Una de las destrezas básicas de los dirigentes del Proceso es la exégesis de las palabras del Elegido. En efecto, sus palabras son muchas y aparentemente contradictorias, a veces desafían la ciencia o la legalidad formal y casi siempre deben ser consideradas herméticas, de manera que su significado escapa a la gente común y es más bien objeto de sesudas interpretaciones.
Sin embargo, no todos tienen acceso a esa ciencia. Hay herejes en vías de extinción (periodistas independientes, les dicen) que tergiversan constantemente el significado de las instrucciones del Jefe, ni qué decir de los opositores, resabios diabólicos de la larga noche del liberalismo, que no pierden pisadas a los mensajes que emanan de la profunda meditación del Gran Líder.
Entre los maestros exegetas autorizados está el Vice, el equipo de (des)información, la famosa Paola Soliz Chávez, misteriosa “masóloga” que aparece y desaparece entre las nieblas de Avalón (¿o de Lima?), y los letrados opinadores de medios para gubernamentales.
Les siguen, más abajo, los “voceros”, que más propiamente habría que llamar “voceadores” por repetir como loros la ruta luminosa trazada por los maestros, y los incondicionales pretorianos de las redes sociales, para los cuales toda afirmación del Inca, hasta la más estrambótica, tiene su recóndita justificación.
El Presidente no cree en las estadísticas, o tal vez sólo en el 50 % de aquellas. La reciente "instrucción" a sus acólitos y otros servidores de que tienen que dedicar el 50 % de su tiempo a las funciones públicas y el otro 50 % a hacer prosélitos, ha sembrado el pánico en las filas de los exegetas. Esta vez, ante las dificultades textuales, legales y conceptuales de semejante afirmación, los maestros de la exégesis han guardado un prudente silencio, pero sus alumnos, a falta de una “línea informativa”, no han resistido a la tentación de romper la hermosura del silencio, a costa de hacer el ridículo.
Frente a esta crisis exegética y a la carencia de buenas explicaciones, me brindo para sugerir un par de interpretaciones que aclaran meridianamente el pensamiento infalible del Capo.
En efecto, no se necesita apelar a presuntas facultades sobrehumanas de los discípulos para prescindir del sueño reparador, tampoco es obligatorio reducir el proselitismo a horarios fuera de oficina o en los pasillos, ni sacrificar el tiempo libre a la causa. Lejos de mí la afirmación, sofista y contraria a toda evidencia empírica, que los ministros no trabajan, de modo que el 50 % de cero es cero. ¡Nada de eso!
Lo que quiso decir el Dux, en contra de lo que piensa la oposición, es que el entusiasmo de los ministros para involucrarse en la campaña debe tener límites. No se trata pura y sencillamente de imitar su propia forma de trabajar, dedicando el 100 % de su tiempo a la campaña (piense lo que piense el TSE, más preocupado hoy por cómo cumplir la otra “instrucción” del 74 %). La consigna del 50 % es por tanto un freno al fervor de los funcionarios. Lo dio a entender el Guía en su estilo hermético: “¡Dediquen a la campaña no más del 50 % de su tiempo! ¡Ojalá sea menos, porque antes están los intereses del país y la gestión de gobierno!”
Alternativamente, apelando a la técnica exegética de explicar un texto con otros del mismo autor, el Caudillo tal vez quiso enviarles este mensaje: “El tiempo de los funcionarios del gobierno que no colaboran con el Proceso será nacionalizado: 50 % para la empresa (el Gobierno) y 50 % para la campaña. ¡Decídanse si son socios o librepensantes, apóstoles del Proceso o ciudadanos cumplidores de la Ley!”.
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