Loading...
Invitado


Domingo 13 de octubre de 2013

Portada Principal
Cultural El Duende

Jaime Torres Bodet

13 oct 2013

Fuente: LA PATRIA

Jaime Torres Bodet. Poeta. México, 17 de abril de 1902 – 13 de mayo de 1974. Fervor (1918). El corazón delirante (1922). Canciones (1922). Nuevas canciones (1923). La casa (1923). Los días (1923). Poemas (1924). Biombo (1925). Poesías (1926). Destierro (1930). Cripta (1937). Sonetos (1949). Selección de poemas (1950). Fronteras (1954). Sin tregua (1957). Trébol de cuatro hojas (1958 y 1961). Poesía (1965).

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Pórtico

En esta presencia amarilla

–entre dos lámparas– de la noche,

en esta inmovilidad del espejo

que cuenta al revés sus cadáveres

y en esta grieta fina del reloj

por donde cabe todos los días

un instante imperceptible de alondra

está mi eternidad.

En este arco de triunfo

de vértebras unidas con banderas

para el aniversario de una rosa en el tacto,

en esta dimensión de cinco dedos

indispensable al peso de cada fruto

y a la fecundidad de cada caricia,

en este blanco de los ojos, blanco,

al que no tocan sino flechas mudas

y en esta melodía de una piel que la sal

de las mareas no enjuga,

no robustece, ni bruñe.

De un muro al otro de la soledad

soy un hombre desnudo

que sangra por un costado su sombra.

He tenido

que aprender a nadar

en una competencia de náufragos,

con las manos tendidas

a todo los racimos del agua

en que las espumas verdecen

mientras los cabellos

perdían y recobraban

a cada momento

una corona de ausencias..

Me sabía la voz, al hablar,

a las voces de los poetas

que el oído narcotizaba

en los libros.

Y odié la voz. Y el eco.

Y el espejo mismo del eco.

Pero ya estoy aquí

en esta edad de la luz

en que los colores más opuestos

se reconcilian,

rodeado por una selva de vértigos

y defendido de todas partes

con una muralla de nombres.

Mi mundo pesa lo mismo,

ahora, que una promesa,

que un sueño,

que una palabra de mujer

en la esquina de una almohada,

pero lo llevo a todos los sitios,

a todas las distancias del aire,

a las nucas que imprime

el bosque en la nieve de las montañas,

a los valles que deposita

una fuga de arroyo en el césped,

a las proezas y a las contriciones,

a todo,

a todo cuanto devuelve

a la orilla de un puerto incendiado

–en ceniza de pájaros y arcos–

la resaca de los destierros…

Dédalo

Enterrado vivo

en un infinito

dédalo de espejos,

me oigo, me sigo,

me busco en el liso

muro del silencio.

Pero no me encuentro.

Palpo, escucho, miro,

por todos los ecos

de este laberinto,

un acento mío

está pretendiendo

llegar a mi oído…

Pero no lo advierto.

Alguien está preso

aquí, en este frío

lúcido recinto,

dédalo de espejos…

Alguien, al que imito.

Si se va, me alejo.

Si regresa, vuelvo.

Si se duerme, sueño.

“¿Eres tú?” me digo…

Pero no contesto.

Perseguido, herido

por el mismo acento

–que no sé si es mío–

contra el eco mismo

del mismo recuerdo,

en este infinito

dédalo de espejos

enterrado vivo.

Buzo

El agua de la sombra

nos desnuda

de todos los recuerdos

en esta brusca

inmersión que anticipa,

en los oídos,

la sordera metálica del sueño.

Y quedamos de pronto

sostenidos

–en este mar en donde nadie flota–

de una cadena lógica

de ausencias,

como el buzo que vive,

en su escafandra,

de la serpiente del aire

que lo sigue.

Ni una burbuja traicionó la asfixia.

Lento

y con ruedas de espuma

en el insomnio,

giró el acuario

rápido del sueño.

Mas ya el silencio abre

un pozo ardiente

en la memoria fría,

un pozo

donde nuestras imágenes

se lavan de la atmósfera

perdida.

¿Con qué dedos de música tocarte?

Porque sólo la música podría

devolverte una forma

para el tacto

a ti, que tienes tantas

para el oído ávido.

Porque sólo la música

sabría componer,

con los fragmentos

de tu semblante

muchas veces roto,

el nuevo,

el expresivo rostro nuevo

que de tu sueño lento

está naciendo…

Danza

Llama

que por morir más pronto

se levanta,

flotas entre las brasas

de la danza.

Y te arranca de ti,

al principiar,

un salto tan esbelto

que el sitio en que bailabas

se queda sin atmósfera.

Así el pedazo

negro de la noche

en que pasó un lucero.

Pero de pronto vuelves

del torbellino de las formas

a la inmovilidad

que te acechaba

y ocupas,

como un vestido exacto,

el hueco

de tu propia figura.

Pareces una cosa

caída

en el espejo de un recuerdo:

te bisela

el declive del tiempo.

Un minuto después,

estás desnuda…

La brisa

te peina

el ondulante movimiento

y a cada nueva línea

que las flautas

dibujan en la música

obedece una línea de tu cuerpo.

No resonéis ahora,

címbalos,

que la danza es como el sueño.

Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos: