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Domingo 15 de septiembre de 2013

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Cultural El Duende

La tradición en Cochabamba

15 sep 2013

La guerra chica (De la historia de los tiempos pasados)

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Si los señores franceses que invadieron la España a principios del pasado siglo capitaneados por el gran Napoleón y sus aguerridos tenientes que creían disponer a su arbitrio de la corona de los Borbones, y los que, con el mismo cariñoso propósito, la cruzaron en 1825, conducidos por el duque de Angulema, si tales guerreros, decimos, hubiesen revelado a sus contemporáneos la serie de menudas hostilidades que momento a momento se les infería en todas las poblaciones y aldeas del tránsito, por la gente paisana de ambos sexos, ya se ve que habrían tenido mucho que contarles acerca de sus ayunos forzados, mostrándoles a veces, en sus cuerpos enflaquecidos, sendas averías y lesiones resultantes de la ruda acogida que la fiereza castellana les infirió como a sus invasores.

¡Quién les hubiera dicho a ellos, a nuestros caros antecesores de la península ibérica, que a su turno deberían experimentar, un poco más tarde, iguales manifestaciones de nuestro enojo, cuando furibundos e implacables visitaban nuestras ciudades, aldeas y campiñas, para hacer pagar caras las aspiraciones de libertad e independencia solemnemente acreditadas por nuestros mayores!...

Por fin los hombres, sin distinción de edad ni condición, esperaban a sus huestes en los campamentos o formando guerrillas y montoneras que si eran batidas o dispersadas, después de aplicar al adversario contusiones y arañazos de alguna monta, no tardaban en volver a la fila, para reaparecer listos y dispuestos, en uno u otro ángulo de la vasta comarca, inquietándolo de todas las maneras imaginables. Eso era todo.

Pero aquellas que por su cuenta se encargaron de establecer las represalias y fundar de inmediato la guerra chica, la guerra menuda que afecta a los bolsillos y tortura los estómagos de una manera terrible y por decirlo así directamente, eran las mujeres consagradas a los oficios de panaderas y regatonas.

Habíanse dicho entre sí: –Si estos atroces chapetones sacrifican y diezman a nuestros esposos, hijos y prometidos, dándoles caza y victimándolos cruelmente en una lucha desigual y sin cuartel, atentemos nosotras contra sus voraces tripas y torturémoselas, vendiéndoles las subsistencias a precio desesperante: ¡a precio de oro!

Y lo dicho debió haberse realizado a la letra, cuando el ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento de la ciudad, actuando por el rey nuestro señor D. Fernando VII, se vio precisado a expedir la siguiente pragmática, cuya fecha se registra al pie:

Por cuanto este congreso se halla informado por personas fidedignas de que las regatonas, prevalidas de haber arribado a esta ciudad las tropas del rey, con conocida usura han encarecido los precios del pan y además bastimentos de primera necesidad sin traer a consideración de que aquellas nos han traído la paz y tranquilidad tan apreciable y necesaria para la común sociedad y sin reparar en el gravamen de sus conciencias: Por tanto y siendo el privativo resorte de este ayuntamiento celar sobre evitar los excesivos precios, de los mantenimientos de que deben proveerse los vecinos y habitantes, para su natural subsistencia– debía de mandar y mando: que todas las panaderas y regatonas vendan el pan, carne y demás bastimentos en los precios y cantidad que antes tuvieron, so pena de que las contraventoras pierdan las especies que vendieron en precio exorbitante; y a más de esto serán castigadas con un mes de prisión.

Y para que llegue a noticia de todos, se publica por bando en los sitios acostumbrados y con la solemnidad debida. En Cochabamba, a 17 de agosto de 1811. Ramón Laredo y Ríos.- Vicente R. de E. y Arrázola.- Manuel de la Vía.- Julián de Quiroga.- Marcos Escudero.- Por su mandato Francisco A. Astete.- Escribano de S. M. Público de Real Hacienda, Gobierno y Diezmos.

Bien se comprende que la alza de los precios que tan rigurosamente se condenaba en la ordenanza que se ha transcrito, con las penas de prisión corporal y confiscación de víveres, no debía en buena ley, traspasar los límites de una medida estratégica, patrióticamente concertada entre panaderas y regatonas, con el designio de debilitar al enemigo… Valga por ello la intención. Pero hoy señores, restablecida como se halla la paz que debe reinar entre progenitores y vástagos de una misma raza y que ha renacido, como era natural, una generosa y sincera estimación de unos a otros, podrá decírsenos ¿qué razón aducirán las dignas buhoneras y regatonas del presente, para perpetuar la “guerra chica” elevando (sin reparar en el gravamen de sus conciencias) el precio de los consumos de su cargo, a mayor altura del que tuvieron en los tiempos en que se nos baleaba en nombre del meritorio y fidelísimo rey don Fernando VII?

