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Domingo 29 de septiembre de 2013

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Revista Dominical

Educación sexual responsable

29 sep 2013

Fuente: LA PATRIA

Por: Alejandro Rocamora Bonilla - Psiquiatra, catedrático de Psicopatología y miembro fundacional del Teléfono de la Esperanza

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La sexualidad humana empieza con el contacto físico de los bebés con los que les rodean: mamar, chupar, tocar, son algunas de las manifestaciones de la sexualidad en los primeros meses de vida del bebé. De esta forma se van construyendo los cimientos de la futura personalidad del niño: ese contacto físico genera confianza, seguridad y tranquilidad, constituyendo la base de un desarrollo adecuado de la personalidad del sujeto.

El bebé no sabe identificar sus vivencias sexuales, pero ya puede sentir placer ante el tocamiento de sus órganos genitales. Es un proceso biológico: el cerebro interpreta como placer la estimulación de las zonas erógenas, ya que tiene terminaciones nerviosas al efecto. La actitud de los padres ante estas vivencias (rechazándolas o aceptándolas) sí pueden influir en el desarrollo normal de la sexualidad del niño de forma negativa o positiva.

Alrededor de los cuatro o cinco años aparece la curiosidad por su cuerpo. El bebé puede comenzar a jugar con sus genitales. Se comienzan con conductas claramente sexuales: “jugar a los médicos”, “frotamiento de los genitales con almohadas o juguetes”, etc. Pueden aparecer las primeras preguntas: ¿por qué no tengo yo lo que mi hermano?”, ¿por qué tus tetas son tan grandes, mamá?, “¿de dónde vienen los niños?”, etc.

Después de los seis años y en el contacto con otros niños y niñas, descubren el placer anal y aparecen los juegos orogenitales, imitación de posturas sexuales, etc.

Hacia los 9-10 años el niño ha tomado conciencia de que el sexo está relacionado con secretos y que no siempre se puede preguntar o decir lo que se piensa sobre ese tema. Se pueden iniciar las conductas masturbatorias como la antesala de la gran eclosión que supondrá la adolescencia.

En este largo y complejo desarrollo de la sexualidad los padres juegan un papel importante y por esto su actitud ante el niño influirá en el desarrollo de su sexualidad.

“Que los niños vienen de París” o “son traídos por la cigüeña” o “que te encontramos debajo de una col en el huerto” distorsiona la verdad de forma tan grosera que difícilmente los padres conseguirán su confianza en otros temas. La información tiene que ser verdadera pero también gradual: no podemos hablar lo mismo a un niño de tres años que a otro de nueve o de doce. Pero adaptarse a la edad del niño no implica que le mintamos. No decir nada para que no se contaminen consigue, en la mayoría de las veces, que se informen por amigos o compañeros y de forma no muy adecuada. El temor se ha cumplido: vivencia anómala de la sexualidad.

Cuando el niño es pequeño no hay que ridiculizar los tocamientos de los genitales, sino explicarle como es preciso que ciertas conductas se hagan en privado y que aprendan que su cuerpo “es suyo” y por lo tanto deberá evitar que otras personas se aprovechen de él. Siempre debemos procurar no unir sexualidad con “algo sucio” o “pecaminoso”. Y sobre todo hay que evitar transmitir la idea de que “el sexo es algo malo”, que la masturbación provoca “que se seque el cerebro” o tiene el peligro de “volverse loco”.

No debemos olvidar que un desarrollo adecuado de la sexualidad es como la piedra angular de todo el edificio de la personalidad de la persona: seremos más sanos mentalmente en tanto en cuanto el desarrollo de la sexualidad sea adecuado. La educación sexual es algo más que información fisiológica del aparato reproductor o medidas apropiadas para evitar un embarazo no deseado o contraer el sida. Educamos no solamente cuando hablamos de sexo sino también cuando transmitimos valores y actitudes con nuestro comportamiento con el otro sexo, cuando enseñamos a reconocer nuestro propio cuerpo, valoramos las diferencias sexuales, transmitimos la importancia de respetar las diferencias o facilitamos la expresión de los sentimientos, a través de la palabra, pero también del tacto (abrazos, besos, etc.).

Educar la sexualidad es favorecer que el niño o la niña tengan una vivencia libre, sana, creativa y placentera de su cuerpo, de sus relaciones y de sus afectos.

De esta forma lograremos una sexualidad integral, donde lo que prime no sean los conocimientos sobre la vida sexual, imprescindibles, sino que también se acompañe con un desarrollo armónico desde la infancia. No basta amar al niño sino también exteriorizarlo, tocándole, abrazándole, besándole; no basta sentirse amado sino también comunicar nuestra gratitud por ese sentimiento a través de palabras, gestos y conductas.

Fuente: LA PATRIA
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