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Domingo 13 de octubre de 2013

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Cultural El Duende

Jaime Martínez-Salguero

Los fundadores

13 oct 2013

Fuente: LA PATRIA

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Segunda y última parte

Seguido por los tres jóvenes, el general encuentra a un hombre en la curva de la senda montañosa. Se miran en silencio. El extraño le sonríe; tiene un lunar en el pómulo derecho. Sin decir palabra, vuelve sobre sus pasos y los guía por aquellos breñales hasta un rancho donde encuentran descanso y comida. Después de reposar, vuelven a peregrinar en busca de hombres con lunares en la cara. El ruido de piedras que caen los detiene. Levantan los ojos, ven cómo un grupo de guerreros caen sobre ellos con las armas listas, y se enzarzan en feroz pelea. Dos atacantes caen al empuje de hombres pacíficos decididos a cumplir la misión encomendada por voz extrahumana. El Mallku, el general, murmuran algunos soldados y dejan la pelea.: ¡Imbéciles! ¡Ahora mando yo! ¡Mátenlo! Nadie se mueve. Huanca, el nuevo mandamás, encendido con furia homicida, al ver su autoridad en peligro, se abalanza con el garrote en alto. Cae desarmado por la rápida mano de Zapana, quien, ahora, blande la porra, mientras mantiene con la mirada en el suelo al atacante. ¡Otro! Nadie se anima. ¡En fila contra la roca! La orden se cumple en silencio. Huanca está entre ellos con los ojos bajos. El general los mira detenidamente. Tú...y tú, quédense. ¡Los otros, váyanse antes de que me enoje! Ahora ya son seis los que ostentan la señal en la cara.

Los hombres que siguen a Zapana lo ven continuamente meditando y moviendo los labios al pronunciar palabras que ellos no oyen. Intuyen que se encuentra en diálogo con alguien invisible para ellos; y, con asombro sienten que esa revelación se les introduce en el corazón, transformándolos. Al mismo tiempo el silencio les hace entender que el mensaje superior llega a otras almas, pero choca con el orgullo, rebota en él, y se va llorando. Cuando llegan a la ribera del lago, el mallku entra en éxtasis ;luego, con los ojos cerrados murmura: “Huma, huma, kota” Sí ,general, agua, el lago, le responden sus seguidores. “Desvistámonos, y entremos en el agua”, todos. “Nos estamos purificando”. El agua fría penetra por las plantas de los pies borrando el cansancio, introduciendo efluvios que llegan hasta sus corazones y sus mentes. Se secan con cuidado, todo en un silencio sagrado que pone un toque místico en las almas de todos los hombres.

Balsas de totora se mecen en la orilla Hombres rudos se interponen entre las embarcaciones y la gente de Zapana, gritando desaforadamente, amenazándolos con sus hondas. De pronto, ante el asombro de todos, el sol despide llamas de fuego que envuelven a los atacantes, pero no los quema; los paraliza, se contorsionan gritando de dolor, luego huyen precipitadamente, dejándoles el campo libre. Al cabo de unos minutos tres hombres llegan pacífica y silenciosamente; con respeto, les ofrecen las embarcaciones. Todos tienen un lunar en la cara

Las pértigas impulsan a los barquitos y los hombres comienzan a navegar. Cuando ponen en su sitio a las velas de paja, el viento los empuja a destino seguro, ignorado por ellos. El sol brilla y parece sonreír en los corazones de la gente, introduciéndoles una fe renovada mientras la pequeña flota se desliza sobre las aguas azules .Al caer la tarde, cuando la última nube se ha despojado del rojo-lila del ocaso, divisan una bahía y en ella recalan bajo el aleteo de la primera estrella. “La chaska nos recibe” murmura el general. “La urpa, tan roja, que han visto ahorita, y que se ha ido destiñendo, es un mensaje. Escuchen: “K´ayanuwasiñaj tukuyjañapawa. ¿Entienden?” “Sí, y estamos de acuerdo. La pelea debe terminar. Bueno. Mañana saldremos a otra parte. Descansemos”.

