Algún día, cuando se escriba la historia de estos tiempos sin la pasión ni el compromiso de ser testigo de los hechos, algunas frases de sus protagonistas mostrarán sin necesidad de explicación que valió todo, para lograr objetivos propios. Y ese todo incluye una alta dosis de irrespeto a la lealtad, la verdad y el insulto a la inteligencia ajena con el recurso absurdo del sofisma para justificar lo inexplicable.
La semana pasada, por su coincidencia con el segundo aniversario del atropello de hace dos años contra la VIII marcha indígena, fue rica de ejemplos. Incluso con los dichos presidenciales en Nueva York, con motivo de la asamblea de la ONU.
El vicepresidente habló aquí de que “la administración de justicia no está bien” porque “los cambios no son lo suficientemente profundos para que haya justicia rápida y deliberada”. Estaba hablando, por increíble que parezca, de la demora en identificar y sancionar a quienes planificaron y dieron orden de reprimir a los marchistas en Chaparina. Pero él mismo había declarado hace ya dos años, en conferencia de prensa, “nosotros (en el gobierno) conocemos quién dio la orden”. Una orden que motivó a renunciar a la entonces ministra de Defensa y otros funcionarios, en una hoy cada vez más rara actitud de ética y dignidad.
Otra cara oscura del mismo tema se conoció cuando el Presidente reconoció en Nueva York “yo soy el culpable” de la elección legislativa, en abril del 2010, del actual Defensor del Pueblo. “Debo reconocer, es el error que he cometido”, respondió a una pregunta de la CNN sobre el pedido del Defensor de cambiar al representante en la ONU, sindicado como responsable del atropello policial en Chaparina.
La gente criticó en su momento, esa elección porque el ganador fue tercero en la evaluación de méritos. Pero la salida por la tangente en la entrevista con CNN le sirvió al Presidente para posicionar en la agenda, otra vez, la elección del Defensor del Pueblo. Y para mantener en la oscuridad el asunto de fondo: siguen en el limbo las investigaciones y el castigo a los responsables del frustrado intento de dispersar a los marchistas con un nivel de violencia que el propio Presidente calificó entonces “imperdonable”.
El folklore a los sofismas lo puso, primero, la ministra de comunicación en el afán de “explicar” la declaración presidencial. Según ella, el Presidente sólo “dio su opinión de que (el hoy Defensor) le parecía excelente, eso fue todo”. Aunque el Presidente dijo lo que dijo de manera clara y con un objetivo específico. Hay, por supuesto, otras perlas, como la de ese diputado que afirma que el Defensor “más parece defensor de las Organizaciones no Gubernamentales”, como si debiera defender sólo al Gobierno que, se reconoció oficialmente, se “equivocó” al elegirlo.
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