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Domingo 24 de enero de 2010

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Revista Dominical

¿Y ahora qué, compañero?

24 ene 2010

Fuente: LA PATRIA

Por: Marcia Batista Ramos

Anduvimos bajo el sol del altiplano, con las manos y los pies ajados por el frío, la cara rasposa y quemada por el sol y la tierra suelta, que el viento esparce con facilidad, esperando que las ovejas y llamas pasten. Si avistábamos una perdiz o un conejo de campo, arrojábamos una piedra certera y llevábamos el animal para casa, para que nuestra madre cocine. Después fuimos a la escuela, donde no había bancos ni pupitres, nos sentábamos sobre adobes. Mientras aprendimos a leer y escribir, aprendimos a hablar el castellano.

Eramos niños pobres, del campo pobre, del altiplano desértico, donde el viento corre suelto haciendo ruidos fantasmales en medio del silencio. En un cuarto vivía toda la familia. Nuestra cama era un cuero de oveja sobre el piso de tierra y nuestra frazada el calor de la k’oncha (1), que ardía toda la noche con taquía (bosta seca).

Luego vino una gran sequía y nuestro producto no retoñó… Fue triste, hasta la próxima cosecha sólo comimos mote (maíz cocido) y charque de llama, no había otra cosa… entonces mi padre fue a trabajar en el valle y trajo un quintal de arroz.

Ir a la escuela, era una especie de salida de la realidad, caminábamos dos o tres kilómetros para ir y luego para volver a la casa; pero, en la escuela nos olvidábamos de los problemas y jugábamos fútbol, nos sentíamos felices. Era importante ir a la escuela, nos mejoraba la autoestima, porque sabíamos que nuestros padres no tuvieron la misma oportunidad, eran analfabetos y nuestros abuelitos, peor, eran pongos (vasallos)…

Este siempre fue un país con diferencias sociales demasiado marcadas; durante más de cien años de República, unas cien familias compartieron el poder en detrimento de las grandes mayorías. Mientras el pueblo pasaba hambre, ellos iban a Miami de compras con el dinero del Estado. Eso es criminal, desde cualquier punto de vista. Pero, estas barbaridades ya pasaron a la historia. Hoy tenemos que mirar adelante, pensar en todos, especialmente en los más desfavorecidos.

Nosotros no teníamos hospital, ni posta sanitaria, colocábamos brasa ardiente en una muela cariada para que no doliera; tampoco teníamos agua potable o luz y mucho menos alcantarillado. Hacíamos nuestras tareas escolares con la luz del fuego. Imagínense que conocimos la ducha cuando fuimos al cuartel, para servir a la Patria. No compramos nuestra libreta, como hacen los blanquitos, que tienen miedo que alguien les grite o peor: pasar la noche solito de guardia… Quizás, por esto les tenemos desconfianza.

La vida fue nuestra universidad, pues, no podíamos pensar en otra cosa más que en crecer y poner a disposición del mundo nuestra fuerza de trabajo, para ganar nuestro sustento y hacer crecer al país. Realmente no tuvimos condiciones de dar algo más que nuestro sudor y sangre, pues, nuestras ideas nunca fueron escuchadas… Al final, no éramos blancos y éramos pobres, no hablábamos correctamente el castellano y no teníamos palabras suficientes para expresar lo que verdaderamente sentíamos. Nuestra planicie era vasta; pero, nuestro mundo referencial reducido. No sabíamos el significado de justicia social, pero, era lo que buscábamos cotidianamente, a través de un salario digno, que alcanzara para comer, vestir y tener un techo. Nunca pensamos en vacaciones, jubilación o seguro médico. Ignorábamos que teníamos derechos. Asimismo, no sabíamos que podíamos tener una cancha techada para jugar fútbol después del trabajo o en día libre. Todo porque crecimos esperando que las llamas y ovejas pasten, mirando el infinito altiplano con su paja brava y piedras.

Desde luego, no teníamos juguetes o zapatos; ni árbol navideño o toalla de baño; ni cumpleaños; sábanas; ni torta… Esperábamos las fiestas de difuntos para tener panecillos y té con azúcar. Por estas cosas somos diferentes y tenemos prisa en cambiar el curso de la historia. De verdad, desearíamos ir más atrás en el tiempo y cambiar las cosas, que nos hicieron llegar tan desfavorecidos hasta el momento. No es resentimiento lo que nos mueve, es la poca habilidad para pensar en todos. Nos sectorizamos porque la falta de oportunidades es lo que nos identifica…

Por todo esto y mucho más, tenemos limitaciones para gobernar un país, pues, apenas aprendimos a sobrevivir con casi nada... No pudimos hacer postgrado en ninguna universidad; salimos al exterior porque queríamos que nuestros hijos tuviesen pan, leche con chocolate, televisión y juguetes; olvidándonos que necesitaban nuestra presencia y cariño.

¿Y ahora qué, compañero?

Ahora, somos presidentes.

(1) Fogón de cerámica

Fuente: LA PATRIA
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