Aquí, para nuestro capote, pensamos que el hereditario jueguecillo se les ha hecho agradable; y que en tanto que ellas puedan aprovechar de la especie de monopolio sin competencia ni valla, de que han conseguido rodearse, gracias al gran principio científico de la libertad industrial que tan bien sabemos practicar en el país, continuaremos siendo peor tratados que los chapetones del año 11, no cabiéndonos otro recurso que el de tener paciencia, mientras plegue al cielo hacer cesar la guerra chica.

Tradiciones honrosas

Vivimos en un suelo que ha sido amasado con lágrimas y sangre de innumerables y abnegadas víctimas, y que durante los quince años de la lucha emancipadora, dejaron enlutados sus hogares y yermos sus campos de cultivo.

¡Cuán recio, cruel y constante holocausto fue el ofrecido por nuestros mayores a la patria y la libertad en este vasto campo de guerra, en que, por vencidas que fueran las huestes organizadas por nuestros valerosos jefes, se destacaban espontáneamente las guerrillas y montoneras que debían arrebatar al enemigo todas o parte de las ventajas obtenidas en la peleas, enervando de ese modo la acción expansiva de las fuerzas peninsulares empeñadas en sofocar y contener el espíritu de rebelión que se manifestaba por todas partes!

Contribuía en gran manera a fomentar el estado bélico de nuestro departamento infundiéndole confianza y fortaleza, la repetida aproximación de las fuerzas auxiliares del Plata.

¿Cómo quedaban entretanto las familias huérfanas y desposeídas de todo recurso, una vez perdidos los amados seres que les proporcionaban la subsistencia? ¿Cómo se proveía y se hacía frente a una situación tan dolorosa y apremiante, cuando el mismo tesoro, en los casos en que las fuerzas revolucionarias ocupaban las capitales, no contenía ni percibía renta alguna?

Responde para el honor de nuestro pueblo, el éxito alcanzado por la siguiente proclama expedida por la junta de gobierno, fechada en 24 de noviembre de 1811, y que nos permitimos transcribir a la letra con toda la natural sencillez de su redacción:

“Noble y valeroso vecindario de Cochabamba: Nada es más justo que premiar el mérito, así como nada es más debido que castigar el delito. Por lo mismo, los heroicos esfuerzos de los ilustres patriotas que en defensa nuestra, han preferido la muerte, exigen de la consideración de la patria y de su gratitud, un compensativo digno de su memoria. Y llenaremos este deber tan religioso, en tanto que sus familias desoladas, por haber perdido a un padre o esposo, reciban de nuestras manos algún consuelo que sirva de lenitivo a su dolor. Con este objetivo, el gobierno os invita a que desabreviando vuestra generosidad concurráis voluntaria y gustosamente con aquella que os dicte vuestra franqueza a una suscripción de viudedad provisoria para el socorro de todas aquellas familias cuyos miembros han perdido la vida en las acciones de Aroma, Guaqui, Amiraya y Oruro, a fin de que recolectados por el sujeto que se disputará para ello, se atienda con él a su sustento y manutención, interque, con informe de que queda encargada esta excelentísima junta, se les provea de un alivio más permanente. En ello, cumpliréis un deber cristiano y una obligación que de justicia exige la gratitud hacia nuestros defensores, y este gobierno que vea corresponder el suceso a sus deseos, tendrá la complacencia de anotar este hecho en los fastos de un pueblo generoso y sano, para transmitirlo a la posteridad en honor y gloria suya! Cochabamba, noviembre 24 de 1811. Mariano Antezana.- Dr. Francisco Vidal.- José A. de Arriaga.- Miguel J. de Cabrera. Por mandato de S.S. Francisco Angel Astete.- Escribano Público.

No desmiente el pueblo cochabambino sus honrosas tradiciones y si ayer socorría con su óbolo gustosamente ofrecido a las familias de los muertos en Aroma, Guaqui, Ayuma, Amiraya, Sipesispe, Oruro y mil otros encuentros de la magna guerra, hoy se coloca en torno de su cuerpo comunal, para colmar el vacío que dejó en el presupuesto de sus hospitales la subvención patriótica destinada a develar la inicua rebelión consumada en el Acre a impulsos de la ambición brasileña.

Septiembre 17 de 1903

Luis Felipe Guzmán. Escritor tradicionista de Cochabamba, 1839 - 1919.

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