Las miradas no se desprenden del peñón que parece flotar en el lago. Tensos, los músculos van empujando el agua con rústicos remos, con los cuales ayudan al viento a impulsar las balsas de totora. La emoción ante los desconocido hace latir los corazones, que no comprenden el motivo de no haber atracado en la isla que acaban de dejar atrás, enfilando a la otra, más imponente, pero distante. Todos están en silencio. Desembarcan en esta tierra que los ha venido llamando con la fuerza de las profundas voces superiores. Ya en la playa, todos a una, sin ponerse de acuerdo gritan: “Jallalla, jallalla”. Este vítor resuena en la tarde que declina, en las olas, en el cielo y vuelve a ellos con la dicha del logro conseguido. No han dejado de vitorear cuando, nuevamente la voz se hace oír en la mente de Zapaña. El hombre cae de rodillas. El tiempo se alarga en un tenso minuto que jala la atención de todos hacia la figura prosternada. Al levantarse, el mallku los mira con ojos en los cuales late una luz renovada. Jau ikipjanti aka arumana nayapkama. La sorpresa se abre en el silencio respetuoso del grupo a su líder, pero, íntimamente cada uno se pregunta: ¿Por qué no podemos dormir esta noche, si estamos cansados? ¿Qué señal esperamos? Sin embargo, con la obediencia que los grandes acontecimientos imponen al ser humano, velan en silencio, mirando cómo la noche se ocupa en trasladar estrellas de un confín al otro.

La neblina del amanecer cerca a los hombres con una cortina húmeda, que, una vez más, les renueva los corazones. Cuando la niebla se levanta, del otro extremo de la isla ven que algo se mueve en el horizonte; a medida que la distancia se acorta, los hombres de Zapaña que son guerreros encabezados por Kari, su mortal enemigo. Se inquietan; observan cómo los músculos de la cara de Zapaña se ponen tensos, y escuchan el grito, lanzado con inconfundible acento kari: “¿Para esto me has traído aquí?”. Un rayo seco cae cerca del rebelde, quema la roca, abre una cueva. “Amuki” dice Zapaña. “Silencio”, ordena una voz extrahumana. De la oquedad abierta majestuosamente sale la esposa de Zapaña, tan olvidada por los trajines del caudillo. Se toman de las manos con la emoción de años de amor ausente. Una voz baja del cielo con la majestad propia de las alturas: “Porque has sabido descender a las alturas, sí, hijo, la obediencia te despoja de ti y te llena de mí, la altura por excelencia. Porque has oído mi voz pidiéndote que ames a todos por igual, y porque has aceptado todo cuanto te he ordenado; ahora te encargo otra misión. “No: Tengo que destruirlo. Es mi enemigo”, y, amenazante, Kari da un paso adelante. “¡Detente!” La voz lo paraliza. “Kari, es tu hermano” Debe morir, no lo acepto como hermano. “Entonces, Kari...”. El viento comienza a soplar furiosamente, levanta polvo, mucho polvo que envuelve al réprobo. El agua, llevada por el viento, forma barro en el cuerpo del rebelde y el sol lo seca en un instante. La figura cae y se despedaza, ante el asombro de los asistentes. El tiempo es admiración, respeto, silencio. La voz, con el mismo amor del principio, y con la firmeza que ha puesto lo recientemente acontecido, la voz continúa: “Mallku, bien llamado Mallku por tu pueblo, de ahora en adelante te llamarás Kapaj, y tú, mujer, Ojllo.” Los rostros de la pareja comienzan a resplandecer y sus cuerpos se levantan del suelo. Los hombres de ambos grupos caen de bruces, en señal de acatamiento. Al silenciarse la voz, Mallku Kapaj y su pareja se posan en el suelo. El varón tiene una varilla de oro en la mano derecha.

Con la dignidad de reyes, seguidos de toda la gente, se encaminan en busca del sitio donde la vara de oro se hunda en tierra, en señal de haber encontrado el sitio donde deben fundar un imperio, por mandato del sol, su padre.

Fin

Jaime Martínez-Salguero. Sucre, 1936.

Académico de la Lengua.

Fuente: LA PATRIA
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