El empleo: Una categoría social retrógrada y vacía de contenido
01 oct 2013
Por: Adhemar Ávalos Ortiz
La Academia de la Lengua Española incurre en un error burdo, calificativo, que no simplista, redujo el concepto de empleo como “había sido trabajar sin producir”. Dice que “trabajar es ocupación”, o sea hagas lo que hagas, mientras estés integrando personas, produciendo, aunque no sea nada real, eres algo. En el fondo, el tema es más profundo. El capitalismo ha degenerado del previo contrato de trabajo, entregas tu energía e inteligencia al empresario porque necesitas trabajar, porque tienes familia y tienes que comer, en la necesidad como lo dijo Marx, ahí empieza el empleo y la producción, y la plusvalía, en la idea de que eres un concepto: produces para ser esclavo no en la producción propia sino en tu mente, eres un ser denigrado.
En realidad, profundizar en la esencia “Trabajo profesional que se realiza a cambio de una retribución o salario” implica venderse por un salario, intercambiar un diezmo. (Santillana). Y aquí radica la esencia de la ocupación de sobrevivencia, lo real existente, un trabajador no vende su fuerza de trabajo “per se”, por voluntad, ya que el mercado no lo permite fácilmente, simplemente se vende a sí, entrega su cuerpo laboral al mercado, regresa a medios precarios del pasado, los de su padre, vende su integridad a los servicios, o sea que un profesional se da al mercado capitalista, en vez de entregar a la sociedad lo que aprendió, y se debilita en un proceso que no le hará hombre como proclama el socialismo, sino le signará como protagonista del “cambio”, un sujeto que ya no tiene personalidad, una persona que depende de un sistema corrupto.
No obstante, existe la idea revolucionaria de un empleo total, con un sueldo acorde a necesidades, pago racional de impuestos deducidos del salario, satisfacción de necesidades del empleado y de su familia, beneficios sociales, evaluación por producto de acuerdo a parámetros establecidos previamente, jornada de 40 horas semanales, excepcionalmente horas extras o compensación curricular consensuada. Pareciera que es una irrealidad, pero tiene asidero en lo que pasa en Bolivia. Es un país beneficiado con recursos naturales que implicarán en 2020 un ingreso de 20 mil millones de dólares, lo que significa 200 dólares por habitante, una cifra diaria para no solamente paliar, sino terminar con la pobreza en este sufrido país. Así el comunismo es posible, pero no fácil.
El INE, y los organismos del Gobierno, manejan una categoría económica servil, la que tergiversa los términos poblacionales, cuando lo importante es atreverse a definir la esencia social del tema. La ONU y sus organismos coadyuvantes, hablan muy orondamente del tema. La pobreza se reduce a cantidades de riqueza, o sea que uno es rico porque tiene plata, una cómoda, un refrigerador, cocina y ambientes para el placer. Cuando hay gente en el mundo que serían felices con tener tres comidas al día y un espacio de conversación.
La figura de la contratación por consultoría se ha convertido en una expresión de la mayor explotación laboral del siglo XXI. Se contrata hasta por imprimir documentos. Las empresas eluden responsabilidades sociales. Al final, despiden a trabajadores sin ningún derecho y el Estado Plurinacional les apoya. Una persona profesional que ha trabajado, entregando sus mejores conocimientos durante dos, tres, seis, o doce meses, es retirado sin ningún derecho. Ahí está el Gobierno de los desposeídos.
El actual Gobierno de Bolivia maneja cifras endebles por su esencia. Dice que el 95 % de los bolivianos está empleado. Nada más falso. Entrega la idea de que el hecho de trabajar para comer ya es empleo. Todo ser humano tiene que sobrevivir, aún cuando sea barriendo calles, al final tiene que hacerlo porque los hijos e hijas, le exigen. Y tiene que vender su fuerza de trabajo por miserables 700 bolivianos. Al final logra su objetivo. Su mujer tiene que vender verduras para completar el diezmo familiar. Aún así no alcanza. Lo que sostiene a la economía del país no es el esfuerzo grandísimo de la población. Existe un mercado de consumo basado en el narcotráfico, un flujo de ida y vuelta. Hay gente que come y regurgita su barbarie. Solamente hay que pasearse por muchos lugares para darse cuenta que la repartición del excedente material es injusta. Unos reciben mucho y otro las miserias de una sociedad retrógrada. La economía ilegal compensa, pero tiene un costo: la pérdida moral de la sociedad.
(*) Politólogo
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