Si bien es cierto que hay una diferencia entre gobierno y régimen, ambos tienen en común la escritura. Ambos se expresan a través de la palabra escrita, esa que queda impresa y testifica una idea, un comportamiento y, muchas veces, una promesa.
A veces el ciudadano puede reconocer la filiación del gobierno o el régimen escuchando a sus gobernantes que, en ocasiones suelen decir, “No, no quise decir eso” o simplemente niegan lo dicho, pero cuando escriben queda impreso como testimonio, quizá por eso los mandatarios modernos hacen todo lo posible por no escribir.
Una aclaración indispensable: Régimen es el de Irán, el de China o el de Corea del Norte. Gobierno es el de Alemania, el de Australia o el de Suecia. Entre esos dos extremos hay gobiernos que confunden mayoría absoluta, ganada en elecciones, con “carta blanca” y olvidan que hasta dentro las mayorías hay minorías. Ese es el caso de Rusia por ejemplo y algunas “democracias” latinoamericanas.
Volvamos a la escritura. Roland Barthes semiólogo y filósofo francés escribió un texto breve sobre el tema: “Una historia de las escrituras políticas constituiría (por lo tanto) la mejor de las fenomenologías sociales”. Barthes pone algunos ejemplos hoy superados por la nueva realidad, sin embargo la palabra “orden” sigue siendo la síntesis del autoritarismo. Camarada sigue sonando comunista, compañero es un deslavado cubanismo y hermano importa la pertenencia a una secta secreta.
Cuando las letras reciben el influjo de los cambios de contenido conceptual de las palabras políticas aparecen, a mitad de camino, los escribientes, que son el punto de cruce entre la militancia y el periodismo.
El militante es transmisor o creador de esas palabras, por ejemplo, en el tiempo de golismo francés los comunistas eran llamados “separatistas”. La palabra podía quedarse encerrada en los límites del partido o del gobierno, pero, la tendencia es multiplicar el concepto, ese es el instante en que aparecen los escribientes disfrazados de periodistas que, algunos por marasmo o gravitación, otros por su compromiso oportunista, repiten en el nuevo contenido de las palabras: “separatista” y “orden”.
Recuerdo la guerra de Yugoslavia y el uso de algunos vocablos que, dependiendo de quién los usaba, cambiaban de contenido. Para los serbios, los kosovares o los croatas eran separatistas mientras que esos separatistas se convertían en patriotas tanto en Kosovo como en Croacia. La prensa e incluso la iglesia eran multiplicadores de los dos conceptos.
El ejemplo es especial porque está planteado en una situación de agudización extrema de los contrarios. Justamente para evitar llegar a ese punto muerto se necesita descubrir a tiempo el contenido político y a veces ideológico de la palabra escrita. Por eso es importante una prensa no uniforme ni uniconceptual. Al medio de la oficial y la opositora debe existir la otra: La independiente en cuyas páginas se descubra que hay palabras que se usan como munición que suele matar el diálogo, el supuesto más importante de la democracia.
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