Lunes 25 de enero de 2010
ver hoy
La proclamación del Evangelio es instrucción divina, por tanto está llena del amor de Dios, porque así lo mando el Hijo amado, y desde el mismo momento en que los apóstoles la aceptaron esta manifestación prodigiosa: Predicar la Palabra es dar vida a cada uno de los que la escucha: La Palabra redime, salva y nos hace sentir la esencia de la vida eterna.
-“El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos”.
No es fácil llenarse de tanta gracia y todos pasamos por pruebas que debemos aceptarlas con amor, como lo hizo Saulo, aquel perseguidor de cristianos. Su ejemplo es digno de seguir: Fue formado Escritura en mano, era sobresaliente en la Ley, pero no en la ley del amor, hasta que en un viaje a Damasco, “hacia mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo pregunté: ¿Quién eres, Señor?" Me respondió: "Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues”.
Fuente: LA PATRIA