como una de las más graves de la historia, dicen que es equivalente a la explosión de 200.000 kilos de dinamita, fenómeno natural que ha afectado a 3 millones de personas de los 8 millones viven en ese país.
Qué contradictorio, pero de no haber sido ese trágico suceso, parece que nadie hubiera reparado en la situación de este país antillano, históricamente postergado. Haití, es del club de los 18 países más pobres del mundo (del cual también forma parte Bolivia); el 80% de su población vive debajo de la línea de pobreza; el 56% está en situación de pobreza extrema. Los índices de desigualdad son los más altos del continente, sólo el 1% de la población, se lleva el 50% de la riqueza. Su economía se basa en la producción agrícola, organizada en pequeñas y frágiles explotaciones que sólo permiten la subsistencia. El sector industrial más importante es el textil, que contribuye con el 75% del volumen de exportaciones y el 90% del PIB. La informalidad es creciente y arrastran a su población al contrabando, el narcotráfico, cuando no a la migración.
El año 2009, Haití generó un PIB de 6.908 mil millones de dólares y una renta per cápita de 772 dólares, lo que la convierte en la más pobre del continente americano y una de las últimas del mundo. Las devastadoras tormentas tropicales que son frecuentes en su territorio, principalmente las producidas el año 2008, afectaron fuertemente su infraestructura de comunicaciones, mismas que en términos generales, como los servicios e infraestructura productiva, no cuenta con inversiones sostenidas, asociadas a la inestabilidad, la violencia y la falta de recursos.
En relación a sus índices de desarrollo humano, Haití ocupa el puesto 150 de 177 países en el mundo. Sólo el 5 % de la población dispone de agua potable; el 48% de la población es analfabeta; la esperanza de vida es de 57 años; el promedio de hijos por mujer es de 4.86 (el más alto de América); la tasa de crecimiento poblacional es de 2.45% por año; la mitad de los niños están vacunados y solamente el 40% tiene acceso a asistencia médica básica. La mitad de las causas de muerte, son atribuidas al VIH-SIDA, infecciones respiratorias, meningitis y enfermedades diarreicas. El 90% de los niños sufren enfermedades parasitarias intestinales. El 5% de la población adulta sufre de VIH. La tuberculosis es 10 veces más alta en promedio del resto de América Latina.
El 5 de diciembre de 1492, Cristóbal Colón arribó a la isla La Española (isla de la que forma parte Haití) con los años se la conoció como las Antillas Mayores. El 1 de enero 1804, proclamó su independencia, siendo el primer país latinoamericano en hacerlo. Sólo por estos dos sucesos nos permiten visualizar que Haití fue pionera en la construcción de la nueva sociedad americana; sin embargo, como hemos visto —en la actualidad— es la sociedad más postergada del continente.
Pobreza, guerras civiles, desigualdad social, sucesivos gobiernos autoritarios y corruptos y, sobre todo, la falta de un norte claro que les impulse a construir un futuro mejor, se suman hoy a la tragedia que viven. Sin embargo, también es evidente que de no ser el fortuito terremoto, nadie se acordaría de ellos. Qué paradoja. La desgracia circunstancial que enfrenan, ha permitido que el mundo se dé cuenta de los niveles de pobreza en los que viven cotidianamente.
Roberto Calamita (investigador del tema de pobreza) sostiene lo siguiente: “Pobreza es un eufemismo piadoso que nombra a los distintos rostros de una misma muerte”. El dice: “Cuando hablamos de pobreza, estamos hablando del mayor flagelo de los hombres desde que se tenga memoria; la pobreza, es una forma de la misma muerte”.
Asumiendo esa reflexión diríamos: Las muertes ocasionadas por el terremoto, como las muertes constantes que genera la pobreza en la que viven los haitianos, son los rostros de una misma muerte. La tragedia de Haití, que conmueve al mundo entero, es también nuestra propia tragedia. Por una parte, como humanos que no podemos abstraernos de la desgracia que viven nuestro congéneres y; —ésta probablemente resulte aún más contundente— porque somos tan pobres como ellos. Bolivia, pese a la parafernalia propagandística que despliega el Gobierno, no ha modificado sustancialmente los índices de pobreza, desigualdad, producción y productividad en los que vive históricamente.
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